miércoles, 18 de julio de 2018

Cristo de San Agustín


El 18 de julio de 1936 comenzó la guerra civil, pero es un tema que quiero deliberadamente marginar. Ni deseo hablar de los templos incendiados en Sevilla esa tarde y noche, a saber: Omnium Sanctorum, San Juan de la Palma, San Roque, Santa Ana, La O, La Concepción, Santa Marina, San Gil, San Marcos, San Román y Montesión, y los conventos de Mercedarias y Salesas. En ese día aciago en que ocurrieron todas estas barbaridades y muchas más, me limitaré a discurrir sobre la historia del Cristo de San Agustín, que pereció en las llamas en esa fecha. Un Cristo veneradísimo en Sevilla desde siglos atrás, que perteneció al convento de San Agustín, extramuros de la ciudad, junto a la puerta de Carmona, y, desde la exclaustración de 1835, depositado en la parroquia de San Roque.


Acerca del Cristo de San Agustín refiere un manuscrito de la Biblioteca del Palacio arzobispal: «Este año de 1314 fue hallado el Santísimo Cristo de San Agustín por un pobre hombre en una cueva que había en una huerta en el Prado de Santa Justa, desclavada la mano izquierda y con ella tapaba la llaga de su costado, a esta maravilla acudieron los religiosos del convento de San Agustín, y queriendo llevarse a el mismo tiempo su majestad Santísima quitó la mano de la llaga y la extendió a la Cruz al lugar del clavo y se quedó del modo que hoy se admira. Desde este tiempo hasta los presentes ha experimentado esta Ciudad de este Santísimo Crucifijo grandes y extraordinarios favores en sus mayores conflictos y necesidades, como son pestes y secas».
La devoción de Sevilla por este Cristo lo certifica Morgado, que escribía en 1587: «A cuya devoción ocurre luego Sevilla en cualquiera grandes trabajos de males temporales, o enfermedades, y, sacándole en procesión general por sus calles, se han visto milagrosas mercedes del Señor. Las quales me fueron ocasión de querer saber su primero principio, mas ninguna razón de escriptura se halla, sino algunas tradiciones tan confusas como esto, que el Santo Crucifixo fue traydo de Indias, y que los Religiosos Augustinos lo uvieron para este su Convento, y que pretendiéndole también el Cabildo de la Sancta Iglesia, se uvieron de meter en ello los Padres del Sancto Oficio prestando su beneplácito, para que con toda decencia fuesse puesto en una Litera de dos Cavallos a la disposición del Cielo, y que los Cavallos se vinieron derechos a este Sancto Convento».
Pero no está muy convencido Morgado de que lo que ha contado sea verdad, porque el Cristo es más antiguo que el descubrimiento de Indias, sino una leyenda mal hilvanada más de las muchas que se cuentan en Sevilla. Porque a continuación dice: «Otra tradición antigua, que el Sancto Crucifixo fue revelado a un Pastor en una Acequia entre este Convento y el de la Sanctissima Trinidad, que son con­vezinos, y que tenía el brazo derecho doblado sobre la llaga del Costado, que si esto así pasó, dixéramos aver quedado de tiempo de Godos, pero todo esto es hablar a tiento, sin otra comprobación de más verdad».
Zúñiga, en sus Anales, se hace eco de la leyenda del brazo extendido y al relatar el suceso de la invención en la cueva, afirma que «se cuenta en una fidedigna noticia que cuando fue hallado tenía desclavado el brazo izquierdo, caído sobre la llaga del costado y que a vista de muchos lo extendió, milagrosamente, como ahora está».
De la devoción que le tenía Sevilla habla claramente el Abad Gordillo en sus Religiosas Estaciones: «Ha sido muy grande la devoción que el pueblo ha tenido a Cristo Nuestro Señor en su santa imagen, de manera que en sus tribulaciones acude a su Señor y especialmente en las esterilidades y faltas de agua; de lo que se han visto milagros notables, como sacarle con tiempo sereno de su capilla y no poderlo restituir a ella por la abundancia de la lluvia, que Dios ha enviado, especialmente guiando la procesión al humilladero o Cruz del Campo que parece va de buena o mejor voluntad allí, como lugar que recuerda la memoria de su triunfo, donde lució su misericordia con la copiosa redención que allí obró. Y allí se refiere que en el año de 1525 habiendo habido en Sevilla una gran sequía y falta de agua, sacando con tiempo claro la imagen del Santo Cristo en procesión y llevándolo al humilladero de la Cruz, fue tanta el agua que llegando allí cayó del cielo, que no pudo volver la procesión, y se quedó aquella noche y otro día el Santo Cristo en la ermita que allí junto está edificada; y se refiere que al paso de la procesión iba un muchacho por encima de los caños de Carmona dando gritos, y diciendo ‘Misericordia, Señor nuestro’, con que creció y se aumentó la reverencia y devoción que después en muchas ocasiones se ha continuado en esta estación y valerse en diversas necesidades con manifiesta y evidente demostración de la misericordia de Dios. Al clamor del muchacho levantó al pueblo el clamor mismo y así que comenzó a llover, nunca más el muchacho apareció, siendo así que del lugar donde estaba mirando y clamando, era imposible que pudiese brevemente mudarse por la mucha distancia que había del principio y fin de la cañería del agua por donde se sube y él iba».
Era el Cristo de San Agustín una escultura tallada en madera de cedro, de tamaño natural, la cabeza inclinada hacia la derecha y sobre la cabellera, tallada en la madera, tenía superpuesta dos más, una de pasta y otra de cabello natural. Representaba a un Cristo muerto, clavado a la cruz con tres clavos, y la lanzada en el costado. Sus brazos eran desiguales: mientras el izquierdo medía ochenta centímetros, el derecho sólo alcanzaba setenta. El sudario largo, hasta las rodillas.
El 2 de julio de 1649, en pleno fragor de la peste que asoló Sevilla, hubo un acuerdo capitular de hacer voto al Cristo de San Agustín, con misa y sermón, por el fin de la peste. Este voto lo cumplió año tras año en este día el Ayuntamiento sevillano en el convento de San Agustín y desde 1835 en la iglesia de San Roque. Fue suspendido en 1931, tras la proclamación de la República. Y pocos años después, en 1936, como hemos contado, pereció el Cristo de San Agustín en el incendio de la iglesia de San Roque. Aunque el Ayuntamiento costeó una nueva imagen en 1950, obra del escultor Agustín Sánchez Cid, no se ha reanudado la función hasta 1991. Por acuerdo capitular de 11 de marzo de ese año se continúa la tradición interrumpida celebrándose solemne función el 2 de julio con asistencia del alcalde y representantes de los grupos políticos.

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