martes, 24 de julio de 2018

Antonio Machado nació en Sevilla una noche de julio


«Nací en Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre». Propiamente en unas casas adjuntas al patio del palacio que los duques de Alba tenían alquiladas a varias familias de Sevilla. Antonio Machado recuerda su niñez sevillana en aquellos versos de Campos de Castilla:

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero...


Años más tarde, en su estancia en Baeza, afloran de nuevo sus recuerdos infantiles:

Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes de luz y de palmeras,
y en una gloria de oro,
de lueñes campanarios con cigüeñas,
de ciudades con calles sin mujeres
bajo un cielo de añil, plazas desiertas
donde crecen naranjos encendidos
con sus frutas redondas y bermejas,
y en un huerto sombrío, el limonero
de ramas polvorientas
y pálidos limones amarillos
que el agua clara de la fuente espeja,
un aroma de nardos y claveles
y un fuerte olor de albahaca y
                                  /hierbabuena...

Fue el segundo fruto del matrimonio de Antonio Machado Álvarez, abogado y escritor, que bajo el seudónimo de Demófilo fue un destacado estudioso del folklore español, y de Ana Ruiz, hija de un confitero de Triana. Cuenta Antonio cómo se conocieron sus padres, a orillas del Guadalquivir, cuando la curiosidad llevó a mucha gente a contemplar el insólito espectáculo de unos delfines que, a favor de la marea, se habían adentrado río arriba. «Damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis padres, que allí se vieron por primera vez. Fue una tarde de sol, que yo he creído, o he soñado, recordar alguna vez».
Vivió después la familia en la calle Navas (actual Mateo Alemán), en el barrio de la Magdalena, y en Orfila, junto a la capillita de San Andrés, que tenía un patio con un limonero en el centro. Tal vez sea éste el limonero cantado por Machado.
Tendría seis o siete años de otro recuerdo que aflora en su mente.
–Estábame una mañana de sol sentado en compañía de mi abuela en un banco de la plaza de la Magdalena y tenía una caña dulce en la mano. No lejos de nosotros pasaba otro niño con su madre. Llevaba también una caña de azúcar. Yo pensaba: ‘La mía es mucho mayor’. Recuerdo bien cuán seguro estaba yo de esto. Sin embargo, pregunté a mi abuela: ‘¿No es verdad que mi caña es mayor que la de ese niño?’ Yo no dudaba de una contestación afirmativa. Pero mi abuela no tardó en responder, con un acento de verdad y de cariño que no olvidaré nunca: ‘Al contrario, hijo mío; la de ese niño es mucho mayor que la tuya’. Parece imposible que este trivial suceso haya tenido tanta influencia en mi vida. Todo lo que soy –bueno y malo–, cuanto hay en mí de reflexión y de fracaso, lo debo al recuerdo de mi caña dulce.
Estos recuerdos, lejanos en la profundidad de la infancia, son los que le quedan a Antonio Machado de su estancia en Sevilla, «porque a los ocho años pasé a Madrid, adonde mis padres se trasladaron». Allí continúa sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza y después en el Instituto Cardenal Cisneros, donde tuvo una media de aprobado en sus calificaciones con algunos suspensos. Recuerda Machado, en una nota de Juan de Mairena, su examen de Física y Química:
–Los bachilleres de mi tiempo estudiábamos una química a ojo de buen cubero, que se detenía en los umbrales de la química orgánica y en una lección de funesta memoria para mí, que se titulaba ‘Brevísima idea de los hidrocarburos’. Era la última y más extensa lección del libro y la única que no alcancé a estudiar. Por desdicha, me tocó en suerte a la hora del examen. ‘Los hidrocarburos –dije yo con voz entrecortada por el terror al suspenso inevitable– son unas sustancias compuestas de hidrógeno y de carbono’. Y como el catedrático me invitase a continuar, añadí humildemente: ‘Como dice: Brevísima idea...’

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

No fue buen estudiante Antonio Machado. Pero sí un soñador y genial poeta.

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