«Nací en Sevilla una noche de julio de
1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre».
Propiamente en unas casas adjuntas al patio del palacio que los duques de Alba
tenían alquiladas a varias familias de Sevilla. Antonio Machado recuerda su
niñez sevillana en aquellos versos de Campos de Castilla:
Mi
infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y
un huerto claro donde madura el limonero...
Años
más tarde, en su estancia en Baeza, afloran de nuevo sus recuerdos infantiles:
Tengo
recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes
de luz y de palmeras,
y
en una gloria de oro,
de
lueñes campanarios con cigüeñas,
de
ciudades con calles sin mujeres
bajo
un cielo de añil, plazas desiertas
donde
crecen naranjos encendidos
con
sus frutas redondas y bermejas,
y
en un huerto sombrío, el limonero
de
ramas polvorientas
y
pálidos limones amarillos
que
el agua clara de la fuente espeja,
un
aroma de nardos y claveles
y
un fuerte olor de albahaca y
/hierbabuena...
Fue el segundo fruto del matrimonio de
Antonio Machado Álvarez, abogado y escritor, que bajo el seudónimo de Demófilo
fue un destacado estudioso del folklore español, y de Ana Ruiz, hija de un
confitero de Triana. Cuenta Antonio cómo se conocieron sus padres, a orillas
del Guadalquivir, cuando la curiosidad llevó a mucha gente a contemplar el
insólito espectáculo de unos delfines que, a favor de la marea, se habían
adentrado río arriba. «Damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis
padres, que allí se vieron por primera vez. Fue una tarde de sol, que yo he
creído, o he soñado, recordar alguna vez».
Vivió después la familia en la calle Navas
(actual Mateo Alemán), en el barrio de la Magdalena, y en Orfila, junto a la
capillita de San Andrés, que tenía un patio con un limonero en el centro. Tal
vez sea éste el limonero cantado por Machado.
Tendría seis o siete años de otro recuerdo
que aflora en su mente.
–Estábame una mañana de sol sentado en
compañía de mi abuela en un banco de la plaza de la Magdalena y tenía una caña
dulce en la mano. No lejos de nosotros pasaba otro niño con su madre. Llevaba
también una caña de azúcar. Yo pensaba: ‘La mía es mucho mayor’. Recuerdo bien
cuán seguro estaba yo de esto. Sin embargo, pregunté a mi abuela: ‘¿No es
verdad que mi caña es mayor que la de ese niño?’ Yo no dudaba de una
contestación afirmativa. Pero mi abuela no tardó en responder, con un acento de
verdad y de cariño que no olvidaré nunca: ‘Al contrario, hijo mío; la de ese
niño es mucho mayor que la tuya’. Parece imposible que este trivial suceso haya
tenido tanta influencia en mi vida. Todo lo que soy –bueno y malo–, cuanto hay
en mí de reflexión y de fracaso, lo debo al recuerdo de mi caña dulce.
Estos recuerdos, lejanos en la profundidad
de la infancia, son los que le quedan a Antonio Machado de su estancia en
Sevilla, «porque a los ocho años pasé a Madrid, adonde mis padres se
trasladaron». Allí continúa sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza y
después en el Instituto Cardenal Cisneros, donde tuvo una media de aprobado en
sus calificaciones con algunos suspensos. Recuerda Machado, en una nota de Juan
de Mairena, su examen de Física y Química:
–Los bachilleres de mi tiempo estudiábamos
una química a ojo de buen cubero, que se detenía en los umbrales de la química
orgánica y en una lección de funesta memoria para mí, que se titulaba
‘Brevísima idea de los hidrocarburos’. Era la última y más extensa lección del
libro y la única que no alcancé a estudiar. Por desdicha, me tocó en suerte a
la hora del examen. ‘Los hidrocarburos –dije yo con voz entrecortada por el
terror al suspenso inevitable– son unas sustancias compuestas de hidrógeno y de
carbono’. Y como el catedrático me invitase a continuar, añadí humildemente:
‘Como dice: Brevísima idea...’
Una
tarde parda y fría
de
invierno. Los colegiales
estudian.
Monotonía
de
la lluvia en los cristales.
No
fue buen estudiante Antonio Machado. Pero sí un soñador y genial poeta.
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