Mi último sermón, «Leonardo Castillo, el
Padre Festivales», ignorado por un periódico de Sevilla al que se lo envié, tal
vez por creerlo insustancial, ha tenido una gratísima acogida entre mis
parroquianos de Sevilla y entre los lectores de mi blog, que en estos momentos
llega a la cifra de 1.169 entradas.
Dicen por ejemplo mis parroquianos: «Creo
que es tu mejor sermón o al menos el que más me ha gustado por lo humano del
personaje». «¡Muy simpático el sermón..!». «Precioso
sermón sobre mi inolvidable amigo, Leonardo Castillo. Tuve la gran suerte de
tratarlo y estar cerca de él muchas veces. Lástima de ese periódico al no saber
valorar lo realmente interesante. ¡Gracias y enhorabuena por tu escrito sobre
este santo cura!». «Gracias, Carlos, por tu sermón dedicado al Padre Leonardo.
Me has hecho llorar de alegría. Dios te bendiga, abrazo». «Precioso el artículo
sobre Leonardo. Era un santo. Es un ejemplo de vida para los sacerdotes y para
todos. Gracias, Carlos, por este testimonio». «El Padre Castillo se lo merece
todo. Me honró siempre con su cariño. Y me pegaba el anual sablazo navideño
para «sus» presos...».
Aunque también ha habido alguna
discrepancia: «Con Leonardo, sin quitar nada a su santidad, la experiencia
marista no fue buena. Les ofreció la dirección de la escuela de Fp que fundó en
Cazalla y hubo diversos problemas con él... pedía mucho y daba poco... aunque
haber había, pero él administraba... Al final se tuvieron que ir».
El 17 de junio de 2004, jueves, a las ocho
de la tarde, y en la sede de la Fundación Cruzcampo se presentó el libro «La
faena de su vida. Conversaciones con el Padre Leonardo Castillo», escrito por mí.
El acto estuvo presidido por el cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo
Vallejo, y la obra fue presentada por el periodista Manuel Ramírez Fernández de
Córdoba (q.e.p.d.). El título de la obra tiene claras connotaciones taurinas,
subrayando la relación que el padre Leonardo Castillo ha tenido con el mundo de
los toros, ya que fueron los ganaderos y los toreros, organizando muchos
festivales taurinos, los primeros que les proporcionaron el apoyo económico
necesario para hacer realidad proyectos como la creación de la Escuela de
Formación Profesional Nuestra Señora del Monte en Cazalla de la Sierra o ayudar
a las peregrinaciones a Lourdes con enfermos.
La crónica de la presentación del libro fue
firmada en ABC por Fernando Carrasco (q.e.p.d), donde dice: «Lleno de no hay
billetes» rezan los carteles taurinos. Lleno a rebosar, pero de no poder entrar
en la sala, en la sede de la Fundación Cruzcampo. Un libro, «La faena de su
vida. Conversaciones con el Padre Leonardo Castillo» el culpable. Pero no sólo
el volumen excelentemente escrito por Carlos Ros –hay que tener valor para
conversar horas y horas sin desfallecer con el padre Leonardo–, sino por la
presencia del protagonista del libro. Faltan líneas, páginas, para describir el
amor y el sentimiento que embargaron ayer la sede de la Fundación Cruzcampo.
Eso y la gente que acudió. No en vano, Carlos Piñar, presidente de la
Fundación, no tuvo reparo en reconocer que en los muchos años que llevaba al
frente de esta institución era la primera vez que veía, asombrado, cómo la
gente se quedaba fuera de la sala. Porque la figura del Padre Leonardo
Castillo, «Padre Festivales» para los taurinos; capataz para los «Costaleros de
un Cristo Vivo»; guía y norte para las gentes de Cazalla de la Sierra, de
Umbrete, de Carrión de los Céspedes –que no, que no se pudo quedar allí para
siempre por mucho que lo intentaron–, se agrandó en la presentación de un libro
que recoge su vida, sus andanzas por y para los demás –necesitados, presos,
drogadictos, marginados... ¿hay más colectivos?– y su amor, por encima de todo,
a Dios, a Jesucristo y a María Santísima. Amor traducido en hacer el bien, en
ver en cada uno de los más desgraciados, en todos los sentidos, el rostro de
Dios. ¡Hay que ser muy grande, muy grande, para solo ver eso en cada uno de los
que llaman a su puerta! Por eso, no es de extrañar que el primero en acudir a
esta presentación fuese el cardenal arzobispo de Sevilla, monseñor Carlos Amigo
Vallejo, quien no paró de recordar anécdotas. Y junto al prelado, la
presentación de Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, auténtico cirineo en esos
veinte años de peregrinación a Lourdes con sus costaleros vivos de amor a
Cristo y a su Madre –¿se puede adorar más a quien está con los que de verdad
sufren, Manolo?–; Miguel Báez «Litri» padre, Patricia Rato, Fernando Cepeda,
Gabriel Rojas, Ramón Vila, Alfonso Ordóñez, Andrés Luque Gago, Julio Pérez
«Vito», Manolo Macías, Paco Gandía, Fermín Díaz, Paco Pablo Peralta, Miguel
Criado, Gregorio Conejo, Marina Álamo, Rafael Ponce... imposible enumerarlos a
todos. Y todos, absolutamente todos, porque Leonardo Castillo un buen día fue
«destinado» a Cazalla de la Sierra. A partir de ahí, «sablazo» tras «sablazo»
porque así Dios lo quiso. Para los demás. «La importancia de llamarse Ernesto»,
dijo el cardenal en su alocución. «La importancia de llamarse Leonardo»,
refrendó el prelado.
Yo solo quiero añadir una cosa que ha
quedado en mi recuerdo. De todos mis libros, fue esta presentación la más
multitudinaria. Siendo el salón de actos bien espacioso, muchas personas
quedaron fuera. La tribuna estaba ocupada por siete u ocho personas. A mí, como
autor, me asignaron un ala, el ala izquierda. Y tuve ocasión de poder hablar
siquiera unos momentos. Al día siguiente, al recoger el evento el diario ABC
apareció una serie de fotos del acto, donde se veía a muchos, de la tribuna y
de los espectadores. Menos el autor, que no apareció por ningún lado.
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