Era
el 7 (o tal vez el 9) de septiembre de 1091 (20 ó 22 de rayab de 484), cuando
los almorávides, que tenían cercada Sevilla desde mayo, la ocuparon. Un
contingente almorávide a las órdenes de Sir b. Abi Bakr penetró en la ciudad
saqueándola y cometiendo toda clase de atrocidades. Los sevillanos, alrededor
de su rey, ofrecieron terca resistencia. Pero sucumbieron. Sir b. Abi Bakr
llegó a exclamar:
–¡Si
hubiese atacado una ciudad cristiana, no hubiese hallado tanta resistencia!
Al-Mutamid,
su esposa Rumaykiyya, sus hijas y otras mujeres, fueron embarcados y conducidos
presos Guadalquivir abajo rumbo a África. En Tánger permanecieron unos días. El
poeta Hozri, que vivía allí y había estado algún tiempo en la corte de Sevilla,
le envió al destronado rey sevillano unos poemas. Al-Mutamid quiso
recompensarle con lo que le quedaba: treinta y seis ducados escondidos en sus
botas y que le habían producido hasta sangre. Envolvió los ducados en un pedazo
de papel y se los envío con una poesía en la que se excusaba de la poquedad del
regalo. Otros poetas acudieron al arrullo de las dádivas, pero el rey sevillano
estaba tan pobre como ellos.
De
Tánger fue conducido a Mequínez, donde presenció una procesión que hacía
rogativas por la lluvia. Al-Mutamid les dijo:
–Mis
lágrimas sustituirán a la lluvia.
Y
le respondieron:
–Tienes
razón, tus lágrimas son bastante abundantes, pero están mezcladas de sangre.
En
Mequínez permaneció varios meses hasta que Yusuf ordenó fuera conducido a la
ciudad de Agmat, no lejos de Marruecos. En ella llevó una existencia triste y
dolorosa hasta su muerte.
Para
sobrevivir en su indigencia, su esposa y sus hijas se vieron forzadas a hilar
mientras él se refugiaba en la poesía:
–Yo
lloraba, viendo pasar cerca de mí una turba de catás; ellos eran libres,
no conocían ni la prisión ni la cadena. No era por envidia por lo que lloraba,
sino porque hubiera querido hacer lo que ellos, ir a donde quisiera; mi dicha
no se hubiera desvanecido, mi corazón no estaría lleno de dolor, yo no lloraría
por la pérdida de mis hijos.
A
veces recibe el consuelo de las visitas de poetas sevillanos, que recuerdan
agradecidos los favores recibidos por su rey. Uno de ellos, Abu-Mohamed
Hidjari, había recibido por un solo poema tanto dinero de al-Mutamid, que pudo
montar un comercio y vivir desahogadamente toda su vida. Al-Mutamid le
agradeció su visita y le confesó su terrible equivocación de haber pedido el
socorro de Yusuf contra el rey castellano.
–Al
hacerlo –dijo– cavé mi propia fosa.
Y
suspiraba:
–¡Yo
quisiera saber si volveré a ver mi jardín y mi lago en aquel noble país donde
crecen los olivos, donde arrullan las palomas, donde los pájaros hacen oír sus
dulces gorjeos!
Rumaykiyya
le precedió en el sueño de la muerte. Al-Mutamid le hizo un sentido duelo y un
epitafio donde expresaba su deseo de encontrarse pronto con ella.
Cuatro
años después de su destierro, en 1095, murió en Agmat, en el Atlas, este poeta
rey de Sevilla a la edad de cincuenta y cuatro años. Ibn al-Jatib, que visitó
su sepulcro tres siglos después, dejó escrito:
–Se
le desterró, encadenado, desposeído de poder y privado de reino, tras ocurrirle
tragedias... Establecióse en Agmat, ganando su sustento del trabajo de rueca de
sus hijas. Calamidades de todos sabidas ocurriéronle, que oídas lleva a
despreciar otros reveses de fortuna y cualquier suceso. En Agmat murió su
querida esposa, por cuyo duelo, como también en epitafio de sí mismo, sobre sus
votos por reunirse prontamente con ella, el alma parten y consuelan de las
pérdidas que en el mundo se sufren.
Al-Mutamid,
tercero y último rey de la dinastía de los Abbadíes de Sevilla, reinó de 1069 a
1091, este rey magnánimo y trágico, cruel y amoroso poeta al mismo tiempo. Un
tipo atractivo por lo novelesco de su vida y por su trágico final. En este rey
sevillano se unía la caballerosidad, la pasión, la valentía, la crueldad, la
poesía... Fue un momento, aunque corto, de florecimiento de la cultura en el
reino de Sevilla.
Pero
el rey castellano Alfonso VI inquieta desde el norte. Toledo ha caído en 1085.
Los reyes de taifas presienten el peligro y piden, entre ellos al-Mutamid de
Sevilla, ayuda al emir almorávide Yusuf b. Tasufin.
Una
crónica medieval recrea esta situación. Al-Mutamid, a solas con su hijo y
presunto heredero, Ubayd Allah, le dijo:
–¡Ubayd
Allah!, somos extraños en este al-Andalus, entre un mar tenebroso y un enemigo
malvado, no tenemos quien nos valga y ayude, sino Alá, ensalzado sea, pues
nuestros compañeros y vecinos, los reyes de al-Andalus, de nada nos sirven, ni
ayuda ni defensa ninguna puede de ellos esperarse si algún mal nos ocurriese o
nos atacase algún gran enemigo. Ahí tienes a ese maldito Alfonso, que ha cogido
Toledo, convirtiéndose en morada de infieles, y ahora torna su cabeza hacia
nosotros. Si nos asedia con sus tropas, no se partirá hasta tomar Sevilla. Por
esto nos parece conveniente enviar una embajada a este sahariano, rey del
Magreb, invitándole a venir a defendernos de ese perro maldito, pues nosotros
solos no podemos. Nuestras parias se han desperdiciado, nuestros soldados
desaparecidos y nos odian tanto las clases poderosas como el vulgo.
Al-Rasid
le respondió:
–Padre,
¿vas a introducir contra nosotros, en nuestro al-Andalus, a quien robe nuestro
reino y nos disperse?
Y
al-Mutamid contestó:
–¡Hijo
mío, por Alá, que no ha de oírse decir de mí jamás que yo convertí al-Andalus
en morada de infieles ni se la dejé a los cristianos, para que no se me maldiga
desde los almimbares del islam, como ocurre con otros! ¡Por Alá, prefiero
cuidar camellos en África que cerdos en Castilla!
Llamado
el emir almorávide, pasó el Estrecho y con los reyes taifas de Granada, Almería,
Sevilla y Badajoz, avanzó hacia el norte y se encontró con las tropas de
Alfonso VI en Sagrajas, a quien venció el 23 de octubre de 1086. Ganada la
batalla, Yusuf b. Tasufin volvió al Magreb, aunque dejó algunos soldados a
al-Mutamid, que éste utilizó para dirimir ciertas disensiones internas. Pero en
1089 volvió Yusuf b. Tasufin, esta vez con el decidido propósito de apoderarse
de los reinos andalusíes de taifas. Comenzó por Granada en noviembre de 1090,
pero pronto le tocó a Sevilla. Sucumbió, como hemos visto, el 7 ó 9 de
septiembre de 1091.
Ese
día Sevilla y el islam hispano perdieron a uno de sus personajes más
atractivos: el rey poeta al-Mutamid.
Hola, somos unas niñas de quinto que estamos investigando sobre al-mutamit y nos gustaría saber algo más.
ResponderEliminar