23 de noviembre de 1248.
La Sevilla mora no puede resistir por más tiempo. El invierno está encima. No
hay víveres. El pueblo está desmoralizado. Y sin esperanza de ayuda exterior.
El asedio ha sido muy largo, excesivamente prolongado, casi dos años atenazados
por las huestes cristianas. Se piensa en la rendición.
La idea parte de los
sitiados en el castillo de Triana. Oria y los alcaides de Triana piden permiso
al rey castellano para pasar a la ciudad y tratar de la capitulación con Axacaf
y los notables de Sevilla. El encuentro, a la desesperada, no tiene otra
solución que la rendición. A ser posible, y ahí la sagacidad diplomática mora,
de conseguir las máximas ventajas, es decir, la permanencia en la ciudad.
Y salen a parlamentar. Con
sus volátiles ropas orientales, la embajada mora se acerca al campamento
cristiano donde aguarda Fernando III y su corte.
La primera propuesta mora
fue la siguiente: Entregarían la tenencia del alcázar y las rentas de la
ciudad, como lo hicieron tiempo atrás con el Miramamolín.
El rey castellano ni quiso
escucharlos.
Vuelven a la ciudad
sitiada para consultar de nuevo el asunto. Y traen una segunda propuesta:
Cederían, además del alcázar, el tercio de la ciudad con los derechos de
señorío.
Pero fue igualmente
rechazada.
Volvieron con una tercera
propuesta: Partirían la ciudad con un muro de separación, mitad para los
cristianos y mitad para los moros.
Esta propuesta llegó a gustar
a algunos del séquito de Fernando III. Pero el rey fue tajante:
–La ciudad ha de quedar
«libre et quita».
Y los vencidos hubieron de
aceptar las condiciones del vencedor. Sevilla había de ser entregada libre y
entera, con sus casas, mezquitas y fortificaciones. Sus habitantes habían de
evacuarla en el plazo de un mes, se les daría un salvoconducto para su
seguridad a los que deseasen ir a Jerez y transporte por barco a los que
quisiesen pasar a África; podían vender sus casas y llevar consigo sus enseres.
Al caíd Axacaf y al arráez Aben Choeb les cedía las poblaciones de Sanlúcar y
Aznalfarache, y Niebla cuando fuese conquistada.
La capitulación se firmó
el 23 de noviembre de 1248, festividad de san Clemente papa. Inmediatamente
después, se tomó posesión del alcázar y sobre la torre apareció la enseña
vencedora. Al verla ondear desde fuera de las murallas, las tropas cristianas
la saludaron alborozadas al grito de «Dios ayuda».
El caíd Axacaf renunció al
territorio que a modo de consuelo le ofreció el rey cristiano y salió aquel
mismo día de la ciudad. Se acercó al campamento del rey y le entregó las llaves
de Sevilla. En una de ellas podía leerse en caracteres arábicos: «Permita Dios
que sea eterno el imperio del Islam». Y con lágrimas en los ojos embarcó para
Ceuta.
Las crónicas ponen en boca
de este caíd una dolorida frase que salió de su alma cuando a lo lejos la
silueta de la ciudad se perdía entre la bruma, empañados sus ojos por las
lágrimas:
–¡Oh grande y noble
ciudad, tan fuerte y tan poblada y defendida con tanto valor y heroísmo! Sólo
un santo ha podido vencerte y apoderarse de ti.
El maestre de Calatrava se
encargó de la seguridad de los musulmanes que se dirigían a Jerez, la mayoría,
tal vez las tres cuartas partes de la población de Sevilla, que posteriormente
darían el salto al reino de Granada. Para los que se decidieron atravesar el
mar, se dispuso de cinco barcos y ocho galeras que los condujeron a Ceuta.
Un éxodo bien triste.
Sirva de ejemplo el lamento de aquel anciano, ocurrido muchos años después de
la conquista de Sevilla, en 1309, cuando Fernando IV puso los pies en el peñón
de Gibraltar, conquistado por Guzmán el Bueno.
–Señor –se lamentaba el
viejo moro–, ¿qué oviste conmigo en me echar de aquí? Tu bisabuelo, el rey don
Fernando, cuando tomó Sevilla, me echó dende e vine a morar a Jerez. Después,
el rey don Alfonso, tu abuelo, cuando tomó a Jerez, echome dende e yo vine a
morar a Tarifa. E cuidando que estaba en lugar salvo, vino el rey don Sancho,
tu padre, e tomó Tarifa e echome dende, e vine a morar aquí a Gibraltar. E pues
veo que en ningún lugar de estos non puedo fincar, yo iré allende la mar do
viva en salvo e acabe mis días.
Todo 23 de noviembre,
festividad de san Clemente, se celebra en la catedral la toma de la ciudad de
Sevilla por el rey san Fernando. Y presenciarse, en su urna de plata abierta,
el cuerpo incorrupto del Santo Rey. Por sus naves pasea la Ciudad, representada
en su alcalde, la espada del invicto guerrero. Es tradición ésta que a muchos
sevillanos se les escapa, como se les está escapando tantas bellas tradiciones
y leyendas de esta ciudad embrujada.
!Bendito sea San Fernando! !Cuánto le debemos!
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