El próximo lunes, 31 de octubre, el Papa
Francisco viajará a Suecia con ocasión de los 500 años de la reforma
protestante de Martín Lutero. Habrá una conmemoración ecuménica
luterano-católica que se realizará en dos partes: una liturgia en la Catedral
de Lund y luego un acto público para una «participación más amplia» en el
estadio de Malmö. La oración en la Catedral está basada en la guía litúrgica
católico-luterana de reciente publicación titulada «Oración Común»,
que
a su vez se basa en el documento «Del conflicto a la comunión». Las actividades
en el estadio de Malmö mostrarán «el testimonio y el servicio común de
católicos y luteranos en el mundo».
Me alegro de estos acercamientos
ecuménicos al servicio de la reconciliación común, pero yo, que voy a mi aire,
quiero trazar algunas líneas de la figura de Lutero, que es el motivo del
encuentro, y las razones que le llevaron a apartarse de la fe común y crear un
enorme cisma que supuso el Luteranismo y su consecuente Reforma Protestante.
El 31 de octubre de 1517 –hace 500 años–,
el monje agustino Martín Lutero se rebeló contra la Iglesia clavando sus 95
tesis en la puerta del Palacio de Wittenberg.
Diez años antes, en 1507, se ordenó de
sacerdote, y en 1510 peregrinó a Roma. ¿Qué encontró en ella? Al papa Julio II,
nada edificante, pero él obtiene las indulgencias que se concedían en la visita
a las basílicas y subió de rodillas la Escala Santa.
Aunque en verdad la lucha de Lutero será
contra sí mismo. Le domina la lujuria y le tienta la desesperación. En este
contexto encuentra la base de su teología: la doctrina de la justificación por
la fe. Escribirá más tarde:
–A pesar de que mi vida monacal era
irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con la conciencia muy turbada, y
mis satisfacciones resultaban incapaces para conferirme la paz. No le amaba,
sino que cada vez aborrecía más al Dios justo, castigador de pecadores. Contra
este Dios me indignaba, alimentando en secreto, si no una blasfemia, sí al
menos una violenta murmuración.
El problema existencial de Lutero era:
–¿Cómo consigo un Dios clemente?
Lutero dejará definitivamente sus
hábitos agustinos en 1524, casará con una monja –en 1523 escribió Por qué las vírgenes pueden salir del
claustro con la paz de Dios, destruyendo la vida monástica–, y en nombre de
su Evangelio difundirá su odio contra Roma, contra la Iglesia y también contra
los judíos.
El sacerdocio ministerial no tiene que
existir, porque es contrario a la Escritura. Y vacía el culto católico con toda
la riqueza de sus ritos. El culto ha de purificarse y por tanto, fuera imágenes
sagradas, cálices, vestimentas, procesiones, adoraciones…, convirtiéndose así
en el primer iconoclasta de la época moderna, con enorme daño al patrimonio
artístico alemán.
El odio al papado es otra obsesión de
Lutero. Hasta el fin de sus días. Llama al papa con apelativos groseros: burro,
perro, rey de las ratas, dragón del infierno, cocodrilo, gusano, bestia… Y lo
pinta con imágenes igualmente groseras. El Papa es el anticristo.
El odio a los judíos no es menor. En 1543
escribió un pequeño tratado en latín que tituló: Sobre los judíos y sus mentiras.
–¿Qué debemos hacer, nosotros cristianos
–escribe Lutero–, con los judíos, esta gente rechazada y condenada?... En
primer lugar, debemos prender fuego a sus sinagogas o escuelas… En segundo
lugar, aconsejo que sus casas sean arrasadas y destruidas… En tercer lugar, que
les sean quitados sus libros de plegarias y escritos talmúdicos, por medio de
los cuales se enseña la idolatría, las mentiras, maldiciones y blasfemias… En
cuarto lugar, que se prohíba a los rabinos enseñar… En quinto lugar, que la
protección en las carreteras sea abolida completamente para los judíos. No
tienen nada que hacer en las afueras de las ciudades dado que no son señores,
funcionarios, comerciantes, ni nada por el estilo. Que se queden en casa… En
sexto lugar, que se les prohíba la usura y que se les quite todo el dinero y
todas las riquezas en plata y oro… En suma, queridos señores y príncipes,
quienes tienen a los judíos bajo su gobierno: si mi consejo no os agrada,
buscad mejor asesoramiento a fin de que tanto vosotros como nosotros podamos
deshacernos de la insoportable, diabólica carga de los judíos. No vaya a ser
que para Dios nos volvamos cómplices de sus mentiras, blasfemia, difamación y
maldiciones que los judíos se permiten con tanta libertad e impunidad en contra
de nuestro Señor Jesucristo, su querida madre, todos los cristianos, toda
autoridad y nosotros mismos. No le otorguéis protección, ni le permitáis el
libre tránsito ni la comunión con nosotros.
Este escrito en latín fue traducido por
primera vez al alemán, curiosamente, en 1935, cuando mandaba en Alemania la
bestia de Hitler. Curiosamente también, las leyes nazis de Núremberg contra los
judíos, promulgadas en septiembre de 1935, parecen un calco de las terribles
incitaciones de Lutero.
Solo he querido apuntar estas breves
anotaciones ante unos próximos acontecimientos que espero que sean fructíferos.
Pero que no se trate, como he leído por ahí, de canonizar casi a Lutero. Fue lo
que fue el ex-fraile agustino.
Si buscáis un Lutero más ecuménico, más dulcificado,
tenéis el libro Martín Lotero. Una
perspectiva ecuménica, del cardenal alemán Walter Kasper, presidente
emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos. Si en cambio deseáis ver su contrapunto, podéis leer el libro de la
italiana Ángela Pelliciari, doctora en Historia y autora de La Verdad sobre Lutero.
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