sábado, 22 de octubre de 2016

Graham Green y el Index de libros prohibidos

Hace años, siendo todavía seminarista, leí El poder y la gloria, novela aparecida en 1940 del escritor británico Graham Green, convertido al catolicismo en 1926. A Green no le gustaba que le llamaran «novelista católico». Decía:
–No sé por qué me ponen la etiqueta de escritor católico: soy simplemente un católico que es también escritor.
El poder y la gloria cuenta la historia de un sacerdote que se encuentra en el estado mexicano de Tabasco durante la década de 1930, tiempo de persecución de la Iglesia católica, conocida como la Guerra Cristera.
Una serie de personajes discurren por su novela: un dentista inglés, una madre que lee a sus hijas una historia religiosa, un tipo que habla inglés y que parece que quiere huir, un jefe de policía ateo, un teniente, un hombre que baja el río en barco y se dedica a comerciar con bananas… Pero el protagonista fundamental es un cura, atormentado en su conciencia, que se debate entre su vocación sacerdotal y los remordimientos por su sentimiento de pecador, pues es padre de una joven. Se muestra egoísta y cobarde y no pocas veces alejado de la fe que predica. Un cura rollizo y bebedor, el pater whisky le decían, plagado de miedos e inseguridades, que huye y se esconde de la policía para que no lo fusilen por ser sacerdote, dice misas y confesiones clandestinas, y se sabe que no se siente mártir.

Graham Green.

Pero, por encima de todo, lo que en esta novela trata Green de enfatizar es la idea del poder sanador de los sacramentos de la Iglesia sin importar el sacerdote que los administre.
Esta novela fue un best seller. Será llevada al cine con el nombre de El fugitivo (1947), dirigida por John Ford, y creará en el seno de la Curia romana un debate que a punto estuvo de ser incluida en el Index librorum prohibitorum.
Subrayo, de pasada, que ni Mi lucha de Hitler, ni las obras de Lenin, Mussolini o Stalin, de la misma época más o menos, llegaron a ser incluidas en el Index. Y no me pregunten por qué. Será precisamente esta novela, considerada hoy como una de las grandes novelas católicas del siglo XX, la que estuvo en la mesa del Santo Oficio para su expurgación.
Para los censores romanos era totalmente inaceptable que un sacerdote pudiera ser un bebedor y tener una hija. Un censor llegó a afirmar que Graham Green tenía una «tendencia anormal» a representar «situaciones en las que interviene una forma u otra de inmoralidad». Y Green pensaba que «la herejía es sinónimo de libertad de pensamiento».
A instancias de Roma, el cardenal Griffin, arzobispo de Westminster, acudió a visitar al escritor para pedirle que prohibiera la publicación de nuevas traducciones y la reedición de las antiguas. Además, debía «corregir adecuadamente» el original en inglés, porque un sacerdote no podía ser alcohólico ni tener una hija.
Pero Green se negó a modificar nada y a punto estuvo su obra de ser incluida en el Index si no hubiera sido por la intervención de Giovanni Battista Montini, entonces sustituto de la Secretaría de Estado para los asuntos internos de la Iglesia con Pío XII, quien paró la condena de los censores alegando que reflejaba «una comprensión deficiente de los grandes méritos de la obra».
La primera versión del Index Librorum Prohibitorum fue promulgada por el papa Pablo IV en 1559 y sobre ella se fueron realizando revisiones a lo largo de los años para su actualización. La vigésima y última versión apareció en 1948 y fue abolida formalmente por Pablo VI (Montini) el 14 de junio de 1966.
Desde 1917 la Congregación del Índice formó parte del Santo Oficio y si por entonces lo ocupaban obras de personajes de la literatura y de la filosofía, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, se redujo a la inclusión de teólogos progresistas.
Llegó el Concilio Vaticano II y se puso en duda la existencia del Santo Oficio. El cardenal Ciriaci llegará a decir que «el exceso de condenas también ha de ser condenado». Y Montini, ya elegido Papa, rebajará el poder del Santo Oficio con el nuevo nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe.
El cardenal conservador Alfredo Ottaviani, nombrado prefecto de la nueva Congregación para la Doctrina de la Fe, se verá obligado al desmantelamiento de esa institución centenaria que se llamaba Index Librorum Prohibitorum.
De hecho –dirá Ottaviani en su descargo– el Index ya no era de mucha utilidad.
Y llegados aquí, me dirán ustedes:
–¿Por qué toda esta disertación?
Ah, porque todavía hay formas sutiles y torpes de algún purpurado ante ciertas obras actuales. No gusta que se cuente que un cura, y peor aún que un obispo o cardenal, haya tenido un vástago, cosa que se ha prodigado en la historia de la Iglesia. Y no hay que rasgarse las vestiduras por ello. El primero que se nos viene siempre a las mientes es nuestro paisano Alejandro VI, el Papa Borja, pero su antecesor, Inocencio VIII, no le va a la zaga en tener vástagos, y el sucesor Julio II también fue un buen pájaro, del que se cuenta que, cuando Miguel Ángel le estaba erigiendo una estatua en Bolonia, después de haber abocetado la mano derecha en forma de bendición, le preguntó qué cosa quería que le pusiera en la mano izquierda.
–¿Un libro, quizá? –le dijo Miguel Ángel.
Y Julio II le respondió gritando:
–¿A mí un libro? ¿Me tratas como un niño? Yo quiero una espada.

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