Leonia Martin ya es Sierva
de Dios y por tanto inicia el camino de los altares después de su hermana
pequeña Teresa de Lisieux y de sus padres Luis Martin y Celia Guérin,
beatificados en 2008. Para mí es gratamente sorprendente que la Iglesia dé vía
libre hacia la santificación a una Leonia, tercera de las hermanas, que fue en
su niñez lo que se dice en francés un canard
boiteux, es decir, una persona que no es como las demás, que es diferente y
como dejada de lado. Su madre confesará que Leonia era «un temperamento rebelde
y una inteligencia poco desarrollada». Más claramente, padecía de cierto
retraso mental.
Celia Guèrin, que morirá
joven de cáncer, tenía un empeño especial:
–Deseo vivir para educar a
mi Leonia –escribe.
De sus cinco hijas, quien le preocupa es Leonia:
–Dios
es muy bueno conmigo –confiesa– al concederme compensaciones que reducen la
amargura que me produce la pobre Leonia. Ya no puedo con ella: no hace más que
lo que quiere y como quiere.
Y dirá también:
–A Leonia sólo Dios la puede cambiar, y estoy segura de que lo hará.
Leonia,
de joven, y ya mayor, de monja salesa.
Nació el 3 de junio de 1863, pelo rubio y ojos azules, una niña que dará que hacer a la
madre, con su retraso mental.
Sor María Dositea, hermana
de Celia y monja en la Visitación de Le Mans, se halla muy enferma de
tuberculosis. La visita Celia y le da encargos para el cielo.
–En cuanto llegues al paraíso –le dice a su hermana moribunda–, vete a
ver a la Santísima Virgen y dile: «Madre mía, le has jugado una mala pasada a
mi hermana dándole a la pobre Leonia; ella no te había pedido una niña así;
tienes que reparar eso». Luego irás a ver a la beata Margarita María y le
dirás: «¿Por qué la curaste milagrosamente? Hubiese sido mejor dejarla morir,
estás obligada en conciencia a reparar la avería».
María Dositea la riñó, no es forma esa de hablar. Y Celia cae en la
cuenta de que ha opinado a la ligera.
–No tenía mala intención, Dios lo sabe. No importa, tal vez haya
obrado mal y tengo miedo a que, como castigo, no me escuche el Señor.
Celia atribuirá a su hermana Dositea que desde el cielo haya cumplido
el encargo que le dio de cuidar de Leonia, esa niña indisciplinada, caprichosa
y rebelde. Porque ha descubierto al fin
el enigma: la total dependencia de Leonia a la sirvienta Luisa, esas reacciones
anormales de una niña demasiado aficionada a la criada, que era como su
verdugo. Y acabará enérgicamente con esta pesadilla. Quiso echar a la criada,
pero le lloró y gimió tanto que la dejó quedarse con la condición de no volver
a tener ascendiente alguno sobre Leonia. La niña, en su debilidad mental, tenía
tal dependencia de la sirvienta que, en los recreos familiares después de las
comidas, desaparecía para ir a la cocina, donde la criada se había empeñado en
educarla con métodos de total dependencia servil.
Celia se siente feliz de haber recuperado a su hija.
—Ahora estoy tratando a esta niña con tanta dulzura –escribe–, que
espero conseguir poco a poco que se corrija de sus defectos. Ayer vino a dar un
paseo conmigo y nos fuimos a las clarisas. Y me dijo muy bajito: «Mamá, pídeles
a estas monjas de clausura que recen por mí para que yo sea monja».
Leonia va a cumplir catorce años, pero sigue teniendo una mentalidad
infantil.
Podríamos seguir con todos los entresijos de la historia de esta niña.
Pero ello nos llevaría a un largo relato y esto es un pequeño sermón.
Celia irá a Lourdes para pedir por su curación y el milagro de su
hija. Pero morirá a los 46 años y Luis, el padre viudo, quedará al cuidado de
sus hijas.
–Al menos, si la Santísima Virgen no me cura –escribe Celia–, yo la
suplicaré la reforma de mi hija, el desarrollo de su inteligencia y que la haga
santa.
Y así será, después de tres entradas fallidas en la vida religiosa. Un
primer ensayo de dos meses en las clarisas de Lisieux; un segundo intento en la
Visitación de Caen, seis meses; un nuevo intento en la misma Visitación, dos
años; y un último intento, ya muerta su hermana santa Teresita, que será
definitivo hasta su muerte. Tenía 35 años y profesará de salesa con el nombre
de Francisca Teresa en la Visitación de Caen, donde morirá como religiosa,
silenciosa y piadosa, el 16 de junio de 1941, a los 78 años de edad.
Su hermana Teresita, poco
antes de morir, le había enseñado que no importa ser frágil, sentirse pequeño
en este mundo, para acercarse al corazón de Dios. Escribirá a su hermana Leonia
que en ese tiempo se halla en el mundo:
–He llegado a entender que
no hay sino ganar a Jesús por el corazón.
Ya en su definitivo convento, Leonia, en su sencillez, en su poquedad,
seguirá los pasos de la vida de «infancia espiritual» que su hermana pequeña
dejó dibujada en su libro Historia de un
alma.
Y es así cómo Leonia, desde su inteligencia deficiente, desde su
pequeñez, desde su humildad, supo seguir la estela de su hermana y la Iglesia
quiere honrarla ahora con la gloria de los altares. Porque especialmente, dice
el Evangelio, de los pequeños es el reino de los cielos.
Hermosísimo comentario. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias a usted, Abel.
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