domingo, 1 de febrero de 2015

Leonia, hermana difícil de Teresa de Lisieux

Leonia Martin ya es Sierva de Dios y por tanto inicia el camino de los altares después de su hermana pequeña Teresa de Lisieux y de sus padres Luis Martin y Celia Guérin, beatificados en 2008. Para mí es gratamente sorprendente que la Iglesia dé vía libre hacia la santificación a una Leonia, tercera de las hermanas, que fue en su niñez lo que se dice en francés un canard boiteux, es decir, una persona que no es como las demás, que es diferente y como dejada de lado. Su madre confesará que Leonia era «un temperamento rebelde y una inteligencia poco desarrollada». Más claramente, padecía de cierto retraso mental.
Celia Guèrin, que morirá joven de cáncer, tenía un empeño especial:
–Deseo vivir para educar a mi Leonia –escribe.
De sus cinco hijas, quien le preocupa es Leonia:
Dios es muy bueno conmigo –confiesa– al concederme compensaciones que reducen la amargura que me produce la pobre Leonia. Ya no puedo con ella: no hace más que lo que quiere y como quiere.
Y dirá también:
–A Leonia sólo Dios la puede cambiar, y estoy segura de que lo hará.
  
Leonia, de joven, y ya mayor, de monja salesa.

Nació el 3 de junio de 1863, pelo rubio y ojos azules, una niña que dará que hacer a la madre, con su retraso mental.
Sor María Dositea, hermana de Celia y monja en la Visitación de Le Mans, se halla muy enferma de tuberculosis. La visita Celia y le da encargos para el cielo.
–En cuanto llegues al paraíso –le dice a su hermana moribunda–, vete a ver a la Santísima Virgen y dile: «Madre mía, le has jugado una mala pasada a mi hermana dándole a la pobre Leonia; ella no te había pedido una niña así; tienes que reparar eso». Luego irás a ver a la beata Margarita María y le dirás: «¿Por qué la curaste milagrosamente? Hubiese sido mejor dejarla morir, estás obligada en conciencia a reparar la avería».
María Dositea la riñó, no es forma esa de hablar. Y Celia cae en la cuenta de que ha opinado a la ligera.
–No tenía mala intención, Dios lo sabe. No importa, tal vez haya obrado mal y tengo miedo a que, como castigo, no me escuche el Señor.
Celia atribuirá a su hermana Dositea que desde el cielo haya cumplido el encargo que le dio de cuidar de Leonia, esa niña indisciplinada, caprichosa y rebelde. Porque  ha descubierto al fin el enigma: la total dependencia de Leonia a la sirvienta Luisa, esas reacciones anormales de una niña demasiado aficionada a la criada, que era como su verdugo. Y acabará enérgicamente con esta pesadilla. Quiso echar a la criada, pero le lloró y gimió tanto que la dejó quedarse con la condición de no volver a tener ascendiente alguno sobre Leonia. La niña, en su debilidad mental, tenía tal dependencia de la sirvienta que, en los recreos familiares después de las comidas, desaparecía para ir a la cocina, donde la criada se había empeñado en educarla con métodos de total dependencia servil.
Celia se siente feliz de haber recuperado a su hija.
—Ahora estoy tratando a esta niña con tanta dulzura –escribe–, que espero conseguir poco a poco que se corrija de sus defectos. Ayer vino a dar un paseo conmigo y nos fuimos a las clarisas. Y me dijo muy bajito: «Mamá, pídeles a estas monjas de clausura que recen por mí para que yo sea monja».
Leonia va a cumplir catorce años, pero sigue teniendo una mentalidad infantil.
Podríamos seguir con todos los entresijos de la historia de esta niña. Pero ello nos llevaría a un largo relato y esto es un pequeño sermón.
Celia irá a Lourdes para pedir por su curación y el milagro de su hija. Pero morirá a los 46 años y Luis, el padre viudo, quedará al cuidado de sus hijas.
–Al menos, si la Santísima Virgen no me cura –escribe Celia–, yo la suplicaré la reforma de mi hija, el desarrollo de su inteligencia y que la haga santa.
Y así será, después de tres entradas fallidas en la vida religiosa. Un primer ensayo de dos meses en las clarisas de Lisieux; un segundo intento en la Visitación de Caen, seis meses; un nuevo intento en la misma Visitación, dos años; y un último intento, ya muerta su hermana santa Teresita, que será definitivo hasta su muerte. Tenía 35 años y profesará de salesa con el nombre de Francisca Teresa en la Visitación de Caen, donde morirá como religiosa, silenciosa y piadosa, el 16 de junio de 1941, a los 78 años de edad.
Su hermana Teresita, poco antes de morir, le había enseñado que no importa ser frágil, sentirse pequeño en este mundo, para acercarse al corazón de Dios. Escribirá a su hermana Leonia que en ese tiempo se halla en el mundo:
 –He llegado a entender que no hay sino ganar a Jesús por el corazón.
Ya en su definitivo convento, Leonia, en su sencillez, en su poquedad, seguirá los pasos de la vida de «infancia espiritual» que su hermana pequeña dejó dibujada en su libro Historia de un alma.
Y es así cómo Leonia, desde su inteligencia deficiente, desde su pequeñez, desde su humildad, supo seguir la estela de su hermana y la Iglesia quiere honrarla ahora con la gloria de los altares. Porque especialmente, dice el Evangelio, de los pequeños es el reino de los cielos.

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