¿Quién era Prisciliano? Promotor del
priscilianismo, movimiento que surgió a finales del siglo IV en Hispania.
Sulpicio Severo, su antiguo adversario, lo
retrata así: «Hijo de padres nobles, muy rico, dinámico, elegante, elocuente y
sabio por sus muchas lecturas, Prisciliano estaba siempre dispuesto a hablar y
a discutir... Poseía en abundancia los dones del espíritu y del cuerpo. Podía
resistir largas vigilias, el hambre, la sed. Nada inclinado a adquirir
riquezas, apenas usaba de las que poseía. En cambio, su vanidad era muy grande,
enorgulleciéndose con exceso de su saber en las cosas profanas. Hasta tenía
fama de haber andado mucho, desde muy joven, en cosas de magia. Apenas empezó a
propagar sus perniciosas doctrinas, y gracias a su fuerza de persuasión y a sus
dones de seductor, atrajo a muchos nobles y, en mayor número, a la gente del
pueblo. También acudieron a él multitud de mujeres afanosas de novedades,
vacilantes en su fe y empeñadas en saberlo todo».
Es decir, según dice un autor moderno,
Prisciliano era un seductor. Predicaba una vuelta a la pureza y simpleza de la
Iglesia primitiva, ya entonces viciada y acomodaticia.
Parece ser que no. La doctrina de
Prisciliano no era tan simplista. Él anatematiza a los falsos profetas y
proclama la divinidad de Jesucristo. Prisciliano suscita un movimiento
espiritual, ascético, iluminista, frente a la corrupción y decadencia que se
nota en algunas posturas de la Iglesia hispana. En los once tratados conservados
de Prisciliano no hay nada aparentemente heterodoxo.
Sin embargo, fue perseguido. La voz de
alarma la dio Higinio, obispo de Córdoba. Advirtió del peligro al obispo de
Mérida, Hidacio. La reacción de Hidacio fue violenta y la emprendió con dos de
sus obispos lusitanos: Instancio y Salviano, contagiados de este movimiento
espiritual, que, siguiendo la ruta de la Plata, ha venido de Galicia, patria de
Prisciliano, y ha penetrado en la Lusitania y la Bética. Hidacio, impetuoso,
condenó a los obispos Instancio y Salviano y al laico Prisciliano.
Después, el obispo de Mérida promueve un
concilio de los obispos de Hispania y Galia. Acompañado de Itacio, obispo de
Ossonoba (Faro), camina a Zaragoza donde se reúne con otros obispos españoles y
franceses. El concilio se celebró el 4 de octubre de 380. Asistieron doce
obispos: Valerio de Zaragoza, los acusadores principales Hidacio de Mérida e Itacio
de Ossonoba, Simposio de Astorga, vacilante, con un pie en la ortodoxia y otro
en el priscilianismo, Fitadio de Agen, y Delfín de Burdeos. En realidad, un
fracaso de concilio por el escaso número de asistentes.
Por los documentos que nos han llegado de
este concilio, en él no se condenó a nadie. Tan sólo se muestra la preocupación
por ciertas prácticas ascéticas extrañas y se le ve alertado para investigar
sobre lo que hubiera acerca de Prisciliano.
Pero de este concilio arranca la acción
persecutoria de Itacio, obispo de Ossonoba, contra Prisciliano, que no
terminará hasta su condena a muerte en el 385. Itacio escribió un libro
apologético contra Prisciliano que no se conserva. Lo sabemos por san Isidoro.
Prisciliano, mientras tanto, es consagrado
obispo de Ávila por los obispos Instancio y Salviano, que consagran a otros
obispos creando la discordia y la desunión en la iglesia hispana. Hidacio de
Mérida e Itacio de Ossonoba informan a san Ambrosio de Milán de la precaria
situación y recurren al emperador Graciano.
Prisciliano acude con los suyos a Roma.
Pero el papa Dámaso, hispano de origen, no le recibe. A su vuelta, pasa por
Milán y trata de convencer a san Ambrosio. Pero el obispo de Milán lo
desautoriza. Prisciliano apela al César y logra del emperador Graciano la
restitución de su diócesis de Ávila. Valiéndose de medios ilícitos, persigue a
Hidacio y a Itacio. Este, el obispo de Ossonoba, se refugia en la Galia y se
presenta en Tréveris, capital interina del usurpador Máximo, dueño entonces del
Imperio de Occidente. A Tréveris llega también Prisciliano, apelando la
autoridad civil de Máximo. En el proceso, el prefecto Evodio alega dos
acusaciones contra Prisciliano y los suyos. Les acusa de maniqueísmo y de
magia. Prisciliano responde que eso de la magia fue diversión de juventud,
abandonada al recibir el bautismo. Sin embargo, fue condenado a muerte con dos
compañeros.
Al ser juzgados Prisciliano y sus
compañeros, Sulpicio Severo desfoga sus iras contra Hidacio e Itacio, que «en
su codicia por la victoria se fueron más allá de lo conveniente». De Itacio
dice más: «Ciertamente de Itacio puedo asegurar que no tenía nada de ponderado,
nada de santo. Era atrevido, charlatán, desvergonzado, suntuoso, dado al
vientre y a la gula».
San Martín de Tours se encontraba en aquel
momento en Tréveris donde se estaba juzgando a Prisciliano y «no dejaba de
amonestar a Itacio que desistiera de la acusación. También interviene ante el
emperador Máximo, rogándole que se abstuviera de derramar la sangre de aquellos
infelices; bastante era que, juzgados como herejes por los obispos, fueran
expulsados de las iglesias, pues era un crimen nuevo e inaudito que un juez
secular juzgara una causa de la Iglesia».
Máximo Clemente prometió a san Martín que
atendería su súplica, pero cuando el santo marchó de Tréveris, el juicio siguió
adelante y Prisciliano y sus socios fueron condenados a la decapitación.
Un sínodo celebrado en Tréveris declaraba a
Hidacio de Mérida e Itacio de Ossonoba inocentes de la sangre de los
ajusticiados por la justicia imperial. Entre los priscilianistas condenados se
encontraban Latroniano, magnífico poeta celebrado por san Jerónimo; Tiberiano,
también citado por el santo de Belén; y Asarbo que, con Tiberiano, compuso un Apologético.
Tras la muerte de Prisciliano, su doctrina
se propagó fuertemente por Galicia y Prisciliano venerado como mártir. Los
cuerpos de los ajusticiados fueron traídos a Galicia y dado culto. Hay quien ha
apuntado que la tumba que en la época medieval apareció en Compostela
pertenecía a Prisciliano. Sería una curiosa broma de la historia que los restos
del sepulcro de Santiago sean los de Prisciliano y no los de Santiago apóstol.
No pocos historiadores se inclinan a ello.