En cierta ocasión, el arzobispo de Sevilla cardenal
Bueno Monreal nombró para un cargo diocesano muy importante a un sacerdote, que
estaba muy preparado y aparecía con un sin fin de cualidades como clérigo y
como persona. Comentando poco después el cardenal con otro sacerdote qué le
había parecido ese nombramiento, el cura le dijo a Su Eminencia:
–Me ha parecido muy mal.
Sorprendido el cardenal por la respuesta,
le dijo:
–Señor cardenal, no lo veo nada bien porque
este señor a quien le ha dado Ud. un cargo tan importante no sabe reírse.
Y es que saber reír, sonreír al menos, es
una terapia de vida y en el sacerdocio un eje fundamental de apostolado. Ya
decía san Ignacio de Loyola:
–Ríe y hazte fuerte.
A un novicio jesuita le dijo:
–Siempre te veo sonreír y me alegro de
ello.
Y hubo alguien que dijo:
–El buen humor constituye las nueve décimas
partes del Cristianismo.
Si el no reír es negativo para un
sacerdote, mucho más lo es para un obispo. Conozco a un arzobispo al que no se
le ve sonreír. Parece que está siempre con el Código de Derecho Canónico bajo
el sobaco para dar con sus cánones en la testa del más pintado. En otros
tiempos, esto era oficio propio de inquisidor.
Hemos tenido santos que han sobresalido por
su ingenio y humorismo. Por ejemplo, Teresa de Jesús, Cura de Ars, Felipe Neri,
Francisco de Sales…
De Teresa de Jesús, que dijo aquello: «De
devociones bobas nos libre Dios», cuento un amplio repertorio de ocurrencias en
mi biografía de la Santa de Ávila, titulada: «Teresa de Jesús, esa mujer».
El Cura de Ars poseía un gran sentido del
humor. Una señora especialmente corpulenta le preguntó en cierta ocasión:
–¿Qué debo hacer para entrar en el cielo?
Y el santo Cura de Ars le contestó con
sorna:
–¡Tres Cuaresmas, hija mía!
Otra dama le dijo:
–¡A mí nunca me han hecho esperar, ni
siquiera en el Vaticano!
–Es posible, señora, pero aquí tendrá que
esperar por primera vez.
Cuando pidieron firmas para echarlo del
pueblo, el Cura de Ars firmó también:
–Ahora que ya tienen mi firma, nadie dirá
que falta materia para que yo quede convicto de culpa.
Y al ser nombrado canónigo, lo primero que
hizo fue vender la muceta. Escribió al obispo:
–La he vendido por cincuenta francos y
estoy muy satisfecho del precio.
San Felipe Neri, como buen florentino, era
chistoso y ocurrente. Decía de él el cardenal Capacelatro:
–Había en su carácter un rasgo que los
jóvenes nunca dejaron de admirar: en todo momento se mostraba alegre y jovial.
Felipe Neri solía repetir:
–Un espíritu alegre llega a la perfección
con mayor rapidez que cualquier otro.
Y también:
–La alegría cristiana es un don de Dios que
fluye de la buena conciencia… En mi casa no quiero tristezas.
Un día de fiesta, estando a la mesa con
otros comensales, dijo:
–Estoy seguro de que Baronio va a decirnos
que la alegría cristiana brota de la continua meditación de la muerte.
Se refería a César Baronio, cardenal e
historiador italiano.
Francisco de Sales era otro santo de un
gran sentido del humor. Valga un ejemplo. Reprendió a un amigo que se había
burlado de un jorobado:
–Las obras de Dios son perfectas –le dijo.
Y el amigo le replicó:
–¿Cómo perfectas, si ese hombre es
jorobado?
–Sí, pero puede ser un jorobado perfecto.
Y así podríamos seguir con el humor de
tantos santos. Pensemos que todo lo que viene de Dios es alegre. Es la
definición de Dios de Ramón Llull:
–Dios es Fiesta.
Valgan finalmente las palabras del mismo
Jesús que recojo del Evangelio de san Juan:
–Os he dicho estas cosas para que mi
alegría esté dentro de vosotros, y vuestra alegría sea completa (Jn 15,11); ...pero
vuestra tristeza se cambiará en alegría (Jn 16,20); vosotros estáis ahora
tristes, pero yo os veré otra vez y vuestro corazón se alegrará, y nadie os
quitará ya vuestra alegría (Jn 16,22).
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