jueves, 26 de septiembre de 2019

La Cabeza del Rey Don Pedro


¿Qué sevillano, si cruza
de la noche en el silencio
las mezquinas callejuelas,
llenos de calma y misterio,
de la antigua judería,
o del barrio macareno,
o si al Alcázar se acerca,
o a calle del Candilejo,
no mira vagar la sombra
del rey don Pedro el primero?
...
Y calles, jardines, plazas,
iglesias y monasterios,
todo en Sevilla repite
el nombre del rey don Pedro.
Dejó aquí tantas memorias,
tan indelebles recuerdos,
que él estará entre nosotros
más vivo cuanto más muerto.
  


Este romance de Cano y Cueto refleja el afecto que la Sevilla romántica del XIX tributó a don Pedro I el Cruel. Para Sevilla no es el Cruel, sino el Justiciero, como le bautizara Felipe II.
¿Cómo era el rey don Pedro?
En descripción de López de Ayala, siendo Pedro I noble entre los nobles, no podía ser menos que «blanco e rubio». Lástima que «ceceaba un poco en la fabla» y le sonaban las canillas. Pero era parco en el dormir, parco en el comer, y amante de mujeres.
Dos características predominaban en Pedro I: su cruel­dad y su lascivia. De ambas cosas dio sobradas muestras, a pesar de que los románticos sevillanos nos quieran presentar la imagen de un Pedro I tan severamente justiciero como caballeroso con las damas.
No nos hallamos ante un rey normal. «Ser rey y ser rey en la Edad Media –cuenta el doctor Gonzalo Moya, que en 1968 realizó un estudio médico de los restos de rey don Pedro, que se hayan en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla– constituía una pé­sima condición para que un paralítico cerebral fuera ‘domesticado’, como dice con extraordinaria perspicacia Saa­vedra Fajardo. Esta mezcla inextricable de impulsividad, inestabilidad emocional, violencia, indiferencia y abulia no es propia de un individuo normal. Por ello, creemos que ha­bría que llamar a Pedro I el loco y no el cruel; merece el primer epíteto con más justicia todavía que el segundo y desde luego con más razón que la pobre doña Juana, la hija de los Reyes Católicos».
Definitivamente, no fue un rey normal... su desequilibrio mental, causa de la crueldad que manifestó a lo largo de su reinado, le su­puso el calificativo de Cruel, con el que ha pasado a la historia.
Pero Sevilla lo quiere, amorosamente, enfermizamente. Y lo recuerda con sus leyendas impresas en las piedras del Alcázar y calles de la ciudad. Una de las más populares, recordada con una hornacina y una calle en el nomenclátor de Sevilla, es ésta.
Érase una vez... Hay que comenzar así, que de leyenda se trata. Érase una vez allá por los años de mediados del siglo XIV, cuando el rey don Pedro, embozado en su capa, salió ya anochecido del Alcázar a corretear por Sevilla... Que lo cuente la Crónica de don Juan de Castro, obispo de Jaén, que esta leyenda tiene hondas raíces de verdad histórica. Salió el rey una noche del Alcázar de Sevilla y mató a un hombre en los Cinco Can­tillos. Al ruido de las cuchilladas, una vieja sacó un candil y vio la riña. Al día siguiente, Domingo Cerón, alcalde del rey, fue a averiguar la muerte y halló que el rey había hecho el homicidio por la información de la vieja, que dijo había conocido al rey porque le crujían las rodillas como nueces, y este ruido hacía el rey cuando andaba, y era conocido por ello. Domingo Cerón volvió al Alcázar, se sentó en la silla del juicio que estaba a la puerta, y esperó con la vara en la mano a que el rey saliese a misa a Santa María (la Catedral), y al salir hizo reverencia al rey y humilló la vara. El rey le dijo:
–¿Cómo estáis despacio, aviendome dicho los malos fechos y muerte que avido esta noche? Domingo Ceron dijo: ya está todo averiguado, y el matador no a fuido, que está presente. Preguntó el Rey: –Quien es que yo le faré quitar la cabeza y ponella en el lugar de la muerte. Domingo Ceron se echó a sus pies y le dijo: Vtra. Sª. a dado la sentencia, mas yo porné una cabeza de mi fijo Martin Ceron por la de Vtra. Señoría. El Rey dio por bien averiguada la causa y mandó poner su cabeza en lugar que llaman Candilejo y Domingo Ceron colgó la vara a la puerta de las Capillas reales por aver tenido al Rey en su juiçio.»
En el lugar del suceso, una estatua de medio cuerpo recuerda todavía, junto al nombre de la calle, el curioso lance que sostuvo don Pedro el Cruel en noche sevillana con otro caballero y el descubrimiento por la vieja del candil al oírle sonar las canillas al rey. Aparece el monarca de medio cuerpo, coronado, con armadura y manto real, su diestra empuña un cetro que se apoya sobre su pecho y la izquierda descansa sobre su espada. Fue colocada por el Ayuntamiento de la ciudad el 26 de septiembre de 1608, sustituyendo a una cabeza de barro, que el duque de Alcalá adquirió al dueño de aquella casa, que la tenía arrumbada en un rincón de la casa. El duque la tuvo «por verdadera efigie del rey don Pedro o muy parecida». «Y repitiendo las señas de la cabeza dezia que juzgaba era de barro cocida y pintada con el pelo corto, que solo le cubria el cuello, cortado alrededor y cercenado por la frente como entonces se usaba, sin bigotes ni barbas, el rostro algo abultado, y en la cabeza un bonete redondo, trage de aquel tiempo», según se lee en un manuscrito antiguo de la Biblioteca Colombina, transcrito por Gestoso. Esta cabeza, la primitiva, la originaria, se custodia en la Casa de Pilatos.

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