miércoles, 18 de septiembre de 2019

María de la Purísima visita la casa de Roma


Hoy, festividad de santa María de la Purísima, Hermana de la Cruz, quiero reseñar un momento de su vida.
Poco tiempo después de ser elegida Superiora General, año 1977, María de la Purísima marcha a Roma para la visita del convento romano de las Hermanas. Mejor dicho, del piso romano, Via del Pellegrino, 96, en el corazón de Roma, cuarto piso. (Hoy tienen dos pisos, cuarto y quinto, en un viejo edificio propiedad de la embajada española). Este convento de Roma, enclavado en una casa de vecinos, recibe al que llega con la cruz en la puerta y las fotos de la Macarena y de Sor Ángela de la Cruz. Y muchas macetas de aspidistras. Un rincón sevillano en la Roma eterna, y unas monjas aquellas, ay, qué estupendas, capitaneadas entonces por la superiora, que conocí, Hermana Loreto, una santa, en vida y en su muerte.


 Estando la Madre General en Roma, les dijo un día la misa el cardenal Pironio, que era el Prefecto de la Sagrada Congregación de religiosos. Y antes de la bendición final, se dirigió a María de la Purísima y le dijo:
–En nombre del Señor y del Santo Padre, no cambiéis, sed fieles a vuestro espíritu contemplativo, a vuestra austeridad, y a vuestro servicio a la Comunidad y a los pobres.
A María de la Purísima le tocó el alma estas palabras del cardenal.
–Me hizo mucha impresión –se dijo–, y renové mi propósito de luchar por mantener el espíritu de nuestro Instituto como Madre lo soñó.
Al llegar a Sevilla, María de la Purísima escribió a las Hermanas su segunda carta como Madre General. Y les contó la recomendación del cardenal Pironio, desglosando sus palabras.
Espíritu contemplativo…
–Madre quería que fuésemos contemplativas con la oración y activas por nuestro servi­cio a los pobres y demás ministerios. Esto nos exige una oración intensa que nos haga vivir una vida de fe profunda, y nos impida dejarnos asfixiar por las cosas materiales; para ello necesitamos intensificar nuestra oración, vida interior y el silencio. Tendemos a vivir una vida natural, dando más valor a las compensaciones humanas que a lo que nos hace adquirir méritos y nos ayuda a practicar virtudes. Deseo que llenemos de verdad nuestra vocación que con tanto entusiasmo abrazamos.
Austeridad…
–Al ver tantos Institutos que lamentan haber cedido y dado más amplitud de la que debieron, pienso que nosotras nos mantendremos en el camino recto si cada una sabe exigirse el cumplimiento de la Santa Regla que un día abrazamos con ilusión, y prometimos guardar fielmente. Este espíritu de austeridad nos distingue de otras Congregaciones, y nosotras nos gloriamos de él, pero si no nos sacrificamos por conservarlo acabaremos por perderlo.
Servicio a la Comunidad…
–Es costoso y requiere un gran espíritu sobrenatural, ya que somos muy distintas las que componemos las Comunidades, y tenemos que sacri­ficar continuamente nuestra manera de ser para que haya paz y unión.
Servicio a los pobres…
–Con respecto a los enfermos y necesitados, generalmente nos sacrificamos con generosidad, pero nos falta ese punto que Madre tanto nos decía: «considerarlos como a nuestros señores». Y... ¡qué paciencia se necesita en el trato con las niñas! y ¡cuánto espíritu sobrenatural para trabajar sin recompensa!
En conclusión…
–Piensen en la responsabilidad que todas tenemos de conservar el espíritu de Hermana de la Cruz. Recuerden lo que nuestro Padre Torres dijo a aquel señor que se quejaba con él de la austeridad de las Hermanas: «Quiten la penitencia a las Hermanas de la Cruz, y serán todo, menos Hermanas de la Cruz». Y también lo que dijo Madre a las novicias el año 1931 al cantarle unos versillos que decían al concluir: «Hasta el final de los tiempos durará la Institución». «Eso en vosotras está, si sois fieles al espíritu durará hasta el fin de los tiempos; pero si degeneráis y no viven para lo que Nuestro Señor la inspiró, no tendrá razón de ser, y podrá deshacerse como la sal en el agua».
Ya saben las Hermanas lo que piensa la Madre General.
–Nos gloriamos –les dice finalmente– de no haber cambiado, pero… preguntémonos sinceramente a nosotras mismas: ¿Somos como las primeras? ¿Tan pobres, tan austeras, tan sumisas? Es verdad que los tiempos han cambiado mucho, quizá diréis, pero las virtudes son las mismas, Dios no se muda. En este mes de mayo consagrado a la Santísima Virgen las animo a que trabajen en el espíritu sobrenatural, teniendo por «estiércol» –como dice san Pablo– todo lo que no sea Cristo, y Este, crucificado.

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