martes, 3 de septiembre de 2019

Sevilla, sede de un Concilio de la Iglesia


El artículo que publiqué el pasado 6 de agosto en ABC de Sevilla y reproducido en mi web: «¿Tendremos un cardenal sevillano?», se ha hecho realidad bien pronto. El pasado domingo 1 de septiembre envié un whatsapp a monseñor Miguel Ángel Ayuso, que se hallaba de vacaciones en Sevilla: «Feliz viaje a Roma». Enseguida me contestó: «Querido Carlos: muchísimas gracias. Salgo esta tarde noche…». Una hora más tarde, me escribe: «Me acaban de decir que el Papa ha convocado un Consistorio para el día 5 de octubre y que me ha nombrado cardenal. Qué emoción. Me ha cogido de sorpresa». Y así he sabido del propio monseñor que se hallaba entre los 13 nuevos cardenales nominados.


 Hace unos quince días estuvo en casa a saludarme y pudimos conocernos en persona. Es un verdadero misionero y por tanto una persona muy humilde, a pesar de su altura, todo un hombretón. Me he topado con un cardenal plurilingüe, con dominio del árabe, inglés, francés e italiano, amén del español y el latín. Hace unos días se había  creado un Comité interreligioso para poner en práctica la Declaración de Abu Dabi, para instrumentar los ideales de tolerancia y cooperación fraterna incluidos en el Documento de Fraternidad Humana firmado por el papa Francisco y el Gran Imam de Al Azhar, Ahmed el-Tayyeb, en la capital de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) el pasado mes de febrero. Este Comité estará formado por Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, y el profesor Mohamed Hussein Mahrasawi, presidente de la Universidad Al-Azhar, entre otras figuras religiosas. Y tras este último nombramiento de hace unos días, el cardenalato…
Y ahora me pongo a soñar o a profetizar de nuevo. ¿Y si en el próximo cónclave monseñor Ayuso es elegido Papa? Sería la repanocha. Tendríamos un Papa sevillano, criado en el barrio de Heliópolis, cerca del estadio del Betis: Un Papa sevillano… y bético…
Y sigo soñando. Como es humilde al estilo de un Juan XXIII, se levanta una mañana y bajo el soplo del Espíritu Santo se dice:
–Hay que convocar un nuevo Concilio ecuménico, que purifique a la Iglesia. ¿Dónde? No en Roma, que está ya muy vista. En mi querida Sevilla…
Y hete aquí que, seis siglos después, se cumpliría en la capital hispalense el deseo de celebrar dentro de sus muros un Concilio de la Iglesia.
Porque tienen que saber que en el verano de 1434, el cardenal Cervantes, que también era sevillano, fue enviado por el Concilio de Basilea en mi­sión conciliadora a Florencia, donde se hallaba exiliado por una revuelta ocurrida en Roma el Papa Eugenio IV, que había optado por la disolución del Concilio, y fue ganado de nuevo a la causa del Papa. Cuando volvió al Concilio en 1436 iba en calidad de legado a latere junto al cardenal Alber­gati, para llegar a un arreglo especialmente en la cuestión económica: el Papa necesitaba dinero para pagar a los grie­gos que, amenazados de los turcos, trataban de unirse a la Iglesia latina.
Nombrado obispo de Ostia, Cervantes siguió en el Conci­lio defendiendo siempre la posición pontificia. Cuando en 1436 se planteó el traslado del Concilio de Basilea a un lugar que fa­voreciera la presencia de los griegos, defendió el punto de vista de la minoría, es decir, del Papa.
Reducido el imperio de los Paleólogos a Constantinopla y Morea por el acoso de los turcos, la unión de los griegos parecía propicia y Eugenio IV tomó el tema de la unidad de los cristianos como bandera de su pontificado. Se llegó a un acuerdo de que los gastos de la embajada griega correrían a cargo de los occidentales, pero a la hora de elegir la ciu­dad del encuentro surgen las diferencias. El Papa propone una ciudad italiana por su cercanía a él y fácil acceso a los griegos; el Concilio, por no dar el sí al Papa, baraja una serie de lugares allende la fron­tera de Italia. Y aquí surge la anécdota curiosa que ha per­manecido perdida en el fragor de este polémico Concilio.
Entre otras ciudades europeas que aparecían sobre el ta­pete ante los padres conciliares con los típicos reclamos turísticos de hospitalidad, buen clima, etc., la embajada castellana dejó caer también su propuesta.
En los reinos de España, proclamaron en un solemne la­tín, existían muchas ciudades en las que se podría celebrar un Concilio ecuménico, pero entre todas ellas sobresalía una, Sevilla, a la entrada misma del Mediterráneo, abundosa en todo lo necesario a la vida humana, «adeo ut intra orbis no­bis notum ulla fertilior, ulla amenior, ulla denique aeris equalitate salubrior nunquam vel vix reperiri valeret», ni más fértil, ni más amena, ni de un aire más saludable en todo el orbe conocido. Y aunque un poco lejos, reconocen en su informe, que ocupa dos buenas páginas en latín, a los griegos les resultará de fácil acceso al poder llegar hasta los mismos muros de la ciudad en sus barcas de remos.
No prosperó la petición castellana, pero ahí queda ese bonito piropo a la ciudad de Sevilla proclamado por nuestros embajadores en el Concilio de Basilea.
¿Se hará ahora realidad? Perdón, todo es una ensoñación. Felicidades al nuevo cardenal sevillano.

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