jueves, 16 de enero de 2014

Tonterías totalitarias

Las tonterías las hacen los tontos. Y las tonterías totalitarias supongo que las hacen los tontos totalitarios. Hoy pretendo que este “sermón” sea un divertimento. Ante tantas crisis, confrontaciones, discrepancias, conflictos, disputas, diferencias y contrastes en la vida nacional, desde mi observatorio de jubilado prefiero tomar la vida con calma, que el corazón lo tengo chungo y se puede descontrolar.
Hablemos, pues, de tonterías. Y para que nadie se ofenda, buscaré un personaje fuera del ámbito nacional y del tiempo actual. Por ejemplo, Mussolini, a quien estudio, junto con Hitler, por eso de ser contrapunto de la figura de Pío XII, que ahora me interesa investigar.
Confesó el Duce, que con este nombre se le exaltaba, a su yerno Ciano, ministro de Asuntos Exteriores:
–Sobre mi tumba quiero este epígrafe: aquí yace uno de los animales más inteligentes que vivieron en este mundo.
Por de pronto ya sabemos que era bastante animal, no soy yo quien lo insulta. Como también confiesa su yerno por ese tiempo de 1937 en su Diario los proféticos pensamientos de su suegro:
El Duce tuvo un arrebato de ira contra los Estados Unidos, país de negros y judíos, elemento perjudicial para la civilización. Quiere escribir un libro: “Europa en el año 2000”. Los pueblos que gozarán del predominio serán el italiano, el alemán, el ruso y el japonés. Los demás pueblos serán aniquilados por el ácido de la corrupción judaica. Hasta se niegan a tener hijos porque cuesta cierto dolor. No saben que el dolor es el único elemento creativo en la vida de los pueblos. Y también en la de los hombres.
Era pequeño de estatura y afirmaba su personalidad inflando sus pulmones y echando el pecho hacia atrás. Talmente como cierto obispo con el que me topé hace algún tiempo, cuando yo era consiliario general scout y me veía con ellos por razón de mi cargo. Con el tal, todavía en activo, tuve algún que otro encuentro, por no llamarlo encontronazo. Pequeño de estatura, caminaba por los largos corredores de su obispado, las manos en los bolsillos y sacando pecho, como insuflándose en los pulmones aires de suficiencia. Pero esto es un inciso.
Los caricaturistas no dejaron de escapar ningún aspecto de la fisonomía de Mussolini. Lo representaban, siempre negativamente, como un oso, un gorila, un púgil, un globo… y resaltaban especialmente la mandíbula de su rostro. Un célebre caricaturista, trazando su perfil en una viñeta, puso al pie:
–Esta mandíbula es la garantía de Italia.
¿Queréis creer que al ver esta viñeta se me vino a la mente la figura de un político “español” contemporáneo? Pongo español entre comillas, porque presumiblemente el tal señor se puede ofender bajo este adjetivo calificativo. Esto es también otro inciso.
En 1938, Mussolini, el Duce, llegó al máximo de su gloria. Fue el año en que recibió a Hitler y quiso mostrar al dictador alemán las bellezas del arte romano.
Llevado del trastorno narcisista de la personalidad que padecía, regaló a Hitler el Discóbolo de Mirón, una de las obras maestras del arte griego. Menos mal, que pasada la segunda guerra mundial, Italia lo pudo recuperar.
Un diario de Turín publicó en cierta ocasión la siguiente pregunta:
–¿Quién es Benito Mussolini?
Y los lectores se lanzaron a enviar respuestas y el director a publicarlas sin tener en cuenta su contenido positivo o negativo. Mussolini se irritó y envió el siguiente telegrama al prefecto de la ciudad:
–Diga al director de ese diario y le ruega que clausure el referéndum con esta autodefinición: “Puesto que el honorable Mussolini declara que no sabe exactamente quién es él, difícilmente lo podrán saber otros”. Hecha esta declaración, y publicada, suspenda el referéndum, que podrá ser tomado, en todo caso, tras cincuenta años.
El 1 de febrero de 1938, en una ceremonia militar en el Coliseo romano, fue presentado oficialmente el “paso romano”, imitación del “paso de la oca” nazi. Y una circular dirigida a todas las organizaciones del partido fascista ordenaba el uso del “tú” y la prohibición del “usted” en la lengua hablada y escrita. Otra circular posterior, prohibía “estrechar la mano”, sustituida por el saludo romano del brazo extendido al estilo igualmente nazi. Y lo que es más chusco: la orden de que todos los secretarios federales y miembros del Directorio nacional fueran llamados para realizar tres pruebas deportivas: salto, equitación y natación. Y hete aquí que el 30 de junio de 1938, en presencia del Duce, se iniciaron las pruebas deportivas de los jerarcas fascistas. El secretario general Starace –tipo que bombardearía el Vaticano en 1943– supo dar una demostración de salto a través de un círculo de fuego.
Días más tarde, 5 de julio, se prohíbe a la prensa italiana publicar entrevistas, novelas y relatos “que no estén redactados en el estilo fascista”.
Y la locura vino, cuando el 14 de julio, un grupo de historiadores, al servicio del Duce, publicaron en la prensa un Decálogo con los principios raciales del fascismo. (Otro inciso: ¿Os suena eso de un congreso de historiadores al servicio de la causa?)
Y comenzó la persecución de los judíos.
Tonterías totalitarias que llevarían a Italia a entrar en 1940 en la segunda guerra mundial para recibir tortas por todos los lados. Pero hay un dicho italiano que dice:
–El italiano está hecho para el amor, no para la guerra.
Y este otro:
–Quien huye de una guerra sirve para la próxima.

Los que hayan estudiado la guerra civil española saben de la justeza de este último dicho.

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