Las
tonterías las hacen los tontos. Y las tonterías totalitarias supongo que las
hacen los tontos totalitarios. Hoy pretendo que este “sermón” sea un
divertimento. Ante tantas crisis, confrontaciones, discrepancias, conflictos,
disputas, diferencias y contrastes en la vida nacional, desde mi observatorio
de jubilado prefiero tomar la vida con calma, que el corazón lo tengo chungo y
se puede descontrolar.
Hablemos,
pues, de tonterías. Y para que nadie se ofenda, buscaré un personaje fuera del
ámbito nacional y del tiempo actual. Por ejemplo, Mussolini, a quien estudio,
junto con Hitler, por eso de ser contrapunto de la figura de Pío XII, que ahora
me interesa investigar.
Confesó
el Duce, que con este nombre se le exaltaba, a su yerno Ciano, ministro de
Asuntos Exteriores:
–Sobre
mi tumba quiero este epígrafe: aquí yace uno de los animales más inteligentes
que vivieron en este mundo.
Por
de pronto ya sabemos que era bastante animal, no soy yo quien lo insulta. Como
también confiesa su yerno por ese tiempo de 1937 en su Diario los proféticos
pensamientos de su suegro:
–El Duce tuvo un arrebato de ira contra los Estados Unidos, país de
negros y judíos, elemento perjudicial para la civilización. Quiere escribir un
libro: “Europa en el año 2000”. Los pueblos que gozarán del predominio serán el
italiano, el alemán, el ruso y el japonés. Los demás pueblos serán aniquilados
por el ácido de la corrupción judaica. Hasta se niegan a tener hijos porque
cuesta cierto dolor. No saben que el dolor es el único elemento creativo en la
vida de los pueblos. Y también en la de los hombres.
Era
pequeño de estatura y afirmaba su personalidad inflando sus pulmones y echando
el pecho hacia atrás. Talmente como cierto obispo con el que me topé hace algún
tiempo, cuando yo era consiliario general scout y me veía con ellos por razón
de mi cargo. Con el tal, todavía en activo, tuve algún que otro encuentro, por
no llamarlo encontronazo. Pequeño de estatura, caminaba por los largos
corredores de su obispado, las manos en los bolsillos y sacando pecho, como
insuflándose en los pulmones aires de suficiencia. Pero esto es un inciso.
Los
caricaturistas no dejaron de escapar ningún aspecto de la fisonomía de
Mussolini. Lo representaban, siempre negativamente, como un oso, un gorila, un
púgil, un globo… y resaltaban especialmente la mandíbula de su rostro. Un
célebre caricaturista, trazando su perfil en una viñeta, puso al pie:
–Esta
mandíbula es la garantía de Italia.
¿Queréis
creer que al ver esta viñeta se me vino a la mente la figura de un político
“español” contemporáneo? Pongo español entre comillas, porque presumiblemente
el tal señor se puede ofender bajo este adjetivo calificativo. Esto es también
otro inciso.
En
1938, Mussolini, el Duce, llegó al máximo de su gloria. Fue el año en que
recibió a Hitler y quiso mostrar al dictador alemán las bellezas del arte
romano.
Llevado
del trastorno narcisista de la personalidad que padecía, regaló a Hitler el
Discóbolo de Mirón, una de las obras maestras del arte griego. Menos mal, que
pasada la segunda guerra mundial, Italia lo pudo recuperar.
Un
diario de Turín publicó en cierta ocasión la siguiente pregunta:
–¿Quién
es Benito Mussolini?
Y
los lectores se lanzaron a enviar respuestas y el director a publicarlas sin tener
en cuenta su contenido positivo o negativo. Mussolini se irritó y envió el
siguiente telegrama al prefecto de la ciudad:
–Diga
al director de ese diario y le ruega que clausure el referéndum con esta
autodefinición: “Puesto que el honorable Mussolini declara que no sabe
exactamente quién es él, difícilmente lo podrán saber otros”. Hecha esta
declaración, y publicada, suspenda el referéndum, que podrá ser tomado, en todo
caso, tras cincuenta años.
El
1 de febrero de 1938, en una ceremonia militar en el Coliseo romano, fue
presentado oficialmente el “paso romano”, imitación del “paso de la oca” nazi.
Y una circular dirigida a todas las organizaciones del partido fascista
ordenaba el uso del “tú” y la prohibición del “usted” en la lengua hablada y
escrita. Otra circular posterior, prohibía “estrechar la mano”, sustituida por
el saludo romano del brazo extendido al estilo igualmente nazi. Y lo que es más
chusco: la orden de que todos los secretarios federales y miembros del
Directorio nacional fueran llamados para realizar tres pruebas deportivas:
salto, equitación y natación. Y hete aquí que el 30 de junio de 1938, en
presencia del Duce, se iniciaron las pruebas deportivas de los jerarcas
fascistas. El secretario general Starace –tipo que bombardearía el Vaticano en
1943– supo dar una demostración de salto a través de un círculo de fuego.
Días
más tarde, 5 de julio, se prohíbe a la prensa italiana publicar entrevistas,
novelas y relatos “que no estén redactados en el estilo fascista”.
Y
la locura vino, cuando el 14 de julio, un grupo de historiadores, al servicio
del Duce, publicaron en la prensa un Decálogo con los principios raciales del
fascismo. (Otro inciso: ¿Os suena eso de un congreso de historiadores al
servicio de la causa?)
Y
comenzó la persecución de los judíos.
Tonterías
totalitarias que llevarían a Italia a entrar en 1940 en la segunda guerra
mundial para recibir tortas por todos los lados. Pero hay un dicho italiano que
dice:
–El
italiano está hecho para el amor, no para la guerra.
Y
este otro:
–Quien
huye de una guerra sirve para la próxima.
Los
que hayan estudiado la guerra civil española saben de la justeza de este último
dicho.
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