No
hay momento mejor que el domingo de Resurrección para hablar del Día del Señor.
Ya en los Hechos de los Apóstoles se decía que los cristianos se reunían el
primer día de la semana “para la fracción del pan”. No escogieron precisamente
el jueves, día de la institución de la Eucaristía, sino el domingo, en recuerdo
de la resurrección del Señor. Para los primeros cristianos, el domingo era un
día de fiesta, no una obligación. “Partían el pan en las casas y comían juntos
alabando a Dios con alegría y de todo corazón” (2, 46).
Hay
numerosos textos de los primeros años del cristianismo que refieren la alegría
y el contento de los cristianos en sus reuniones dominicales. Pero me voy a
referir a una muy significativa: el testimonio de los mártires de Abitinia en
el año 304, durante la persecución de Diocleciano. Comparecen ante el procónsul
31 hombres y 18 mujeres por haberse reunido ilegalmente, desobedeciendo el
edicto imperial. El presbítero Saturnino le contesta:
–Nosotros
debemos celebrar el día del Señor. Es nuestra ley.
El
lector Emérito, en cuya casa había tenido lugar el encuentro, exclama a
continuación:
–Es
cierto que hemos celebrado en mi casa el día del Señor, porque no podríamos
vivir sin el día del Señor.
Y
seguidamente añade Victoria:
–Yo
también he participado en la reunión porque soy cristiana.
En
un ambiente hostil, los cristianos sienten la necesidad vital de reunirse el
domingo y sentir la alegría de celebrar juntos el día del Señor. Como escribió
san Jerónimo:
–Todos
los días fueron creados por el Señor, pero los demás días pueden pertenecer a
los judíos, a los herejes y hasta a los gentiles. Nuestro día es el domingo, el
día de la resurrección. Se le llama día del Señor, porque en ese día el Señor
volvió triunfante.
Lo
que también ratifica san Agustín:
–El
día del Señor no fue revelado a los judíos, sino a los cristianos por medio de
la resurrección de Cristo. Por esto lo celebramos.
No
es tanto para nosotros un día de descanso (carácter propio del sábado judaico),
cuanto un día activo de alegría. “Peca quien en este día está triste”, se lee
en la Didascalia. “Pasamos en alegría el día octavo, aquel en que resucitó el
Señor”, se dice en la Carta de Bernabé. “Celebramos el día del Señor como un
día de alegría, pues en este día resucitó Cristo, y así se nos ha enseñado que
en este día no debemos arrodillarnos”, escribe Pedro de Alejandría.
Fiesta
y gozo, porque el Señor resucitó. Así podremos resumir el talante de aquellos
cristianos en su reunión semanal en torno al altar. ¿Y hoy?
Lo
dejo a vuestra meditación. Pero cuando se ve a más de un cristiano llegar tarde
a la reunión dominical, jadeante, con las llaves del coche en las manos,
colocado tras un pilar del templo y mirando continuamente el reloj para salir
disparado antes de que termine la misa hacia su coche que le llevará presuroso
al chalé de los domingos, uno se pregunta dónde está el gozo y la alegría,
dónde la paz y la comunión de los hermanos.
Más
parece una obligación y un trámite que cuanto antes y más rápidamente se pase,
mejor.
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