miércoles, 16 de abril de 2014

¿Pilato nació en Sevilla?

Pensaréis que es una broma, pero tengo una biografía de Pilato, ilustre personaje recordado todas las Semanas Santas por su papel de débil y pastelero político. Cómo firmó la sentencia de muerte de Jesús, a sabiendas de que era injusta, para salvar su carrera política, que peligraba en aquellos momentos si se enfrentaba a los judíos.
La biografía está escrita por el periodista italiano Ottorino Gurgo, napolitano que vive en Roma y en tiempos fue compañero de Indro Montanelli en las lides periodísticas.
Describiendo los orígenes oscuros de Pilato, dice Gurgo:
–Según uno de estos relatos, entre los más acreditados, Pilato nació en España, en Ispalis, en la región andaluza, de una indígena, unida por vínculo matrimonial ex usu a Tito Ponzio, centurión romano dotado de excepcional fuerza física, combatiente del séquito de Seio Strabone.
Así que ya saben. Según Ottorino Gurgo, Pilato nació con toda probabilidad en la ciudad hispalense de la Bética romana, o séase, la Sevilla de hoy, de una sevillana y de un centurión romano. Solo hace falta que esta noticia llegue a oídos de los cocheros sevillanos y lleven a los turistas, calle Águilas arriba, hasta dar con la Casa de Pilatos. Sí, Pilatos terminado en «s», que en Sevilla, Pilato se escribe Pilatos, porque somos muy finos, aunque luego en el habla nos comamos las eses.
Que cuenta la leyenda que llevaba un cochero de paseo a unos clientes y, al pasar por la Casa de Pilatos, les dijo:
–Esta es la casa del señor Pilatos, ¡ese tío que casi nos desgracia la Semana Santa!
Como diciendo: si no hubiera firmado la sentencia de muerte, ni tendríamos Semana Santa de Sevilla ni ná de ná.
Cuenta Gurgo que Pilato debe su apellido a la precoz calvicie que tenía. Y así, según creo, lo retratan en no pocos misterios de la pasión según Sevilla.
–Su aspecto físico –continúa Gurgo– era feo: bajo, calvo, piel grasienta, mirada esquiva, manos pequeñas y achaparradas.
El papa Francisco, en la homilía de este domingo de Ramos, improvisó un texto no escrito donde iba repitiendo insistentemente estas palabras:
–¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor?... ¿Soy yo como Judas? ¿Soy yo un traidor?... ¿Soy yo como Pilato que cuando veo que la situación es difícil, me lavo las manos y no sé asumir mi responsabilidad y dejo condenar – o condeno yo – a las personas? ¿Soy yo como aquella muchedumbre que no sabía bien si estaba en una reunión religiosa, en un juicio o en un circo, y elije a Barrabás?...
¿Soy yo como Pilato?
Pilato no era amigo de crueldades, era un romano astuto que le tocó jugar el papel del débil.
¿Soy yo – remedando las palabras del papa Francisco– débil como Pilato?
Buena pregunta que se deberían de hacer los políticos y jueces de este nuestro país.
Más adelante, Pilato fue suspendido de empleo y sueldo por Vitelio, legado de Siria, inmediato superior suyo, y trasladado a Roma. Ahí se pierde su pista.
La tradición cristiana ha imaginado un final fatal para este pobre Pilato: murió comido por los gusanos, comido también de remordimientos por la muerte de Jesús.
Anatole France imaginó otro final no menos atrayente: Poncio Pilato, anciano, envejecido, se encuentra con su viejo camarada Elio Lama en su retiro campestre, donde vive con su achaque de gota. En la conversación, Elio le recuerda:
–¿Te acuerdas de Jesús?
Y Pilato le contestó:
–No me acuerdo.

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