Pensaréis
que es una broma, pero tengo una biografía de Pilato, ilustre personaje
recordado todas las Semanas Santas por su papel de débil y pastelero político.
Cómo firmó la sentencia de muerte de Jesús, a sabiendas de que era injusta, para
salvar su carrera política, que peligraba en aquellos momentos si se enfrentaba
a los judíos.
La
biografía está escrita por el periodista italiano Ottorino Gurgo, napolitano
que vive en Roma y en tiempos fue compañero de Indro Montanelli en las lides
periodísticas.
Describiendo
los orígenes oscuros de Pilato, dice Gurgo:
–Según
uno de estos relatos, entre los más acreditados, Pilato nació en España, en Ispalis, en la región andaluza, de una
indígena, unida por vínculo matrimonial ex
usu a Tito Ponzio, centurión romano dotado de excepcional fuerza física,
combatiente del séquito de Seio Strabone.
Así
que ya saben. Según Ottorino Gurgo, Pilato nació con toda probabilidad en la
ciudad hispalense de la Bética romana, o séase, la Sevilla de hoy, de una
sevillana y de un centurión romano. Solo hace falta que esta noticia llegue a oídos
de los cocheros sevillanos y lleven a los turistas, calle Águilas arriba, hasta
dar con la Casa de Pilatos. Sí, Pilatos terminado en «s», que en Sevilla,
Pilato se escribe Pilatos, porque somos muy finos, aunque luego en el habla nos
comamos las eses.
Que
cuenta la leyenda que llevaba un cochero de paseo a unos clientes y, al pasar
por la Casa de Pilatos, les dijo:
–Esta
es la casa del señor Pilatos, ¡ese tío que casi nos desgracia la Semana Santa!
Como
diciendo: si no hubiera firmado la sentencia de muerte, ni tendríamos Semana Santa
de Sevilla ni ná de ná.
Cuenta
Gurgo que Pilato debe su apellido a la precoz calvicie que tenía. Y así, según
creo, lo retratan en no pocos misterios de la pasión según Sevilla.
–Su
aspecto físico –continúa Gurgo– era feo: bajo, calvo, piel grasienta, mirada
esquiva, manos pequeñas y achaparradas.
El
papa Francisco, en la homilía de este domingo de Ramos, improvisó un texto no
escrito donde iba repitiendo insistentemente estas palabras:
–¿Quién
soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor?... ¿Soy
yo como Judas? ¿Soy yo un traidor?... ¿Soy yo como Pilato que
cuando veo que la situación es difícil, me lavo las manos y no sé asumir mi
responsabilidad y dejo condenar – o condeno yo – a las personas? ¿Soy yo como
aquella muchedumbre que no sabía bien si estaba en una reunión religiosa, en un
juicio o en un circo, y elije a Barrabás?...
¿Soy
yo como Pilato?
Pilato
no era amigo de crueldades, era un romano astuto que le tocó jugar el papel del
débil.
¿Soy
yo – remedando las palabras del papa Francisco– débil como Pilato?
Buena
pregunta que se deberían de hacer los políticos y jueces de este nuestro país.
Más
adelante, Pilato fue suspendido de empleo y sueldo por Vitelio, legado de
Siria, inmediato superior suyo, y trasladado a Roma. Ahí se pierde su pista.
La
tradición cristiana ha imaginado un final fatal para este pobre Pilato: murió comido
por los gusanos, comido también de remordimientos por la muerte de Jesús.
Anatole
France imaginó otro final no menos atrayente: Poncio Pilato, anciano,
envejecido, se encuentra con su viejo camarada Elio Lama en su retiro
campestre, donde vive con su achaque de gota. En la conversación, Elio le
recuerda:
–¿Te
acuerdas de Jesús?
Y
Pilato le contestó:
–No
me acuerdo.
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