martes, 10 de junio de 2014

El Loco Amaro y sus sermones

–Decid que soy predicador apostólico, que soy cardenal de Santa Cristina y capitán general de mar y tierra, decid que el Rey es mi primo y me ha honrado con este hábito de mi pa­trón Santiago...
Señores, es Amaro, el loco más célebre de Sevilla. Tocado con un bonete rojo, alcuza al cuello, y atado con una cadena a otro infeliz camarada de la Casa de Inocentes, circula Amaro, ya añejo de piel y de años, por toda Sevilla, lan­zando sus prédicas, llenas de cuchufletas y de latines maca­rrónicos, y coreadas y celebradas por el público.
Quiero evocar figura tan entrañable, cuyos sermones recogí en un libro que titulé: Sermones del Loco Amaro, el más disparatado y simpático loco de la Sevilla del XVII.
Hay un tema que obsesiona a Amaro: los frailes.
Aunque no todos. De la quema se salvan algunos, por ejem­plo: los franciscanos, o los dominicos. Y es que la causa de su locura tiene su raíz en un fraile. Amaro tuvo la amarga experiencia –y valga la redun­dancia de que su nombre tenga connotaciones amargas– de en­contrar a su mujer en íntima correspondencia con un fraile. De ahí le vino la locura que arrastró durante toda su vida.
Nos hallamos en la segunda mitad del siglo XVII. El arzobispo don Ambrosio Spínola es un santo varón y Amaro lo quiere profundamente. Cuando muera el arzobispo, nuestro loco se quejará de que el provisor del arzobispado haya encargado el sermón de honras fúnebres a un padre teatino y no a él. Que ya lo gritó Amaro desde una es­quina de Sevilla:
–A mí me toca por compañero; a mí me toca por amigo; a mí me toca por capitán general del reino de Nápoles; a mí me toca por predicador apostólico; a mí me toca por cardenal de Santa Cristina; a mí me toca por caballero conocido en toda España con el hábito de mi patrón Santiago...
En esta Sevilla, también de Murillo y Valdés Leal, o Mi­guel Mañara, vive el Loco Amaro. Ya con amagos de decaden­cia, aún aletea en su vientre de ciudad populosa la hermosa Sevilla, la pícara Sevilla, abierta a las Indias, que cobija en sus patios a los más notables mercaderes, clérigos, mi­sioneros, poetas... y buena chusma de pícaros y ganapanes. Entre ellos Amaro, el loco que proporciona la diversión, la gacetilla del día de quien cabe esperar la punzada ingeniosa contra cualquier institución o personaje de la ciudad. Sus sermones revelan la radiografía de Sevilla vista bajo el prisma negativo de una persona ida. Si todos los cuerdos, en opinión de Erasmo en su Elogio de la locura, ponen la lengua en el corazón, los locos colocan el corazón en la lengua. Entre tanto desvarío, con el corazón en la lengua, el Loco Amaro no pocas veces dice verdades como puños.
A su mujer le devolvió la fiesta pasados unos años con el mismo humor negro que cubrió su penar toda su vida. Se ha­llaba Amaro recluido en la Casa de Inocentes de Sevilla. Y vino su esposa a verlo. Amaro no se daba por enterado: no la conocía, o no quería conocerla. Ella, compungida, le dice:
—Amaro, ¿no me recuerdas? Soy tu mujer.
Y la respuesta sabia de Amaro:
—¿Cómo te iba a conocer si te dejé ciruela de fraile y te encuentro castaña pilonga?
Sus sermones circularon por Sevilla escritos de mano en mano durante los siglos XVII a XIX sin obtener la licencia de ser publicados, aunque aplaudidos y celebrados con solem­nes carcajadas en sus celdas por los frailes y señores del Santo Oficio. Según el manuscrito que se conserva en la Bi­blioteca del Palacio Arzobispal, copia según consta en él del que se halla en la Real Biblioteca de Madrid, habla de Amaro de Espinosa, «natural de un pueblo del Obispado de Córdoba y de familia conocida». Otro manuscrito, sin em­bargo, del que se valió la Sociedad de Bibliófilos Andaluces para publicar sus sermones en 1869, afirma que se llamaba Amaro Rodríguez, natural de Arcos.
La leyenda, como veis, envuelve los orígenes del más ori­ginal loco que ha pisado Sevilla. ¿Es cordobés o gaditano? ¿Espinosa o Rodríguez? Es andaluz, y basta. Por nombre, sim­plemente Amaro. Y en Sevilla, que le dio acogida y renombre, vivió pacíficamente su locura.
Porque, según parece, se encontraba ya en Sevilla en 1657, año en que murió el arzobispo fray Pedro de Tapia. Que fue Amaro al arzobispado a pedir limosna y encontró la con­currencia con caras tristes. Preguntó la causa y le dijeron que el arzobispo estaba muy grave. Pudo verlo Amaro y su chispa graciosa no se hizo esperar:
—Estas ya no son tapias, sino ruinas.
Recluido en la Casa de Inocentes, más comúnmente llamada Casa de los Locos, en la calle de San Luis junto a San Marcos, los administradores intuyen que la chispa mordaz de Amaro es un potencial recurso de colecta de limosnas. Atado a otro colega con una cadena, «que es la insignia de mi santa Casa», como él decía irónicamente, y con la alcuza al cuello, lo lanzan a la calle a cumplir su cometido diario. Y no lo hace mal, al punto que Amaro se cree amparo y protección de sus propios compañeros de penas:
–Mi señor administrador se come las gallinas y los gallos, y nos mata de hambre a nosotros. Él se abriga muy bien, y nosotros nos morimos de frío. Gobierna nuestra Casa el señor don Andrés de Frías, que es un caballero de Olmedo, mucho há­bito de Santiago, canónigo, y poco cuidado con los pobres, que somos sus hermanos y dueños de nuestra Casa, que a no tenerme a mí (que aunque no la gobierno, soy protector y les junto la limosna) se les resfriarían las barrigas por dentro y por de fuera con el gobierno de nuestro administrador.
Amaro, el Loco Amaro, es un trozo entrañable de la piel de Sevilla de la segunda mitad del siglo XVII. Uno más de sus legendarios personajes. Tenía sus fobias (especialmente los frailes y administradores de la Casa de Inocentes) y sus filias (los que le daban un cuartillo de vino o limosnas sustanciosas, como el ar­zobispo Spínola). ¿Cuántos Amaro ha habido en Sevilla, y hay? ¿Esos personajes encantadores, llenos de locura bienhechora, que nos hacen vivir y ver nuestra ciudad bajo la mirada del más hilarante humor?
Amaro fue uno más, quizás el primero de esta «Sociedad de Locos», gentileshombres de la gracia, que ha dado la ciudad de Sevilla.

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