viernes, 6 de junio de 2014

Asalto a la Judería de Sevilla

Ocurrió en Sevilla hace 623 años. Aquel 6 de junio de 1391 Sevilla se levantó en calma, con la chicha propia del calorazo de verano. Y de pronto... el pueblo se agitó en masa y asaltó la Judería, saqueando e incendiando casas y matando a todo judío que encontraba. Las crónicas relatan que aquel día hubo una matanza de cuatro mil judíos. Quitemos un cero, que es lo que hay que hacer cuando se trata de calcular manifestaciones, y nos queda un número más acorde a la realidad histórica que puede rondar en el medio millar de muertos. Que ya son muertos. Un día triste aquel en la historia de Sevilla.
La cosa venía de atrás. Fue la muerte en 1379 de don Yusaph de Écija, almojarife y contador mayor del rey, hombre muy bien visto en el vecindario de Sevilla. Y surgió el elemento perturbador que durante años alentó, a partir de este suceso, la mecha antijudía en Sevilla que desembocó en el asalto a la Judería. Se trataba de Ferrán Martínez, arcediano de Écija y canónigo de la catedral hispalense. Este energúmeno no cesó de azuzar al pueblo con sermones incendiarios en contra de los judíos. Incluso invocaba el perdón y la salvación eterna a todo «christiano que matasse o firiesse mal a judíos».
La Aljama de Sevilla se quejó al rey Juan I y éste, enojado, escribió al arcediano diciéndole: «Somos mucho maravillado de vos» y le amenazó que sería castigado de tal manera «que se arrepentiría». Pero el arcediano seguía en sus trece.
El 11 de febrero de 1388, a las doce del mediodía, ante la puerta del Alcázar, en el tribunal levantado por Pedro I el Cruel para hacer justicia, comparecieron de una parte don Judá Aben-Abraham y de la otra el arcediano de Écija Ferrán Martínez.
Cuando tocó el turno al judío, se expre­só así:
–Yo, don Judá Aben-Abraham, veedor de Aljama de los judíos, en nombre de ella vos digo...
Y se quejó amargamente de la persecución que sufrían, de las afrentas que el arcediano les infería con sus sermones incendiarios y de inmiscuirse en lo que concierne exclusivamente a los príncipes seglares...
–Y de este requerimiento y afrenta y pro­testación que hago, pido a estos escribanos que me den fe y testimonio.
Ferrán Martínez pidió tiempo para la réplica «no sin colmar allí mismo de insultos e improperios al don Judá y a los suyos». Ocho días después comparecieron ante los alcaldes de justicia. Toca el turno al arcediano, que afirma no poder dejar de predicar y obrar tal como lo había hecho hasta entonces «por ser todo servicio de Dios e salud de los reyes, la qual salud han de procurar los perlados de la Sancta Eglesia e los sus ministros. E si yo derecho fiçiesse, veinte e tres sinagogas que están en la judería de esta cibdad, edificadas contra Dios e contra derecho, serían todas derribadas por el suelo, porque las fiçieron contra Dios e contra ley, alzándolas e apostándolas más de lo que es ordenado de derecho».
El cabildo metropolitano se indignó ante la postura reaccionaria de su arcediano y envió al rey sus mensajeros Diego Ruiz de Arnedo y el maestrescuela de la catedral para informarle de la conducta de Ferrán Martínez.
No hizo mucho más el rey, pero el arzobispo don Pedro de Albornoz formó una junta de letrados y teólogos para someter a juicio las proposiciones y actuaciones del arcediano. Ferrán Martínez se negó a satisfacer las observaciones de este tribunal y el arzobispo se vio obligado a declararlo «contumaz, rebelde e sospechoso de herejía» y, como a hombre «enduresçido en el error» le retiró la licencia de predicar. La carta del arzobispo llevaba fecha de 2 de agosto de 1389.
Pero el arzobispo murió once meses después, 1 de julio de 1390. Y el 9 de octubre, moría el rey Juan I. Libre de cortapisas y como provisor de la diócesis sede vacante, el arcediano de Écija arreció en sus arengas. Ordenó el derribo de todas las sinagogas del arzobispado –desaparecieron las de Alcalá de Guadaira, Carmona y Écija en la Campiña y las de Santa Olalla, Cazalla y Fregenal en la Sierra– y propició su fanatismo el asalto a la Judería de Sevilla y la matanza inicua de seres indefensos.
La Judería de Sevilla desapareció ese año de 1391. Dos de sus sinagogas se convirtieron en iglesias cristianas –Santa Cruz y Santa María la Blanca– dependientes de la iglesia catedral. Unos años después, hacia 1410, otra sinagoga pasó a convertirse en la iglesia parroquial de San Bartolomé.

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