Al parecer, la Hermandad
de la Macarena se ha interesado por el Cristo de Santa Isabel, convento que
desde 1869 está regido por las Madres Filipensas, dedicadas en su carisma
originario a mujeres descarriadas, institución sevillana fundada en 1859 por el
filipense Francisco García Tejero y Madre Dolores Márquez, cuya causa de
beatificación va por buen camino en Roma. Le gustaría poseerlo, cómo no, después
de que perdiera el Cristo de la Salvación en la quema de la iglesia de San
Gil en la noche del 18 de julio de 1936, al inicio de la guerra civil. Pero no
creo que esté en venta, ni las Filipensas consentirán en ello. Contaré su
historia.
Este crucificado titulado «Cristo
de la Misericordia» es un Cristo imponente,
majestuoso, salido de la gubia de Juan de Mesa, Cristo de ojos abiertos,
moribundo en la cruz, no muerto, agonizante aún, para acoger las súplicas
llorosas de las mujeres descarriadas que rezan a sus pies.
Se hallaba este Cristo hasta 1869 en la iglesia del convento
mercedario de San José (hoy iglesia del Opus Dei). Cuando Juan de Mesa lo
talló, lo
hizo a instancia de un Patronato fundado para casamiento de mozas prostituidas
que quisieran volver a la senda de la honestidad.
Juan de Mesa, discípulo
aventajado de Martínez Montañés, dejó en Sevilla la huella de su genio plasmada
en tres Cristos maravillosos: el Señor del Gran Poder, el Cristo del Amor y el
Cristo de la Misericordia. Hasta los primeros años del siglo XX se creía que
los tres pertenecían a la gubia de Martínez Montañés. Documentos fehacientes del
Archivo de Protocolos vinieron a demostrar lo contrario. En 1930, Sevilla
rindió a Juan de Mesa un homenaje de desagravio y colocó una placa en la
iglesia de San Martín, donde yacen sus restos. El humor sevillano asomó en las
páginas de «El Noticiero Sevillano» en la pluma poética de José García Rufino,
bajo el seudónimo de «Don Cecilio de Triana». «¿De quién es El Cachorro?» se
titula, y espigamos estos versos:
«Primero le tocó el turno /
al Señor del Gran Poder, / que se dijo no era obra / de Martínez Montañés; / luego,
el Cristo del Amor / dicen no es suyo también, / y ahora salen con que el
Cristo / que está en Santa Isabel, / tampoco lo hizo Martínez; / y a ese paso
saldrá que / el escultor que creíamos / de más fama y de más prez, / lo que
hacía no eran imágenes / pues se ocupaba en hacer / en la Alcaicería muñecos /
para el Portal de Belén...».
El Patronato que encargó
el Cristo de la Misericordia fue creado por deseo testamentario de doña Juliana
Sarmiento, fallecida el 7 de septiembre de 1621. Mujer de Francisco Hurtado,
escribano público, ordenó que su cuerpo, amortajado con el hábito de Nuestra
Señora del Carmen, recibiera sepultura en la de sus padres, en el claustro de
la Casa Grande de San Francisco de Sevilla. En el testamento se decía que
dejaba heredero universal de su hacienda a un Patronato «que instituyo por
siempre jamás, para gastar y despender toda la renta que hubiere en casar
mujeres descarriadas, dando a cada una cincuenta ducados de dote, y si para
casar a alguna pertinaz en el vicio conviniere darle más diez o más veinte
ducados porque encuentre quien se quiera casar con ella, esta demasía se sacará
de los otros dotes». Formado el Patronato bajo la presidencia de un padre
jesuita, encargaron a Juan de Mesa la realización del Cristo de la
Misericordia.
Con la exclaustración, un señor adquirió el convento mercedario y lo
convirtió en casa de vecinos. El templo, sin embargo, dependiente del
arzobispado, permaneció al culto regido por un rector. En 1862, se trasladó al
convento en arriendo la reciente fundación sevillana de Casa de Arrepentidas del
Padre Tejero y Madre Dolores Márquez, con uso de la iglesia cedida por el
arzobispado. Aquí estuvieron hasta 1869, año en el que a la Casa de
Arrepentidas le concedieron el convento también exclaustrado de las monjas sanjuanistas
de Santa Isabel. El 9 de abril de 1869 fue firmada la orden en Madrid: el ex-convento
de Santa Isabel se concede a las Arrepentidas de Sevilla, con la condición de
que la Congregación abra en aquel populoso barrio una escuela gratuita de
niñas. El 10 de mayo se organizó el traslado desde el ex-convento de San José
al convento de Santa Isabel. Y Madre Dolores, con las demás religiosas y las
chicas, se llevó el Cristo de la Misericordia –de noche, para que nadie las
viera– y siguiera amparando en el nuevo convento la vida de la Casa de
Arrepentidas. Y
ahí sigue, en Santa Isabel, sobre un retablo que Martínez Montañés ejecutó para
un lienzo del Juicio Final ya desaparecido, Cristo que merecería los honores de salir sobre una peana a hombros de costaleros
en la Semana Santa sevillana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario