En
Roma, el viernes 8 de diciembre de 1854 llovió toda la madrugada. Pero un sol
primaveral saludó aquella mañana de invierno. La muchedumbre se encamina hacia
la plaza de San Pedro. Peregrinos de toda Europa, fieles de todo el mundo se
han dado cita en la Ciudad Eterna. Han sido invitados solamente unos doscientos
obispos, varios por cada nación, la tercera parte de los que había en el mundo
por aquel entonces.
España
estuvo representada por el cardenal García Cuesta, arzobispo de Santiago, La
Puente y Primo de Rivera, obispo de Salamanca, y el primado de Toledo cardenal
Bonel y Orbe. Sevilla no tuvo representación oficial. Aunque sí una presencia
indirecta. El cardenal Wiseman, arzobispo de Westminster, se hallaba en Roma.
Wiseman es un hijo preclaro de Sevilla, nacido en 1802 en la calle Fabiola,
nombre de una de sus célebres novelas, de unos comerciantes irlandeses
establecidos en Sevilla.
A las
ocho y media de la mañana, los cardenales, arzobispos, obispos se hallan
reunidos en la Capilla Sixtina. Pío IX se reviste de ornamentos blancos.
Momentos después se forma la procesión que se dirige por la Escala Regia a la
basílica Vaticana, cantando las letanías. Abre la marcha el predicador
apostólico y el confesor de la Familia Pontificia, seguidos de los procuradores
generales de las Órdenes religiosas, de los capellanes, cursores pontificios y
de los ayuda de Cámara. Siguen los clérigos y los capellanes secretos de honor,
los abogados consistoriales, los camareros de honor y los cantores pontificios.
Detrás, los clérigos de Cámara, los auditores de la Rota, y el maestro de la
Sacra Hospedería. A continuación siete prelados con velas encendidas sobre
candelabros de plata acompañaban la Cruz llevada por un auditor de la Rota.
Luego, un subdiácono latino, un diácono y subdiácono griegos y los
penitenciarios de San Pedro. Después, los 93 obispos, 42 arzobispos, el patriarca
de Alejandría y 54 cardenales, venidos de todas las partes del mundo. Detrás,
la magistratura romana, el vicecamarlengo de la Santa Romana Iglesia, los dos
cardenales asistentes, y el cardenal diácono que había de ser en la misa
solemne ministro del romano pontífice. Pío IX aparecía bajo baldaquino. Cerraba
la procesión el decano de la Rota, el auditor de Cámara, el maestro de Cámara,
el regente de la Cancillería y los protonotarios apostólicos.
En la
basílica, ya sobre el altar, en un trono al lado de la Epístola, el Papa
recibió la obediencia de los cardenales, arzobispos, obispos y penitenciarios.
Se cantó tercia y, comenzada la misa, después del Evangelio semitonado en latín
y griego, para indicar la concordia de las dos Iglesias, oriental y latina, el
cardenal Macchi, decano del sacro Colegio, junto con los decanos de los
arzobispos y obispos presentes, con un arzobispo de rito griego y otro latino,
se dirigió al trono pontificio y elevó la siguiente súplica en latín:
–Lo que
tanto tiempo ha deseado y reiteradamente implorado la religión cristiana, a
saber, que para mayor alabanza, veneración y gloria de la Santísima Virgen
María, sea definida con tu supremo e infalible juicio la Concepción Inmaculada
de la misma Virgen; esto mismo Nos, en nombre del sagrado Colegio cardenalicio,
de los obispos católicos y todos los fieles de Cristo, humilde y
encarecidamente te suplicamos y te pedimos quieras cumplir los votos públicos
en la presente festividad de la Concepción de la beatísima Virgen. Por tanto,
en esta augusta celebración del sacrificio incruento de Cristo, en este templo
dedicado al príncipe de los apóstoles, en medio de esta solemne concurrencia
del amplísimo Senado de la Iglesia, de los sagrados Obispos, y numeroso pueblo,
dignaos, beatísimo Padre, elevar tu apostólica voz y pronunciar el decreto
dogmático de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios; por lo que
habrá gozo en el cielo y todo el mundo esparcido por la redondez del orbe se
regocijará en gran manera.
El Papa
dijo sí, naturalmente. Con sumo gusto acogía la súplica del Colegio
cardenalicio, del episcopado y del pueblo fiel. Pero antes convenía implorar al
Espíritu Santo.
Los
cantores pontificios entonaron el Veni Creator, que fue seguido por la
muchedumbre de fieles.
Acabada
la imploración, se hizo silencio absoluto en el templo vaticano. Pío IX,
revestido de blanco y oro, subió al trono pontificio y desde la cátedra de San
Pedro, como cabeza infalible de la Iglesia, con voz profunda y entrecortada,
leyó el decreto que definía la doctrina piadosa, tanto tiempo esperada: que «la
beatísima Virgen María en el primer instante de su Concepción por singular
gracia y privilegio de los méritos de Jesucristo salvador del linaje humano,
fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, es revelada por Dios,
y por lo mismo ha de ser firme y constantemente creída por todos los fieles».
Eran
las once y cuarto de la mañana. Cuando el Papa acabó de pronunciar la
proclamación dogmática, un rayo de sol entró por el ventanal sobre el altar de
Santa Maria della Colonna, y alumbró por un instante el rostro del pontífice.
Este fenómeno ha sido inmortalizado por el pintor Francesco Podesti en la Sala
de la Inmaculada de los Museos Vaticanos.
A
continuación, el cardenal decano se prosternó de nuevo ante el Papa, le
agradeció la alegría que había proporcionado a toda la cristiandad con la
promulgación del decreto dogmático y le pidió que lo hiciera público con la
expedición de un decreto pontificio: la bula Ineffabilis Deus.
Al
terminar la misa papal, se entonó el tedéum en acción de gracias. El cañón del
castillo de Sant'Angelo disparó salvas, todas las campanas de Roma repicaron de
gozo, y las plazas, las calles y las casas se cubrieron de guirnaldas y flores.
El Papa
salió de la basílica en silla gestatoria y, entre las aclamaciones de los
fieles, fue llevado a la capilla de Sixto IV –aquel Papa franciscano que se
significó tanto por este misterio–, donde colocó una corona de oro recamada en
piedras preciosas sobre la imagen de una Inmaculada.
Tres
años más tarde, en 1857, Pío IX visita el convento del Buen Pastor de Angers en
Imola. La superiora general se atrevió a preguntarle qué sentimientos le habían
embargado al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción. Y el Papa le
respondió:
–¿Crees,
hija mía, que el Papa ha sido arrebatado en éxtasis y que María se le ha
aparecido en aquel momento?... Pues bien, no tuve éxtasis ni visión alguna,
pero lo que yo sentí, lo que experimenté al definir aquel dogma fue tal que la
lengua humana no lo puede expresar. Cuando comencé a pronunciar el decreto
dogmático sentía mi voz impotente de hacerse oír a la inmensa multitud que se
encontraba en la basílica vaticana. Pero cuando llegué a la fórmula de la
definición, Dios dio a la voz de su Vicario tal fuerza y tan sobrenatural
vigor, que resonó en toda la basílica. Yo, impresionado por tal socorro divino,
me vi obligado a suspender por un instante la palabra para dar libre desahogo a
mis lágrimas… mientras Dios proclamaba el dogma por la boca de su Vicario, Dios
mismo dio a mi espíritu un conocimiento tan claro y tan amplio de la
incomparable pureza de la Santísima Virgen, que, hundido en la profundidad de
este conocimiento al que ningún lenguaje podrá describir, mi alma permaneció
inundada de delicias inenarrables, de delicias que no son terrenas ni podrán
experimentarse sino en el cielo.
las delicias de tu maternal cariño lo encuentro siempre que oro el santo rosario cuando una tarde a las 6pm quise orar el rosario y rogaba a mi familia para que me acompañara pero en forma rara una de las alcobas la luz no prendio en la habitación contigua entre y con la luz prendida estaba orando el santo rosario acompañada de mis hermanas y mi abuelita con mucha fe pues a ella le prometi cuando la bombilla de mi habitación se ilumino con amarillo intenso ya habíamos orado se apago lo estraño fue cuando mi hermana se subio y vio el bombillo estaba blanco ella digo se fundio y lo bajo al verlo quedo paralizada digo dios mio es la imagen de la virgen maria ahí estaba plasmada se ve su manto blanco aunque su rostro no se ve desde ese momento mi fe y amor por la santísima virgen y los favores recibidos han sido maravillosos
ResponderEliminarestaba en el norte de Bogota al frente de la avenida se veía la iglesia de Lourdes me acuerdo que entre a un almacen a ver unas lanas o revistas no compre eran como las 12am sali fuera del almacen y mis ojos vieron una monjita vestida de blanco y un rosario llegaba hasta sus pies corria en sentido sur norte y lo estraño que entre tanta gente no tropezara y su belleza
ResponderEliminaryo vivi en la ciudad de cucuta norte de Santander con mi hermana ella alquilo una habitación resulta que en esa ciudad hay gente que hace brujería y sataneria hay mucha vulgaridad y violencia intrafamiliar yo soy bogotana pero estuve allí acompañando mi hermana pues ella trabajaba en una entidad del estado resulta que yo siempre oraba el rosario una tarde el señor de la casa le dio por destapar la cañería de la casa y el olor era hediodo yo oraba lo sierto era que cuando mi hermana llegaba y entraba decía que había un olor delicioso a rosas y que hay afuera de la habitación estaba oliendo a cañería al lado de la casa había una huerta y vi una señora fumando y diciendo cosas horribles ella me descubrió lo cierto fue que una noche después de orar el santo rosario eran mas o menos las 11 pm estaba acostada cuando sentimos como empujaban la puerta con la cola pero no podían entrar no sentí miedo pues mi corazón siempre esta orando con fe
ResponderEliminar