San
Nicolás es uno de los santos más venerados en la cristiandad. «Si yo tuviese
mil bocas y mil lenguas, no lograría enumerar todas las iglesias levantadas en
honor del glorioso san Nicolás», cantaba en el latín de su tiempo un monje del
alto medievo la popularidad de este santo, que, si ya era venerado en Oriente
desde el siglo IV, a raíz de su muerte, se propagó rápidamente a Occidente su
culto y devoción, incluso antes de que sus restos llegasen a tierras de Italia
a finales del siglo XI.
San Juan
Crisóstomo, Padre de la Iglesia de Oriente, contemporáneo del santo, le compuso
oración en su liturgia e invocaba su nombre tras los de la Virgen, los ángeles,
san Juan Bautista y los apóstoles. La Iglesia ortodoxa le rinde un culto
especial y varias naciones, como Rusia y Grecia, le tienen como su protector
principal. En algunas regiones de Rusia, su culto se ha cuasi-deificado. En
Siberia, la gente le considera un dios agrícola, el dios de la buena cerveza. Y
parece haber heredado la popularidad de Mikula, el antiguo dios pagano de las
cosechas. Un santo amable, patrono de los niños, de los peregrinos, de las
personas en peligro.
En
Occidente, su culto lo propagó el mismo papa san Dámaso, que subió al solio
pontificio veinte años después de la muerte del santo, dedicándole en Roma el
templo de San Nicolás in carcere, que aún subsiste.
Pero su
fama se propagó como la espuma por toda la cristiandad con la llegada de sus
restos a la ciudad italiana de Bari en 1087. Las iglesias y capillas a su
nombre se multiplicaron desde entonces por todo el Occidente. Al menos dos mil
en Francia y Alemania, cuatrocientas en Inglaterra, unas cuarenta en Irlanda, e
innumerables en Italia, donde san Nicolás es patrono en las ciudades de Bari,
Venecia, Merano, Ancona y Sassari, y de las regiones de Puglia y Sicilia.
En España
se cuenta que penetró su culto por medio de san Paulino de Nola, que peregrinó
por estas tierras a fines del siglo IV. Pero san Nicolás se hace popular
gracias a san Juan de Ortega, un santo español poco conocido, patrono de los
arquitectos y discípulo predilecto de santo Domingo de la Calzada. Juan de
Ortega nació en Quintana de Ortuño, a dos leguas de Burgos, a finales del siglo
XI. Ordenado de sacerdote en 1106 y envuelto en la guerra suscitada entre
castellanos y aragoneses tras la muerte de Alfonso VI de Castilla, marchó en
peregrinación a Jerusalén. Se cuenta que, a la vuelta, sufrió un naufragio y se
salvó con la invocación de san Nicolás. Se retiró a hacer vida de ermitaño a
los Montes de Oca, en Burgos, y con licencia de Alfonso VII construyó una
ermita en honor de san Nicolás. A partir de entonces, no hay ciudad que se
precie en la Península que no tenga un templo dedicado en su honor.
Este
santo –comúnmente conocido como san Nicolás de Bari– era originario de Patara,
en la Licia del Asia Menor, actual Turquía, donde debió nacer alrededor del
270, hijo único de padres ricos. Sus datos biográficos son tan desesperadamente
pocos como abundantes los sucesos legendarios que se le atribuyen. Ni siquiera
es segura la fecha de su muerte, acaecida un 6 de diciembre de un año
comprendido entre el 345 y el 352.
El mito y
la leyenda se han encargado de llenar una vida que debió significarse por su
bondad, amabilidad e intervenciones caritativas para con sus diocesanos.
Elegido obispo de Mira (en la costa de Licia, Asia Menor) por aclamación
popular, su muerte fue sentida por el pueblo y alabada por los Padres de la
Iglesia, que prodigaron los elogios.
Pero la
leyenda que envuelve la historia cuenta y no para de las cosas de san Nicolás.
El primer ejemplo, recordado por Dante en su Divina Comedia, se refiere
al episodio de las tres doncellas. Es uno de los relatos más conocidos de su
biografía. Se cuenta que uno de sus vecinos de casa había caído en la más
absoluta miseria y pensó aliviar la situación dedicando a sus tres hijas a la
prostitución para encontrarles una dote. Nicolás, que lo supo, puso durante
tres noches a la puerta de la casa de su vecino una bolsa de oro. Sólo a la
tercera vez supo aquel hombre quién era su benefactor y contó a la gente la prodigalidad
de Nicolás. Las tres chicas, gracias a la generosidad del santo, tuvieron la
dote suficiente para encontrar marido.
Esta
historia ha dado origen al culto de san Nicolás como protector de las jóvenes
que buscan marido.
A él se
une un milagro renombrado, que se halla en el origen de su culto como protector
de la infancia: la resurrección de tres niños asesinados por un carnicero. Hizo
tantos milagros que ya fue considerado santo en vida. Devolvió la libertad a
tres soldados condenados injustamente por el emperador Constantino, salvó a
unos marineros de un naufragio aplacando una furiosa tempestad, sufrió
persecuciones y cárceles, asistió al concilio de Nicea, primer concilio
ecuménico que condenó la herejía de Arrio, aquel sacerdote de la Iglesia de
Alejandría que negaba la divinidad de Jesucristo. Nicolás, en el calor de la
disputa, al oír a Arrio decir que «el Hijo había sido hecho, pero no engendrado
por el Padre», le dio una bofetada, que un biógrafo antiguo, fray Pablo de San
Nicolás, ha querido paliarlo con esta descripción: «Suspenda aquí el lector el
juicio, que esta acción no fue inadvertida sino inspirada; no dio a Arrio san
Nicolás la bofetada, sino Cristo, que estaba en el pecho de san Nicolás dio la
bofetada al demonio que estaba en el corazón de Arrio». Pero su presencia en
este concilio de Nicea se pone en duda, ya que no figura en el elenco de los
obispos participantes.
Un acto
de piratería, ocurrido en 1087, elevará a la cima de la popularidad la figura
de san Nicolás. La ciudad de Mira, donde reposaban los restos del santo en
sepulcro venerado durante siete siglos, había caído en poder de los turcos.
Varias ciudades italianas suspiraban por rescatar el cuerpo de uno de los
santos más venerados. Los venecianos, que ya tenían el cuerpo de san Marcos,
aspiraban a traerse también el de san Nicolás. Pero se les adelantaron los de
Bari, ciudad italiana que se asoma al Adriático. La empresa tomó los tintes
propios de una cruzada. Un «comando» de sesenta y dos marineros, dirigidos por
dos sacerdotes, por nombres Lupo y Grimoaldo, desembarcó en las cercanías de
Mira. Uno de ellos, vestido de peregrino, tanteó el terreno. Como vieron que el
cuerpo del santo se hallaba en un oratorio fuera de los muros de la ciudad,
custodiado por cuatro monjes, se decidieron a dar el golpe. Al principio,
condescendientes, trataron de sobornar a los monjes con una bolsa de oro, y,
como se negasen, se apropiaron de las reliquias por la fuerza. Curiosamente, el
cuerpo de san Nicolás nadaba en su sepultura en un extraño líquido, que ellos
denominaron «maná de san Nicolás». Embarcaron los despojos del santo y
arribaron a Bari el 9 de mayo de 1087.
Enseguida
corrió la noticia de que las reliquias del taumaturgo de Mira se hallaban en el
puerto. Toda la ciudad se asomó, a su cabeza el arzobispo Ursone, que envió una
barcaza empavesada de fiesta para transportar a tierra el cuerpo de san
Nicolás. Pero los marineros se habían juramentado que no entregarían aquel
tesoro hasta ser depositado en una iglesia nueva, que había de ser construida
en su honor. Bajo la promesa de que así se haría, el cuerpo de san Nicolás fue
desembarcado.
Dos años
más tarde, el 27 de septiembre de 1089, el papa Urbano II consagró el nuevo
templo y puso con sus propias manos en la urna bajo el altar los preciosos
despojos del santo.
En Bari,
los miércoles son dedicados a san Nicolás con misa solemne en su basílica, que
culmina con un cántico tradicional en recuerdo de los prodigios del santo y de
su patrocinio en el mundo. De su sepulcro sale también, desde siempre, ese
líquido misterioso, el «maná», que es recogido en botellitas. Un examen
bacteriológico efectuado en 1925 estableció que el «maná de san Nicolás» es un
agua casi pura que no proviene de infiltraciones del ambiente en la tumba del
santo. Una especie de milagroso suceso que los bareses contemplan con orgullo,
al igual que los napolitanos pregonan la sangre licuada de san Genaro.
Su
fiesta, que se celebra el 6 de diciembre, es un anticipo de los días navideños
en que los niños nórdicos reciben sus regalos. El moderno Papá Noël anglosajón
es la versión laica de san Nicolás. Su capucha forrada de piel no es sino una
transformación de la mitra episcopal. Y el nombre de Santa Claus anglosajón,
una derivación de Nicolás a través del alemán Nikolaus.
San
Nicolás es principalmente protector de los niños listos, pero también lo es de
las jóvenes sin dote, de los navegantes y de los vinateros.
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