domingo, 6 de diciembre de 2015

San Nicolás, Papá Noël de los niños

San Nicolás es uno de los santos más venerados en la cristiandad. «Si yo tuviese mil bocas y mil lenguas, no lograría enumerar todas las iglesias levantadas en honor del glorioso san Nicolás», cantaba en el latín de su tiempo un monje del alto medievo la popularidad de este santo, que, si ya era venerado en Oriente desde el siglo IV, a raíz de su muerte, se propagó rápidamente a Occidente su culto y devoción, incluso antes de que sus restos llegasen a tierras de Italia a finales del siglo XI.


San Juan Crisóstomo, Padre de la Iglesia de Oriente, contemporáneo del santo, le compuso oración en su liturgia e invocaba su nombre tras los de la Virgen, los ángeles, san Juan Bautista y los apóstoles. La Iglesia ortodoxa le rinde un culto especial y varias naciones, como Rusia y Grecia, le tienen como su protector principal. En algunas regiones de Rusia, su culto se ha cuasi-deificado. En Siberia, la gente le considera un dios agrícola, el dios de la buena cerveza. Y parece haber heredado la popularidad de Mikula, el antiguo dios pagano de las cosechas. Un santo amable, patrono de los niños, de los peregrinos, de las personas en peligro.
En Occidente, su culto lo propagó el mismo papa san Dámaso, que subió al solio pontificio veinte años después de la muerte del santo, dedicándole en Roma el templo de San Nicolás in carcere, que aún subsiste.
Pero su fama se propagó como la espuma por toda la cristiandad con la llegada de sus restos a la ciudad italiana de Bari en 1087. Las iglesias y capillas a su nombre se multiplicaron desde entonces por todo el Occidente. Al menos dos mil en Francia y Alemania, cuatrocientas en Inglaterra, unas cuarenta en Irlanda, e innumerables en Italia, donde san Nicolás es patrono en las ciudades de Bari, Venecia, Merano, Ancona y Sassari, y de las regiones de Puglia y Sicilia.
En España se cuenta que penetró su culto por medio de san Paulino de Nola, que peregrinó por estas tierras a fines del siglo IV. Pero san Nicolás se hace popular gracias a san Juan de Ortega, un santo español poco conocido, patrono de los arquitectos y discípulo predilecto de santo Domingo de la Calzada. Juan de Ortega nació en Quintana de Ortuño, a dos leguas de Burgos, a finales del siglo XI. Ordenado de sacerdote en 1106 y envuelto en la guerra suscitada entre castellanos y aragoneses tras la muerte de Alfonso VI de Castilla, marchó en peregrinación a Jerusalén. Se cuenta que, a la vuelta, sufrió un naufragio y se salvó con la invocación de san Nicolás. Se retiró a hacer vida de ermitaño a los Montes de Oca, en Burgos, y con licencia de Alfonso VII construyó una ermita en honor de san Nicolás. A partir de entonces, no hay ciudad que se precie en la Península que no tenga un templo dedicado en su honor.
Este santo –comúnmente conocido como san Nicolás de Bari– era originario de Patara, en la Licia del Asia Menor, actual Turquía, donde debió nacer alrededor del 270, hijo único de padres ricos. Sus datos biográficos son tan desesperadamente pocos como abundantes los sucesos legendarios que se le atribuyen. Ni siquiera es segura la fecha de su muerte, acaecida un 6 de diciembre de un año comprendido entre el 345 y el 352.
El mito y la leyenda se han encargado de llenar una vida que debió significarse por su bondad, amabilidad e intervenciones caritativas para con sus diocesanos. Elegido obispo de Mira (en la costa de Licia, Asia Menor) por aclamación popular, su muerte fue sentida por el pueblo y alabada por los Padres de la Iglesia, que prodigaron los elogios.
Pero la leyenda que envuelve la historia cuenta y no para de las cosas de san Nicolás. El primer ejemplo, recordado por Dante en su Divina Comedia, se refiere al episodio de las tres doncellas. Es uno de los relatos más conocidos de su biografía. Se cuenta que uno de sus vecinos de casa había caído en la más absoluta miseria y pensó aliviar la situación dedicando a sus tres hijas a la prostitución para encontrarles una dote. Nicolás, que lo supo, puso durante tres noches a la puerta de la casa de su vecino una bolsa de oro. Sólo a la tercera vez supo aquel hombre quién era su benefactor y contó a la gente la prodigalidad de Nicolás. Las tres chicas, gracias a la generosidad del santo, tuvieron la dote suficiente para encontrar marido.
Esta historia ha dado origen al culto de san Nicolás como protector de las jóvenes que buscan marido.
A él se une un milagro renombrado, que se halla en el origen de su culto como protector de la infancia: la resurrección de tres niños asesinados por un carnicero. Hizo tantos milagros que ya fue considerado santo en vida. Devolvió la libertad a tres soldados condenados injustamente por el emperador Constantino, salvó a unos marineros de un naufragio aplacando una furiosa tempestad, sufrió persecuciones y cárceles, asistió al concilio de Nicea, primer concilio ecuménico que condenó la herejía de Arrio, aquel sacerdote de la Iglesia de Alejandría que negaba la divinidad de Jesucristo. Nicolás, en el calor de la disputa, al oír a Arrio decir que «el Hijo había sido hecho, pero no engendrado por el Padre», le dio una bofetada, que un biógrafo antiguo, fray Pablo de San Nicolás, ha querido paliarlo con esta descripción: «Suspenda aquí el lector el juicio, que esta acción no fue inadvertida sino inspirada; no dio a Arrio san Nicolás la bofetada, sino Cristo, que estaba en el pecho de san Nicolás dio la bofetada al demonio que estaba en el corazón de Arrio». Pero su presencia en este concilio de Nicea se pone en duda, ya que no figura en el elenco de los obispos participantes.
Un acto de piratería, ocurrido en 1087, elevará a la cima de la popularidad la figura de san Nicolás. La ciudad de Mira, donde reposaban los restos del santo en sepulcro venerado durante siete siglos, había caído en poder de los turcos. Varias ciudades italianas suspiraban por rescatar el cuerpo de uno de los santos más venerados. Los venecianos, que ya tenían el cuerpo de san Marcos, aspiraban a traerse también el de san Nicolás. Pero se les adelantaron los de Bari, ciudad italiana que se asoma al Adriático. La empresa tomó los tintes propios de una cruzada. Un «comando» de sesenta y dos marineros, dirigidos por dos sacerdotes, por nombres Lupo y Grimoaldo, desembarcó en las cercanías de Mira. Uno de ellos, vestido de peregrino, tanteó el terreno. Como vieron que el cuerpo del santo se hallaba en un oratorio fuera de los muros de la ciudad, custodiado por cuatro monjes, se decidieron a dar el golpe. Al principio, condescendientes, trataron de sobornar a los monjes con una bolsa de oro, y, como se negasen, se apropiaron de las reliquias por la fuerza. Curiosamente, el cuerpo de san Nicolás nadaba en su sepultura en un extraño líquido, que ellos denominaron «maná de san Nicolás». Embarcaron los despojos del santo y arribaron a Bari el 9 de mayo de 1087.
Enseguida corrió la noticia de que las reliquias del taumaturgo de Mira se hallaban en el puerto. Toda la ciudad se asomó, a su cabeza el arzobispo Ursone, que envió una barcaza empavesada de fiesta para transportar a tierra el cuerpo de san Nicolás. Pero los marineros se habían juramentado que no entregarían aquel tesoro hasta ser depositado en una iglesia nueva, que había de ser construida en su honor. Bajo la promesa de que así se haría, el cuerpo de san Nicolás fue desembarcado.
Dos años más tarde, el 27 de septiembre de 1089, el papa Urbano II consagró el nuevo templo y puso con sus propias manos en la urna bajo el altar los preciosos despojos del santo.
En Bari, los miércoles son dedicados a san Nicolás con misa solemne en su basílica, que culmina con un cántico tradicional en recuerdo de los prodigios del santo y de su patrocinio en el mundo. De su sepulcro sale también, desde siempre, ese líquido misterioso, el «maná», que es recogido en botellitas. Un examen bacteriológico efectuado en 1925 estableció que el «maná de san Nicolás» es un agua casi pura que no proviene de infiltraciones del ambiente en la tumba del santo. Una especie de milagroso suceso que los bareses contemplan con orgullo, al igual que los napolitanos pregonan la sangre licuada de san Genaro.
Su fiesta, que se celebra el 6 de diciembre, es un anticipo de los días navideños en que los niños nórdicos reciben sus regalos. El moderno Papá Noël anglosajón es la versión laica de san Nicolás. Su capucha forrada de piel no es sino una transformación de la mitra episcopal. Y el nombre de Santa Claus anglosajón, una derivación de Nicolás a través del alemán Nikolaus.
San Nicolás es principalmente protector de los niños listos, pero también lo es de las jóvenes sin dote, de los navegantes y de los vinateros.

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