Es una fiesta navideña que
se remonta a la Edad Media en no pocas catedrales de España y también de
Europa. En unos lugares se celebraba el 6 de diciembre, día de San Nicolás,
patrono de los niños, y en otros el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.
Consistía en escoger entre los niños del coro catedralicio a uno que oficiará ese
día de obispo, al que estarán sometidos canónigos y prebendados.
Recuerdo con cariño esta
fiesta cuando estudiaba en la Universidad Pontificia de Comillas. Como no
íbamos de vacaciones en Navidad, el 28 de diciembre era elegido de Primero de
Gramática uno de los seminaristas más pequeños como Papa. Por el hecho de ser
Universidad Pontificia, los jesuitas habían propuesto que el elegido no fuera
Obispo sino Papa. Pero la fiesta era similar a lo que sucedía en las catedrales
en tiempos ya idos.
En Burgos aún perdura la
Fiesta del Obispillo.
Contaré cómo se vivía en
Sevilla.
El 28 de diciembre de
1511, el cimborrio de la catedral de Sevilla se derrumbó. Ese día, festividad
de los Santos Inocentes, se celebraba en la catedral de Sevilla, desde tiempo
inmemorial, la fiesta del Obispillo. El arzobispo dominico fray Diego de Deza,
tan serio él, estaba tentado de suprimirla por «alguna soltura de burla» que se
daba en el templo. El concilio provincial, que se celebró al año siguiente,
dispuso generosamente que continuara esta fiesta en acción de gracias porque en
el día de Inocentes del año anterior no hubiera habido víctimas en la caída del
cimborrio de la catedral. Pero el arzobispo reformó sus estatutos para que en
adelante se celebrase «con mucha honestidad e devoción». La fiesta consistía en
elegir entre los niños del coro un obispillo que, durante ese día, ejercía
funciones episcopales entre el regocijo de todos.
Ya en la víspera, al canto
del Magnificat, al llegar al
versículo Deposuit potentes de sede
(depuso del trono a los poderosos), los mozos de coro se subían a las sillas
altas del coro y el Obispillo se sentaba en la silla del prelado con sus
asistentes. Al día siguiente, de los Inocentes, había procesión por el templo
catedralicio, yendo delante los beneficiados, los canónigos y el deán, y detrás los niños de coro y el
Obispillo con sus asistentes. Detrás de él, dos beneficiados llevaban, uno la
mitra y otro el báculo.
Los abusos y travesuras
debieron acudir de nuevo, puesto que en el año 1545 el cabildo trató de
suprimir la fiesta por las «muchas cosas indignas que pasaban». Pero el acuerdo
fue revocado en noviembre de ese mismo año y la fiesta del Obispillo continuó
celebrándose.
Para evitar nuevos abusos,
el cabildo dispuso el 5 de noviembre de 1554 que el Obispillo, que acostumbraba
a salir a caballo por la ciudad promoviendo escándalos, no saliese del templo
catedralicio, y que se vistiera y desnudara en la capilla donde estaba el
patio segundo de los Naranjos.
En 1562 se trasladó la
fiesta del Obispillo al día de san Nicolás, y al año siguiente, 1563, según
refiere el analista Zúñiga, se celebró por última vez en la iglesia catedral.
Pero, prohibido en el
templo, pasó a celebrarse en el colegio de Maese Rodrigo (origen de la
Universidad de Sevilla), donde en mano de los estudiantes los escándalos fueron
mayores.
El 5 de diciembre de 1641,
fiesta de san Nicolás, acompañaban los estudiantes al Obispillo, elegido entre
ellos, por las calles de Sevilla y se armó tal alboroto, que ha sido
especialmente recogido por los cronistas de la época. Les dio a los estudiantes
por obligar a apearse a los ocupantes de los coches que se cruzaban con ellos
por las calles para que besasen reverentemente la mano del Obispillo. Ese año
lo era el estudiante Esteban Dongo, hijo de un rico genovés.
La broma continuó durante
todo el día, haciendo apear de sus carruajes a sesudos jueces, damas
encopetadas, clérigos prebendados... Por la tarde, se colaron en el Corral de
la Montería, que se hallaba en el Alcázar, y obligaron a los actores a comenzar
la comedia que se estaba representando, continuando la función entre
alborotos, aplausos e insultos. A la salida trataron de ocupar los coches de
los caballeros que habían asistido a la comedia. Se armó una reyerta, salieron
a relucir pistoletes, carabinas, broqueles, estoques. Hubo algunos heridos. Y
el asunto acabó en la Audiencia. El padre del Obispillo, Bartolomé Dongo, fue
condenado a pagar 500 ó 1.000 ducados de multa, que en esto de la cuantía no se
aclaran las crónicas. Y se notificó al colegio de Maese Rodrigo que quedaba
abolida por siempre jamás la fiesta del Obispillo. Como así fue.
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