Acabo
de editar un nuevo libro. Para un autor que acumula ya más de setenta
publicaciones puede parecer que ello no le causa especial emoción. Pero no es
así. Es una criatura nueva que se lanza al mundo. Y uno se pregunta: ¿Tendrá
lectores? ¿Gustará la criatura?
Os
enseño aquí la portada. Pero no quiero hablar de este libro en concreto en este
momento. Deseo abstraerme y reflexionar acerca del fenómeno del libro, que para
mí supone tanto y tanto le debo. ¡No sé los centenares de libros que he leído
en mi vida ni la cantidad de ellos que mantengo en mi biblioteca!
Sea,
pues, protagonista el libro.
El libro, «medicina del alma» era el lema que presidía la biblioteca del
rey Osimandia de Egipto, hace tantísimos años.
Habría
que decir también con el proverbio: «Dime lo que lees y te diré quién eres».
Que en la afición de leer y en la selección de los libros escogidos está en
gran medida retratado nuestro talante. Hay costumbre en Cataluña –que para
gracia de ellos y desgracia nuestra son más leídos que nosotros– de regalarse
un libro y una rosa el 23 de abril, Día del Libro, escogido este día en
recuerdo de la muerte de Cervantes y Shakespeare.
Antes,
hasta no hace mucho tiempo, las mujeres regalaban a los hombres un libro y los
hombres a las mujeres una rosa. Pero ello ha parecido feo en estos tiempos de
paridad de género, y con razón, como si las mujeres vivieran de la pura
estética o belleza de la flor y no sintieran la inquietud intelectual que
dimana de la lectura de un buen libro. Por cierto, leen ellas más que ellos. Por
eso, en aras de la igualdad de sexos, en la actualidad todos se regalan un
libro y una rosa.
Lo
de la rosa me da igual, que en esto sabemos bastante bien regalarnos, pero el
regalo de un buen libro sí sería cosa hermosa de imitar. Porque, al fin y al
cabo, como enseña el refrán, un libro al año no hace daño. Que no debe existir
una casa sin un rincón para los libros preferidos. Lo decía Cicerón, allá en
tiempo de romanos: «Una casa sin libros es como un cuerpo sin alma». O el lema
que sirve de título a este artículo y que presidía la entrada de la biblioteca
del rey Osimandia de Egipto: «Medicina animae» (medicina del alma).
Pues
tengamos el gusto de comprar y leer libros buenos, aunque no muchos libros. Y
libros permanentes. Si un libro no debe ser leído dos veces, tal vez no merezca
ser leído ni siquiera la primera vez. Porque, como decía Ruskin, «todos los
libros se pueden dividir en dos clases: libros del momento y libros de todo
momento». Son preferibles estos últimos, y el primero de ellos, que no debe
faltar en ninguna casa cristiana, es el libro de la Biblia. No esa Biblia
grandota, de pastas monumentales, que solían vender puerta a puerta y a
mensualidades (en mi casa había una), con traducciones generalmente anticuadas.
Más sirven para el ornato de la casa que para la lectura. O tal vez, más sirve
para el ejercicio de pesas que para la meditación de la palabra de Dios. En las
librerías religiosas de la ciudad existen Biblias muy propias en estos
momentos, con traducción bien cuidada. Y con la Biblia, otros libros.
Es
algo en lo que me fijo cuando visito una casa. Los libros que aparecen en ella.
Qué libros tienen, si están bien cuidados, la selección de temas, el lugar
preferencial o no que ocupan en el hogar... Porque me parece la imagen más
certera del talante de la familia que me acoge.
Hay
un programa de televisión –no recuerdo cómo se llama–, que suele mostrar casas
de famosos. Magníficas casonas, con jardín y piscina incluidos, pero donde curiosamente
observo la falta de dos elementos que a mí me resultarían esenciales: una
biblioteca y algo también alarmante, algún signo religioso.
La
publicación de este mi último libro que acaba de aparecer me ha movido a
reflexionar aquí sobre la lectura de un buen libro, cosa que, me parece, está
en crisis. Una prueba de ello es la serie de librerías que se están cerrando de
un tiempo a esta parte en mi ciudad de Sevilla. E imagino que en otros lugares
pasará lo mismo.
Nada mejor para relajar el alma, cuando tienes por delante un dificil examen como el enarm guadalajara, gracias por tu aporte
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