Litúrgicamente
no se celebra ya en este viernes, 18 de marzo, los Dolores de la Virgen, fiesta
que ha pasado al 15 de septiembre, tras la reforma litúrgica del Concilio
Vaticano II, pero popularmente se sigue denominando Viernes de Dolores,
anterior al Domingo de Ramos. A esta devoción, pues, me quiero referir, que los
cristianos compartimos en estos días de Cuaresma los dolores del Señor con los
de nuestra Madre la Virgen María, tan cercana a su Hijo. Y felicitar de paso a
cuantas Dolores, Lolas o Lolis lean estas líneas.
La
tradición popular ha cifrado en siete los dolores fundamentales que María
sufrió en la corredención de su Hijo. Unos están fundados en los Evangelios y
otros en la tradición de la Iglesia.
María Santísima de la Soledad, de la Hermandad de los Servitas
de Sevilla.
Esta
devoción se extendió a partir del siglo XIII, tras la fundación en Italia de la
orden mendicante de los Siervos de María, conocidos popularmente por Servitas.
Sus siete fundadores, laicos florentinos, mercaderes de la lana, pusieron como
objetivo de la nueva orden la santificación y devoción a María especialmente en
su soledad y amargura durante la pasión y muerte de Jesús. Tal vez los Siete
Dolores de la Virgen vengan del número de sus fundadores. De hecho, la
iconografía religiosa representa a la Virgen de los Dolores con siete espadas
clavadas en su corazón.
Y
vayamos a describir los Siete Dolores:
Primer dolor: La profecía del anciano Simeón, cuando,
en la presentación de Jesús en el templo, anuncia a María que su Hijo «está
puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera
discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón» (Lc 2, 34-35).
Segundo dolor: Huida a Egipto. El ángel se apareció en
sueños a José: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate
allí hasta nuevo aviso, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,
13).
Tercer dolor: El niño Jesús perdido y hallado en el
templo. Al encontrarlo, María le dijo a Jesús: «Hijo, ¿por qué te has portado
así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!» (Lc 2,
41-46).
Cuarto dolor: María encuentra a su hijo con la cruz a
cuestas. Es el encuentro de Jesús con su madre en la calle de la Amargura. No
aparece en los Evangelios, pero es lógico pensar que así sucediera, ya que la
veremos poco después junto a la cruz.
Quinto dolor: María al pie de la cruz. En aquel momento
tremendo en que Jesús procura por la suerte de su madre y dice a Juan: «Ahí
tienes a tu madre». Y desde entonces el discípulo la tuvo en su casa (Jn 19,
25-27).
Sexto dolor: María recibe en sus brazos a su hijo
difunto. No consta en los Evangelios, pero una madre no se marcha del lugar en
que su hijo está colgado de la cruz. «José de Arimatea, discípulo de Jesús,
pero clandestino por miedo a los judíos, le pidió a Pilato que le dejara quitar
el cuerpo. Pilato lo autorizó. Él fue y quitó el cuerpo de Jesús» (Jun 19, 38).
Séptimo dolor: Sepultura de Jesús y soledad de María.
«En el sitio donde lo crucificaron había un huerto, y en el huerto un sepulcro
nuevo donde todavía no habían enterrado a nadie… y pusieron allí a Jesús» (Jn
19, 41-42).
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