El 3 de abril de 1767 –hoy hace 249
años– se cumplió en Sevilla la orden de Carlos III de expulsión de los
jesuitas. Al amanecer de ese día, la gente vio consternada cómo la tropa y
ministros de justicia habían acordonado todas las casas de la Compañía de
Jesús. La Pragmática sanción, válida para todos los pueblos del Reino, ordenaba
se ocupasen todas las temporalidades pertenecientes a los jesuitas y estos
expulsados de su Reino. La orden a los gobernadores era tajante:
–Os apoderaréis de todos los religiosos,
en calidad de prisioneros los haréis conducir al puerto, que se os indica, en
el improrrogable término de veinte y cuatro horas, donde serán embarcados en
los buques dispuestos al efecto. En el momento mismo de la ejecución sellaréis
los archivos de la casa y papeles particulares de los individuos, sin permitir
a ninguno de éstos que lleve consigo más que sus breviarios y la ropa blanca
absolutamente precisa para la travesía. Si después del embarque existiese, o
quedase aún, en esa ciudad un solo jesuita, aunque sea enfermo o moribundo,
responderéis con vuestra cabeza. Yo el Rey.
El despotismo absoluto de la época se
reviste aquí de un comportamiento tan brutal que no merecieron siquiera los
judíos y moriscos cuando fueron desterrados. Los jesuitas ya habían sido
expulsados de Portugal y Francia. Toca ahora a España, que cree reforzar así,
eliminado un poderoso adversario, la centralización del poder y el desarrollo
del absolutismo. Opuestos al regalismo imperante en Europa y al absolutismo
borbónico, los jesuitas son eliminados paulatinamente de las naciones europeas
hasta conseguir de la misma Santa Sede su supresión, cosa que ocurre en 1773.
En Sevilla, aquella madrugada fueron
tomadas las seis casas de la Compañía por tropas divididas en piquetes y
guiadas por ministros de justicia. Al amanecer, cuando abrieron las puertas, se
llevaron la sorpresa de sentirse asediados. Los soldados penetraron en los
edificios, dejando centinelas en las porterías. Cada comandante de tropa tomó
las llaves de la casa que ocupó, que les fue entregada sin resistencia. El
Asistente llegó al Colegio de San Hermenegildo, acompañado de un ayudante y
cuatro escribanos. Notificó la real orden a los jesuitas, reunidos en
comunidad, visitó toda la casa, clausuró la iglesia, archivo y procuraduría,
recogiendo todas las llaves. Y así, con las mismas diligencias, recorrió las
demás casas jesuíticas de la ciudad.
Los jesuitas quedaron recluidos en las
casas, sin comunicación exterior, a la espera de la expulsión. Esta vino unos
días después. «Llegado el día 10 sin haberse podido encontrar número suficiente
de carruajes, se dispuso conducirlos embarcados. Sacaron a los PP. de sus
respectivas casas a las doce de la noche, y los condujeron a pie, en comunidad,
escoltados por los soldados de guardia, dirigiéndolos al muelle, donde en
número de ciento veinte, se embarcaron en dos navíos a las tres de la
madrugada, y se hicieron a la vela para Sanlúcar de Barrameda» (Guichot). De
ahí fueron llevados al Puerto de Santa María y embarcados con destino a los
Estados pontificios.
Al día siguiente, 11 de abril, se
publicó en Sevilla la Real Pragmática de Extrañamiento de los PP. Jesuitas y
los sevillanos se pudieron enterar al fin de la causa de tan cruel medida. El
primer pregón se tuvo a la puerta del Ayuntamiento, el segundo delante de la
Audiencia y los demás ante las puertas de las casas de la Compañía de Jesús y
lugares públicos más concurridos. Las casas, abandonadas y silenciosas, serán
ocupadas para otros menesteres. Distintas corporaciones locales buscaron el
favor regio para gozar de alguno de estos edificios.
Los jesuitas tenían estas casas en
Sevilla en el momento de su expulsión: Casa Profesa (1557); Colegio de San
Hermenegildo (1580); Colegio de San Gregorio o de Ingleses (1592); Casa
Noviciado de San Luis (1609); Colegio de la Concepción o de Irlandeses (1612);
Colegio de las Becas (1620).
Suprimida la Compañía de Jesús por
Clemente XIV en 1773, sobrevive en Rusia por autorización verbal de Pío VI,
hasta que fue oficialmente restablecida en 1801, por petición del zar Paulo I a
Pío VII. En 1804 se restablece en Nápoles. Y luego, por los trabajos de san
José Pignatelli, zaragozano, se fue preparando el camino para la restauración
total, que llegó, muerto ya en 1811 el santo restaurador, por Pío VII en 1814.
Fernando VII permite la venida de los
jesuitas a España y en 1816 llegan algo más de un centenar de los
supervivientes de la supresión. Ya el año anterior, Sevilla fue la primera
ciudad que solicitó su presencia por medio del cabildo secular, pero al llegar
encontraron no pocas dificultades en recobrar siquiera una de las seis casas
que habían tenido antes de la expulsión.
Al fin consiguieron la Casa Noviciado de
San Luis que hubieron de desalojar, no sin cortapisas, los franciscanos de San
Diego. El 23 de abril de 1817, tomaron posesión de la Casa Noviciado y el 24 de
mayo llegaron los primeros novicios. Esta casa sería dedicada para plantel de
jesuitas «que propagasen la instrucción de la sólida piedad y de las letras en
estos reinos y en los de Indias». Al mismo tiempo abrieron unas escuelas anejas
a este edificio, que ya habían tenido antes de la expulsión. Pero tres años más
tarde, en la revolución de Riego de 1820, fueron desterrados de nuevo por las
Cortes.
Vuelven en 1823. En Sevilla abren dos
colegios, uno en San Luis, donde se encuentra la primera residencia, para
primeras letras, y otro de gramática en un patio de la Universidad, antigua
Casa Profesa, pero sin comunicación con la Universidad.
Pero es inminente una nueva disolución:
en 1835, la Compañía es disuelta por las Cortes. Con el concordato de 1851, la
Compañía es reconocida nuevamente en España pero solamente como orden
misionera. En 1854, durante el bienio progresista, son expulsados una vez más.
Cuando acaba este gobierno revolucionario en 1856, la Compañía adquiere
reconocimiento de pleno derecho. En Sevilla se formó entonces una residencia
con los jesuitas dispersos y alquilaron una casa en la calle San Luis frente al
noviciado.
En 1862 compraron a un marqués una casa
en la calle Lista, donde se traslada el grueso de la comunidad desde San Luis.
En 1865, el cardenal de la Lastra les cedió la iglesia de San Francisco de
Paula, más céntrica que la iglesia de San Luis y más cercana a la nueva
residencia. Pero es inminente un nuevo destierro.
Con la revolución septembrina de 1868,
nueva expulsión. Sólo permanecieron los dos capellanes del Hospicio Provincial
de la calle San Luis. La iglesia de San Francisco de Paula, de la calle de las Palmas
(actual Jesús del Gran Poder) fue de las primeras en ser incautadas. El
Ministerio de Hacienda la sacó a pública subasta. La compraron unos corredores,
que la vendieron, a su vez, a unos protestantes.
En 1869 vivían dispersos por la ciudad
una veintena de jesuitas. Sólo se mantenía la pequeña comunidad del Hospicio de
San Luis, compuesta de dos padres, que utilizaban para las funciones religiosas
la preciosa iglesia del antiguo noviciado.
En marzo de ese año, ya serenados los
ánimos revolucionarios, el P. Francisco Fernández alquiló una casa en el Barrio
de Santa Cruz frente al convento de las Teresas y abrió un colegio. Para el
curso 1870-71, el número de alumnos había aumentado considerablemente y se
hacía necesario un lugar más amplio. Pasó a la calle Argote de Molina y abrió
un colegio de segunda enseñanza que tuvo gran aceptación, el «Colegio Libre del
Inmaculado Corazón de María». Duró hasta 1882, que se trasladó con todos sus
enseres, biblioteca y profesores al nuevo colegio de El Palo de Málaga. Sevilla
se quedó sin colegio de jesuitas hasta unos años más tarde. Por otra parte
otros padres abrieron casas alquiladas y se formaron en comunidad.
En 1877, los jesuitas de Sevilla, con
unos 39 religiosos, se distribuían por cuatro casas: el Hospicio de San Luis,
la residencia de la calle Peñuelas, el colegio de Argote de Molina, y la
residencia del Hospital de San Juan de Dios.
Disuelta la comunidad del Hospicio de
San Luis en 1881 y cerrado el colegio de la calle Argote de Molina en 1882,
vino como un apagamiento de la presencia jesuítica en Sevilla hasta que en 1887
adquirieron la iglesia de San Francisco de Paula, que ya habían regentado con
anterioridad. La residencia estaba separada del templo por dos casas en las que
se construyó en 1906 la actual residencia. La antigua fue utilizada para
círculo de obreros y casa de ejercicios.
En 1905 abría sus puertas el Colegio del
Inmaculado Corazón de María, en la plaza de Villasís, que fue incendiado el 11
de mayo de 1931. En febrero de 1932 es disuelta la Compañía de Jesús en España
por las Cortes de la II República. Vuelven en 1939, una vez finalizada la
guerra civil, y abren de nuevo la Residencia y el Colegio de Villasís. Este
pasa a Portaceli en el curso 1949-50...
Comenzamos describiendo una primera expulsión
de los jesuitas en tiempos de Carlos III y ha sufrido posteriormente, si no he
contado mal, otras cinco más. Todo un récord.
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