El
cardenal Pedro Segura y Sáenz, primado de Toledo, expulsado por la República en
1931, y arzobispo de Sevilla en 1937, fue una figura en su tiempo que luchaba
contra todo y contra todos. Las suyas no eran amables cartas pastorales, eran
admoniciones pastorales, en cuaresma contra los Carnavales, en abril contra la
Feria de Sevilla y sus bailes, en verano con las playas, y en su integrismo
radical contra la Falange y el Protestantismo.
Pero
tenía una cosa positiva. Es curioso, pero al cardenal Segura le gustaba la
Semana Santa de Sevilla. Aún no había tenido tiempo de saborearla, puesto que
será la del año 1938, en plena guerra civil, la primera que contemple, cuando
las cofradías salen de la Catedral por la Puerta de los Palos y vuelven los
pasos hacia Su Eminencia, que se halla en el balcón principal del Palacio
arzobispal, y las bendice. Pues en ese año de 1938, en los días 7 y 31 de marzo, a solo seis meses de su
llegada a Sevilla, escribió un par de documentos positivos sobre las cofradías
sevillanas. El primero, titulado Las
Cofradías y la vida cristiana, y el segundo, Declaración sobre las Procesiones de Semana Santa de Sevilla. Por
la verdad y la justicia.
–Aun en medio de
la bancarrota de los verdaderos valores nacionales en las últimas épocas, nos
es dado descubrir vestigios de esta vida cristiana exuberante, en la que
debemos fijar detenidamente nuestra atención. Uno de esos vestigios gloriosos
es el de las Cofradías piadosas que tanto abundan no solo en la capital sino en
las parroquias todas de la Archidiócesis… ¡Institución santa! ¡Pensamiento
inspirado por el cielo, y el más útil y conveniente de cuantos los hombres
pudieran imaginar! Esas fueron las Cofradías de Sevilla desde sus comienzos y
por tener raíces tan hondas han conservado su vida a través de esos últimos
siglos de indiferentismo religioso…
En el segundo
documento, sale «en defensa del prestigio de la Archidiócesis que el Señor por
medio de su Vicario en la tierra ha confiado a Nuestro cuidado». Y acude en
salvaguarda de la Semana Santa de Sevilla contra vestigios de leyenda negra
como son las declaraciones del obispo portugués Agostino, de la diócesis de
Lamego, quien había publicado el 28 de enero de 1938 en la revista Lumen, Revista de cultura para o Clero, un
artículo titulado Aplicaçao de Pastoral
sobre Festas, donde a su vez cita un artículo publicado dos años antes en
la revista Renacimiento, de un
anónimo escritor, que tacha de «paganismo» la Semana Santa sevillana.
El obispo
Agostino anota, por ejemplo, del literato portugués:
–Muchas personas
acompañaron descalzas las procesiones. Antes la procesión se detenía muchas
veces para que los devotos pudieran divertirse con bailes que aquí y allí se
organizaban, cuando menos se esperaba. Bailarina afamada que estuviese presenciando
el paso de la procesión era invitada en el acto para que bailara, no haciéndose
rogar a la invitación. ¡Y es de creer que apareciese allí precisamente para
exhibir sus habilidades en la danza!...
El obispo de
Lamego saca de esto la siguiente conclusión:
– Al
leer aquellos artículos, Nos decíamos a Nosotros mismos: ¿Cómo puede una nación
en que semejantes profanaciones se cometen ser bendecida por Dios?
Se refiere a la guerra
civil española, que para el obispo Agostino es un evidente castigo de Dios por
semejantes bailes ante los pasos cofradieros de la Semana Santa de Sevilla.
Segura arremete
contra su colega en el episcopado, recriminándole de «imputación falsa e
injusta»:
–A la pena que
nos causa el haber de lastimaros, llevando a vuestra noticia la imputación
falsa e injusta que se hace a una de las más solemnes y conmovedoras
manifestaciones de fe y de piedad, se sobrepone el deber de defender el honor
religioso de esta ciudad, que Nos es tan amada, y de salir por la verdad, que,
indudablemente, por defecto de información, más bien que por mala voluntad, ha
sido falseada.
Y añade:
–Grandes pecados
había cometido, ciertamente, Nuestra Patria por los que se hacía acreedora a
los justos castigos del Señor, que, al ser aplicados tan paternalmente por su
divina Providencia, son al mismo tiempo grandes misericordias y fuente de
copiosas bendiciones del Cielo. Mas insinuar, en forma tan improcedente, que la
causa de la gran desgracia española hayan sido las hermosas procesiones de
Semana Santa de Sevilla, es sencillamente incalificable… Son las antiquísimas
procesiones de Semana Santa de Sevilla con sus filas interminables de hermanos,
con su inmensa multitud de piadosos admiradores, con sus imágenes venerandas
que ordenadamente desfilan día y noche por todas sus calles, una obra excelsa
de que ellas legítimamente se glorían y que tal vez no tiene semejante en toda
la Cristiandad.
Tras este repaso
al obispo portugués, Segura dedicará a lo largo de su pontificado algunas otras
pastorales al tema cofradiero, incidiendo especialmente en los abusos en los
desfiles procesionales o la prohibición de la participación de las mujeres en
las mismas, e incluso en 1944 prohibió que se alzara el brazo a la romana para
saludar a los Cristos que pasaban, saludo propio del fascismo italiano, del
nazismo alemán y de la Falange. Celebrará también un par de Asambleas
Diocesanas de Hermandades de Penitencia (años 1941 y 1945). Pero no mostrará la
dureza verbal de otros temas, como los de moralidad, con su obsesión de los
bailes agarrados, o de doctrina, con su testarudez contra el protestantismo.
El hecho de que
no tenga cosa especial que censurar en el tema cofradiero, que es la tónica de
todas sus admoniciones pastorales, es un signo positivo en el cardenal Segura.
Es más, se apoyará en las Cofradías cuando al final de su mandato presienta que
está en juego su permanencia en la sede de Sevilla y acuda con una
peregrinación cofradiera con sus respectivos estandartes (Simpecados) a llenar
la Plaza de San Pedro el 1 de noviembre de 1954 con motivo de la institución de
una fiesta dedicada a la Virgen: la Realeza de María. Pero Pío XII ya le había
movido la silla, que fue ocupada por el obispo de Vitoria José María Bueno
Monreal, parodiando aquel dicho de que «quien se fue de Sevilla, perdió su
silla».
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