Los altercados habidos en la madrugada del
Viernes Santo en Sevilla me han recordado el que hubo en la madrugada del
Viernes Santo de 1919, hace ahora casi un siglo.
A eso de las cinco y media, un petardo
explotó junto a la pilastra de la verja de la Puerta de los Palos, junto a la
Giralda, provocando la alarma y confusión entre el público numerosísimo que
presenciaba el desfile de las cofradías en la entonces llamada Plaza del
Cardenal Lluch, hoy Virgen de los Reyes. Estaba saliendo en esos momentos la
Hermandad del Gran Poder.
Al sonido de la explosión –el paso del Gran
Poder ya de hallaba en la calle y el paso de la Virgen del Mayor Dolor aún en
el templo–, las filas de nazarenos se unieron alrededor de los pasos en actitud
de defensa de las imágenes, como también lo hicieron los guardias civiles que
acompañaban los pasos.
Entre la confusión y el correr de la gente,
un grito de alguien pide socorro. Es un religioso de mediana edad, tendido en
el suelo, con una pierna medio destrozada. Había pisado un petardo y le estalló
de lleno. Inmediatamente fue trasladado a la Casa de Socorro de la Plaza de San
Francisco, donde el facultativo de guardia apreció la fractura de la tibia y
del peroné de la pierna izquierda. Se llamaba Ramón Quiza Herranz, hermano
claretiano, quien, trasladado después a la Clínica de la Salud, los médicos
tuvieron que amputarle la pierna.
El autor de este macabro suceso no pudo ser
detenido.
A pesar de la honda impresión que produjo
este criminal atentado, siguió la marcha de las cofradías y las del Viernes
Santo acordaron no suspender la salida. Fue a la llegada de la cofradía de
Montserrat por la Plaza de San Francisco –viernes tarde– cuando ocurrió lo que
la prensa calificó como un «acto de afirmación ciudadana».
–Al avanzar hacia el palco del Ayuntamiento
la representación militar que presidía el paso de la venerada Imagen, se
escucharon delirantes vivas a España, a Sevilla y al Ejército, que fueron
contestadas por la multitud. El paso de la Virgen de Montserrat desfiló entre
generales y fervorosas aclamaciones. El entusiasmo aumentó al escucharse las
notas de la Marcha Real. El espectáculo fue indescriptible. Miles de personas
enloquecían de entusiasmo.
El Sábado Santo no hay prensa. Pero el
Domingo de Resurrección apareció en primera plana un largo artículo
cívico-religioso de Muñoz y Pabón en El
Correo de Andalucía titulado: Hagamos
patria:
–Pregunto a Sevilla: ¿Podemos tolerar que
siga adelante esta campaña –porque esto es una campaña– contra lo que
constituye la manifestación más esplendorosa de nuestra fe, y la prueba más
elocuente de nuestro amor? ¿Nos cruzaremos de brazos ante… cuatro
indocumentados, demoledores de lo que está en la médula de nuestras costumbres,
viniendo a ser la más legítima de nuestras glorias, como pueblo, y la más
mimada de nuestras aficiones como individuos? ¿La Semana Santa de Sevilla, a
merced de cuatro «golfos» que salgan vociferando –¡bomba! ¡bomba!– como ayer,
para sembrar la alarma, y tras la alarma, el pánico y tras el pánico, el hambre
para Sevilla entera y plena, porque la Semana Santa de Sevilla, que es la fe, y
es el arte, y es la hermosura y es la piedad, es a la vez «el pan de un sin
número de casas de familia»?
Y ¿cómo hacerlo, señor Muñoz y Pabón?
–¿Cómo? Haciendo el vacío, ¿qué digo
haciendo el vacío? Acorralando con la fuerza avasalladora de los números, a
«los que han tomado por contrata» despojarnos de lo que es el alma de nuestra
alma y vida de nuestra vida; a los que, como los miembros del Sanedrín al
Nazareno divino, han dicho, señalando a nuestra Semana Santa: «reus est
mortis»: reo es de muerte.
Y formula una propuesta para que sea acogida
por la ciudad:
–Si yo fuera alguien en este mundo, me
atrevería a proponer a toda Sevilla un acto de resonancia universal… Una solemne
fiesta de desagravio a Jesucristo en su imagen del Gran Poder, conducida a la
Santa Iglesia Catedral, por todos sus cofrades a cara descubierta, con
representación de todas las Cofradías, para que allí, donde ha sido la ofensa,
sea el desagravio, donde ha sido el pecado sea la reparación, y ante la misma
imagen precisamente, intentada atropellar y destruir, reedificar los muros de
la Jerusalén de esta Semana Santa que se bambolean al empuje satánico y
homicida de los que no pueden ver con buenos ojos que Sevilla crea, que Sevilla
rece, que Sevilla ame.
La propuesta de Muñoz y Pabón fue acogida
por el alcalde Federico de Amores, conde de Urbina, y el hermano mayor del Gran
Poder, Antonio Mejías, que visitaron al cardenal Almaraz para convenir los
detalles de la salida del Gran Poder a la Catedral el domingo 4 de mayo, fiesta
de la Corona de Espinas.
Pero la Junta de Gobierno de la Hermandad
del Gran Poder se negó a la salida de la imagen y el desagravio quedó en una
misa pontifical en la Catedral. Muñoz y Pabón escribirá a un amigo de Madrid:
–Lo acogieron a una el
Cardenal, el Alcalde, ambos Cabildos y el Hermano Mayor del Gran Poder
(Mejías); y luego, los señores de la mesa (Camino, Casillas de Velasco y demás
de una misma fiambrera) se han negado a que salga el Señor, con lo que se ha
venido abajo todo el tinglado. La gente está que arde. Dios sabe lo mejor.
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