viernes, 8 de septiembre de 2017

Juan Pablo I, el «Papa de la Sonrisa»

El cardenal Parolin, secretario de Estado del Vaticano, ha invitado estos días pasados a rezar por la beatificación de Juan Pablo I, el «Papa de la Sonrisa». Así lo hizo saber el 29 de agosto en la edición en italiano de L'Osservatore Romano.
–Una vez que el decreto sobre el ejercicio heroico de las virtudes cristianas sea aprobado, si hay un milagro, creo que no faltará demasiado para concluir la causa –ha manifestado el cardenal Parolin.


 Albino Luciani, patriarca de Venecia, fue elegido papa en un cónclave ultrabreve, después de cuatro escrutinios, el 26 de agosto de 1978. Yo me hallaba esa tarde en la Plaza de San Pedro aguardando la fumata, que resultó ser ni negra ni blanca. Ante el desconcierto general, la opinión común se inclinaba porque era fumata nera y habría que volver al día siguiente. En los medios periodísticos en que me movía, se decía:
–Es pronto para la elección del papa.
Marché de la Plaza de San Pedro a enseñar la Piazza Navona a un viejo cura sevillano que me encontré y era la primera vez que venía a Roma. Y estando allí, oímos el repique de campanas del Vaticano y una señora que nos anunció que ya había papa. Corrimos hacia San Pedro, pero ya solo pude atisbar desde lejos el cierre de la balconada principal.
Marché a la Sala Stampa. Allí encontré a José María Javierre, que escribía para el diario «Ya», y a José Luis Martín Descalzo y Joaquín Navarro-Valls, para el «ABC». El problema era que Albino Luciani no era una figura muy conocida. No había entrado en el cónclave como papabile. ¿Qué decir de él? Yo sabía que tenía escrito un librito titulado «Ilustrísimos señores», en aquel entonces solo en italiano, que lo tenía un sacerdote del Colegio Español. Acudí al Colegio, rescaté el libro, volví a la Sala Stampa y mientras Javierre escribía su crónica, yo traducía ciertos pasajes del libro del nuevo papa, que salieron al día siguiente en el diario «Ya», con envidia de Martín Descalzo, que se quejaba de que tenía poco espacio en el «ABC» y no podía gozar de los únicos textos originales en ese momento del nuevo papa Luciani.
Al día siguiente, domingo, pude conocer al «Papa de la Sonrisa» en el Angelus del mediodía.
Era el primer cónclave postconciliar. El Colegio Cardenalicio, formado por ciento once electores, se decidió por Luciani, elegido por cardenales europeos y del tercer mundo, frente al núcleo duro curial, que hubiera preferido al conservador cardenal Siri, arzobispo de Génova.
Luciani no tenía experiencia curial como su antecesor, Pablo VI. Se sentía como «un novicio en el Vaticano». Y declaró:
–No sé nada del engranaje de esta especie de reloj. La primera cosa que haré será hojear el Anuario Pontificio para saber el «Who’s who» de cada uno y ver cómo funciona la máquina.
En el Vaticano se dieron cuenta enseguida que el papa sabía bien poco de diplomacia y que se había puesto a aprender el inglés. Fue un papa original en el escaso tiempo que vivió. El 20 de septiembre, lanzó esta curiosa advertencia:
–Es falso afirmar que la liberación política, económica y social, coincida con la salvación en Jesucristo; es falso afirmar que el reino de Dios se identifica con el reino del hombre, que «Ubi Lénine, ibi Jérusalem» (Donde está Lenin, allí está Jerusalén).
Luciani no tenía buena salud. En los días previos a su muerte, había tenido trastornos circulatorios. Al cardenal Villot, secretario de Estado, que lo encontró fatigado, le habló de sus piernas y pies hinchados.  Pero le dijo tranquilamente:
–Cuando un papa muere, ponen a otro.
El médico le había prescrito largos paseos por los jardines vaticanos. Y así, la primera audiencia diaria, que era con el cardenal Villot, la hacía paseando por los jardines.
Pero el 29 de septiembre, treinta y dos días después de su elección, el secretario particular del papa, monseñor John Magee, lo encontró al amanecer muerto en su cama. Tenía la luz encendida. El médico diagnosticó un infarto e indicó la hora aproximada de la muerte: sobre las 23 horas de la noche anterior.
Pronto circularon siniestros rumores, que serán recogidos por David Yallop en su panfleto In God’s Name. El papa habría sido envenenado con la complicidad tácita del secretario de Estado Villot y el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), monseñor Paul Marcinkus. Un morbo que vende libros, pero no estábamos en la Edad Media.
Estos rumores podían desviar lo que realmente sucede: que el papado es una losa muy pesada para un solo hombre, sobre todo si llega enfermo. El arzobispo de Viena, cardenal Koening, conocido como el «cardenal rojo»,  declarará a este respecto:
–Es necesario reducir, aunque no se ha hecho hasta el presente, la sobrecarga física y psíquica a la que está sometido el papa, el peso que la función implica, delegando ciertas funciones pontificias en otros, de modo que no sobrepase los límites de la fatiga que puede tolerar un ser humano.
«Albino el Breve», el «Papa de la Sonrisa», concluyó la fase diocesana de su causa de beatificación en mayo de 2009 en la diócesis de Altamura Gravina-Acquaviva. Tras un breve tiempo de pausa, la causa ha sido retomada en julio de 2016, siendo su postulador el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal Beniamino Stella. El actual secretario de Estado, cardenal Parolin pide que se rece para que la causa tenga un final feliz.

1 comentario:

  1. Muy interesante. Gracias por recordarle. Sus catequesis 'todos los públicos' fueron impagables. Beato o no, tenemos un intercesor.

    ResponderEliminar