viernes, 15 de septiembre de 2017

Pablo VI, dos cartas de renuncia al papado

Pronto, en octubre, se van a cumplir 50 años de mi primera estancia en Roma. A la llegada de los alumnos españoles a la Estación Termini nos recogió el bus del Colegio Español y camino del Colegio se pasó por la Plaza de San Pedro, para que tuviéramos una vista del Vaticano. Era de noche y la fachada de San Pedro estaba iluminada. Fue emocionante para el joven clérigo que yo era entonces. Sin embargo, al papa reinante, Pablo VI, no pude verlo hasta ya entrado diciembre porque poco después, en noviembre, sería sometido a una operación de próstata. Un papa que ha pasado a la historia reciente como el hombre sufriente. Lo dijo él cuando ya no se pudo sustraer en el cónclave a la voluntad de los cardenales:
–Tal vez el Señor me ha llamado a este servicio, no porque tenga cierta aptitud, sino porque sufra algo por la Iglesia.


Durante todo el cónclave no dejaba de repetir a los cardenales:
–¡No tiene necesidad de mí la Iglesia!
Pablo VI era un tímido. Un hamletiano. «Hamlet-Montini», le llamaban en el Vaticano cuando él dirigía una de las dos secretarías de Estado con Pío XII. Y, sin embargo, se dijo de él que «en este siglo (el XX) era el hombre más adaptado para convertirse en papa».
Juan XXIII decía de él:
–Nuestro Eminentísimo Hamlet.
Y el cardenal Spellman, arzobispo de Nueva York:
–Un enigma viviente.
«Papa de la duda», lo fue menos por la irresolución con que se le acusaba, cuanto por la complejidad de los nuevos problemas surgidos en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. La duda entre ser «Pedro», con la tarea de conservar el pasado, y ser «Pablo», para encontrar caminos nuevos que forjar la tradición del mañana.
En su alabanza, su amigo Jean Guitton dirá de él:
–Es un alma especialmente receptiva y sensible; conviene aplicarle el epíteto que damos a ciertas flores cuyos pétalos parecen órganos de los sentidos: sensitiva es su conciencia, su manera de escuchar, de comprender, de percibir, de callarse… Una calma que se mueve de manera magnética.
Después de su operación de próstata, entramos en el año 1968. Parece físicamente cambiado. Una mirada demacrada. Una marcha más lenta. Apenas come y duerme menos. Y sin embargo sigue con su actividad.
Pero entre los periodistas ha corrido un rumor. El papa ha pensado en dimitir. Hoy sabemos de una renuncia al papado por el caso Benedicto XVI, papa emérito. Pero en aquel entonces se hablaba de que en la historia de la Iglesia tan solo había habido un caso, el del piadoso ermitaño Pierre de Morrone, que subió al trono pontificio con el nombre de Celestino V, elegido en 1294, después de dos años de votaciones, porque los Orsini no querían que un Colonna fuera papa y los Colonna pensaban lo mismo de los Orsini… Eligieron a un ermitaño que entró en Roma a lomos de un burro y reinó cinco meses antes de declararse impropio para dirigir los destinos de la Iglesia. Se retiró cerca de Agnani donde murió en olor de santidad en 1296, a los 81 años.
Lo que entonces se rumoreaba –la renuncia al papado de Pablo VI– y que no lo realizó tal vez por su timidez o más bien disuadido por sus colaboradores inmediatos, se ha confirmado en estos días. El cardenal Re, prefecto emérito de la Congregación de los Obispos, ha dado a conocer hace unos días en una revista de Bérgamo, recogida por el cotidiano Avvenire, que Pablo VI tenía preparadas dos cartas de renuncia.
–Me las mostró san Juan Pablo II –ha revelado el purpurado.
Pablo VI tenía en un cajón de su mesa de despacho dos cartas listas con su renuncia, en caso de que quedara inconsciente por alguna enfermedad o por algún evento inesperado. El Código de derecho canónico, vigente en esa época, contemplaba que el Papa no podía renunciar sin la aceptación del Colegio Cardenalicio. La segunda carta invitaba al secretario de Estado de la Santa Sede para que convenciera a los cardenales a aceptar su dimisión.
El cardenal Re, cuyo sueño era «ser párroco» aunque llegó a cardenal, hace un repaso a sus «seis papas».
–Para abrir el Concilio fue necesario Juan XXIII, quien tenía gran confianza en Dios y en los hombres. Pablo VI fue el papa que simplificó la curia y quería simplificación e internacionalización de los cargos. El papa Luciani me dijo que el papado era un peso demasiado grande para sus espaldas. Juan Pablo II, un gran hombre y un gran santo. Benedicto XVI, un gran teólogo, una persona suave, con la fama de ser duro pero no es así. Es bueno y bondadoso, tiene una inteligencia extraordinaria. Y Francisco, el papa justo en el momento justo.
Ya no estoy en situación de viajes, por mi salud. Pero siempre que he acudido a Roma, al llegar a la Ciudad Eterna, he visitado la basílica de San Pedro y en ella una especial oración ante la tumba de san Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y ante la sencilla lápida sin monumento alguno que oculta bajo ella los restos de Pablo VI. Un papa sufriente al que tengo especial afecto. Pienso que, si su vida hubiera transcurrido por otros derroteros, hubiera sido un gran escritor en lengua italiana. Tan elegante era su estilo.

1 comentario:

  1. Monseñor Ramón Buxarrais deja Melilla tras 27 años en la ciudad.
    https://santuariodejuanelbautista.com/2017/09/22/en-la-marcha-de-monsenor-buxarrais/

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