La
capilla de la Virgen de la Antigua es de las más hermosas de la catedral de
Sevilla. Y con esa Virgen mural, que la preside, de tanta devoción entre los
sevillanos. Llamada de la Antigua por su mucha antigüedad, del tiempo de los
godos, según cuentan las viejas crónicas de Sevilla. Aunque en verdad se trata
de un fresco del siglo XIV.
Una
leyenda, que José Gestoso no lleva más allá de finales del siglo XVI y
principios del XVII, remonta esta pintura a la época visigoda, en tiempos de
san Hermenegildo. Oculta por una pared durante la ocupación musulmana, fue
venerada por los mozárabes y por el mismo san Fernando que, ocultamente, venía
a venerarla, durante el sitio de la ciudad.
Pero
esto no deja de ser una bella tradición local. Proveniente de la catedral
vieja, esta Virgen mural se hallaba en un principio en el lugar que ahora ocupa
la verja de entrada a esta capilla, en posición invertida hacia dentro.
Ubicarla en el lugar privilegiado de ahora fue todo un trabajo de ingeniería
realizado en noviembre de 1578, bajo la dirección del arquitecto Asencio de
Maeda, maestro mayor de la catedral. (Zúñiga y González de León dicen que
ocurrió el 18 de noviembre; Juan de Loaysa, el 15 de noviembre, y otras
memorias el 22 de noviembre).
Bien,
sea el día que fuere, lo importante es señalar lo arriesgado de la operación.
Se cortó el muro, forrado con recios tablones, todo alrededor de la imagen y,
con rodillos y poleas, fue llevado suavemente al lugar que ahora ocupa. Se
logró «sin que de ella ni un leve terrón se desmoronase». La operación duró dos
días. El arzobispo había pedido rogativas por el éxito de este trabajo de
delicada ingeniería y el cabildo catedral procesionó a esta capilla para
celebrar una misa en acción de gracias, oficiada por Alonso Fajardo de
Villalobos, obispo dimisionario de Esquilache, canónigo y arcediano de Sevilla.
La operación fue achacada a milagro y a las muchas oraciones de los sevillanos.
La
Virgen de la Antigua se muestra de pie, de tamaño natural, tal vez mayor, con
el Niño en el brazo izquierdo y ofreciéndole una rosa con el derecho. El Niño
sostiene en sus manos un pajarillo. A los pies de la imagen aparece una mujer
rezando de rodillas. Hay quien dice que se trata de doña Leonor, esposa de
Fernando de Antequera, muy devota de esta imagen. Su esposo, que fuera rey de
Aragón, debió hallarse retratado al otro lado, pero con la incuria del tiempo y
el traslado se debió perder.
Rezar
ante la Virgen de la Antigua, antes y después de la partida hacia América, era
costumbre devota de todos los marineros. Por eso, también, su devoción está tan
extendida en el continente americano. Cristóbal Colón le dedicó la primera
capilla en la isla de Santo Domingo; Hernán Cortés erigió iglesias dedicadas a
su culto en México; la catedral de Darién, en Panamá, fue erigida bajo su
advocación... Todos los misioneros de los primeros tiempos de la conquista de
América llevaban la devoción de la Virgen de la Antigua por todos los rincones
de las Indias.
En
el siglo XVIII, el arzobispo don Luis de Salcedo adornó la capilla con altar,
retablo y su propio sepulcro. Y en el siglo XX, el 24 de noviembre de 1929,
esta imagen fue coronada canónicamente por el cardenal Ilundáin. Ello se
refleja visiblemente en las coronas y nimbos que aparecen sobre la Virgen y el
Niño, de oro y pedrería, obra del orfebre y sacerdote Granda Builla, costeada
por suscripción popular.
Se
celebraba ese año de 1929 las bodas de diamante de la definición del dogma de
la Inmaculada. Sevilla lo celebró con el Congreso Mariano Hispano-Americano,
tenido del 15 al 21 de mayo, y con la coronación canónica de la Virgen de la
Antigua.
El
himno del Congreso, letra del agustino fray Restituto del Valle y partitura
musical del maestro Eduardo Torres, expresa en su primera frase el amor de esta
tierra por María y de María por esta tierra de Sevilla:
Salve Madre, en la tierra de tus amores,
te saludan los cantos que alza el amor.
A
la coronación de la Virgen de la Antigua asistió con el pueblo de Sevilla una
representación de todas las naciones americanas con sus banderas a los pies de
la Señora. Recuerden que se celebraba entonces en la capital hispalense la
Exposición Ibero-Americana. Estaban presentes también en la catedral los
infantes de España.
Por
la tarde, una procesión de más de cuatro mil hombres recorrió las calles de
Sevilla en forma de Rosario, con las imágenes de la Virgen de la Paz, de la
parroquia de Santa Cruz (misterios gozosos), la del Rosario de Montesión
(misterios dolorosos), y la de Todos los Santos (misterios gloriosos). Cerraba
la procesión un lienzo de la Virgen de la Antigua sobre las andas de la
custodia del Corpus y enmarcada por un fragmento del altar de plata del Salvador.
Ante
ella han querido reposar eternamente no pocos arzobispos y canónigos. Y han
orado santos como san Diego de Alcalá, san Juan de Ávila, san Francisco de
Borja, santa Teresa de Jesús, san Juan de Ribera... Ante ella se han postrado
reyes, como Felipe II, que dio su nombre a la cofradía de Nuestra Señora de la
Antigua y quiso dedicar la capilla del Alcázar sevillano con el nombre de
Nuestra Señora de la Antigua, o el emperador Carlos V, que puso en sus
estandartes su imagen. En el siglo XVII llegó a tener hasta veintitrés
capellanes al servicio del culto de la Virgen y más de cien lámparas de plata
ardían ante su imagen.
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