Leo al teólogo José María Castillo:
–Es un secreto a voces que en la Iglesia hay gente que no soporta al papa.
Y añade:
–Lo más extraño, en este desagradable
asunto, es que estamos ante un fenómeno que, en buena medida, es nuevo en la
Iglesia. Al menos, desde la Ilustración hasta el día de hoy. Es verdad que, ya
en el pontificado de Juan XXIII, se
notaron algunos síntomas que apuntaban en esta dirección. Los grupos más
conservadores de aquel tiempo no estaban de acuerdo con el papa Roncalli en
cuestiones de cierta importancia. Pero lo que está ocurriendo con el papa
actual es distinto. No sólo por el hecho de que hay quienes se atreven a decir
que Francisco es «hereje», sino
por algo que, a mi manera de ver, es más significativo. Se trata de que un
grupo notable de personalidades del mundo eclesiástico está en contra del papa,
al tiempo que masas enormes del
pueblo sencillo, incluso entre gentes que no son creyentes para nada,
son quienes aclaman entusiasmados a este papa. El papa de los pobres, de los
enfermos y los niños, de los ancianos y los ignorantes. Incluso el papa que
seduce a gentes sin creencias religiosas o que pertenecen a culturas que poco o
nada tienen que ver con el catolicismo.
Quizás lo más resonante últimamente de
oposición al papa sea esa carta de «corrección filial» firmada por 40 clérigos y académicos de 20 países,
enviada al papa Francisco el pasado 11 de agosto y que no ha tenido respuesta,
sobre la exhortación Amoris laetitia.
Ningún cardenal ni obispo han firmado esta carta, aunque sí algún obispo
lefrebviano.
La publicación de la Amoris
laetitia, aparecida en abril de 2016, suscitó críticas de los cardenales Raymond Burke, Walter Brandmueller, Carlo Caffarra y Joachim Meisner (los dos últimos ya
fallecidos), que en septiembre de 2016 escribieron al Papa para solicitar una
aclaración, las dubia.
El documento
del que hoy hablamos tiene un título latino: Correctio filialis de
haeresibus propagatis (literalmente: ‘Corrección filial con respecto a la
propagación de herejías’), que consta de veinticinco páginas y afirma en
resumen que la exhortación apostólica Amoris
Laetitia de Francisco contiene siete herejías respecto a la doctrina de la
Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia.
Creen en el carisma de la infalibilidad del
papa pero niegan la existencia de este carisma papal en la Amoris laetitia, pues «ninguna de las afirmaciones que han servido
para propagar las herejías que esta exhortación insinúa están protegidos por
aquella garantía de verdad. Nuestra corrección es, en verdad, requerida por la
fidelidad a las enseñanzas papales infalibles que son incompatibles con ciertas
afirmaciones de Su Santidad».
Afirman los firmantes en la primera parte de la carta que, como
creyentes católicos y practicantes, tienen el derecho y el deber de emitir
dicha corrección al Sumo Pontífice.
En la segunda parte, núcleo del documento,
aparece el contenido de la «corrección». Enumera los pasajes de Amoris laetitia en los que se insinúan o
alientan posturas heréticas. El papa Francisco evitó responder en ella con un
sí o un no rotundo a la posibilidad de que, atendiendo al caso concreto, las personas divorciadas vueltas a casar
pudieran volver a comulgar. Se acusa también al papa de apoyar «la
creencia de que la obediencia a la Ley de Dios puede ser imposible o
indeseable, y que la Iglesia debería, a veces, aceptar el adulterio como un comportamiento
compatible con la vida de un católico practicante».
En la parte final, llamada «Dilucidación», apunta
dos causas de esta singular crisis. Una de ellas es el Modernismo, que defiende
la creencia de que Dios no ha entregado
verdades definitivas a la Iglesia, que esta debiera continuar enseñando,
exactamente en el mismo sentido, hasta el final de los tiempos. Solo verdades provisionales, nunca dogmas
inamovibles. El Modernismo ya fue condenado por el papa san
Pío X.
La segunda causa de la crisis es la
influencia de Martín Lutero en el papa Francisco. La carta refleja cómo Lutero,
fundador del Protestantismo, tenía ideas sobre el matrimonio, el divorcio, el
perdón y la ley divina que se corresponden con las que el papa ha promovido
mediante sus palabras, actos y omisiones. Y el elogio explícito y sin
precedentes que el papa Francisco ha dedicado al heresiarca alemán.
Los firmantes profesan su lealtad a la
Iglesia Católica, garantizan al papa sus oraciones y solicitan su bendición
apostólica. Casi, casi, como concediéndoles ellos su perdón.
Evidentemente, hay gente que no soporta al
papa. Y ello se ha de buscar en teólogos integristas. «Gente importante que –como dice José María
del Castillo– se preocupa más por la fidelidad al Dogma, al Derecho y a la
Liturgia que al Evangelio y al «seguimiento» de Jesús.
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