domingo, 22 de abril de 2018

23 de abril, Día del Libro

Mañana, 23 de abril, es el “Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”. Una fiesta nacida en España y universalizada en 1995 por la ONU. Día en que murieron Cervantes y Shakespeare en 1616, aunque ya he explicado en otra ocasión que con calendarios distintos. Cervantes, según el calendario gregoriano, y Shakespeare, con el calendario juliano. Con lo que, según el calendario actual, que es el calendario gregoriano, en realidad Shakespeare murió diez días después que Cervantes, es decir, el 2 de mayo. Quien sí murió el mismo 23 de abril de 1616 fue el Inca Garcilaso de la Vega, el primer mestizo racial y cultural de América, que nació en Cuzco (Perú) y falleció en Córdoba, enterrado en la Catedral-Mezquita.


 Y yo, que quiero unirme a la celebración de este Día del Libro y tengo buena cantidad de ellos publicados, he de pensar que Cervantes no se refería a mí cuando puso en boca del bachiller Sansón Carrasco en conversación con Don Quijote la siguiente frase:
–Hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
Más bien he de pensar lo que el bachiller Carrasco dijo a Don Quijote y Sancho:
–No hay libro tan malo que no tenga algo bueno.
Máxima ésta que Cervantes recoge de Plinio el Joven.
O lo que expresó el mismo Don Quijote:
–¿Pensará vuesa merced que es poco trabajo hacer un libro?
A mi edad, ya en la plenitud de la vida, recojo el mismo sentir de Borges:
–Mis libros (que no saben que yo existo) son tan parte de mí como ese rostro de sienes grises y de grises ojos que vanamente busco en los cristales.
O lo que decía Quevedo, en aquel soneto que comienza:
–Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos.
Pienso que en mi larga bibliografía no he caído en lo que denuncia Ortega y Gasset en La rebelión de las masas:
–La obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos.
Ni creo caer en el monitum de Santo Tomás de Aquino, cuando dice:
Timeo hominem unius libri. Temo al hombre de un solo libro.
Porque no solo tengo la satisfacción de haber publicado una serie de libros, incluso traducido algunos a otras lenguas, como el catalán, italiano, inglés o portugués. También he procurado de hacerme durante mi larga vida de una buena biblioteca, repartida por todas las habitaciones de la casa, y podría poner en ellas lo que el rey Osimandia de Egipto puso a la entrada de su biblioteca:
Medicina animi. Medicina del alma.
Porque como dice el libro de Las mil y una noche:
–Un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos!
Y como uno, por eso del oficio eclesiástico, es asiduo a la lectura continuada de la Biblia, termino citando el final del libro del Eclesiastés (XII, 12-13):
–Un último aviso, hijo mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo. En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre. Que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, sean buenas o malas.

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