Mañana, 23 de abril, es el “Día Mundial del
Libro y del Derecho de Autor”. Una fiesta nacida en España y universalizada en
1995 por la ONU. Día en que murieron Cervantes y Shakespeare en 1616, aunque ya
he explicado en otra ocasión que con calendarios distintos. Cervantes, según el
calendario gregoriano, y Shakespeare, con el calendario juliano. Con lo que,
según el calendario actual, que es el calendario gregoriano, en realidad
Shakespeare murió diez días después que Cervantes, es decir, el 2 de mayo.
Quien sí murió el mismo 23 de abril de 1616 fue el Inca Garcilaso de la Vega, el primer
mestizo racial y cultural de América, que nació en Cuzco (Perú) y falleció en
Córdoba, enterrado en la Catedral-Mezquita.
Y yo, que quiero unirme a la celebración de
este Día del Libro y tengo buena cantidad de ellos publicados, he de pensar que
Cervantes no se refería a mí cuando puso en boca del bachiller Sansón Carrasco en
conversación con Don Quijote la siguiente frase:
–Hay algunos que así componen y arrojan
libros de sí como si fuesen buñuelos.
Más bien he de pensar lo que el bachiller
Carrasco dijo a Don Quijote y Sancho:
–No hay libro tan malo que no tenga algo
bueno.
Máxima ésta que Cervantes recoge de Plinio
el Joven.
O lo que expresó el mismo Don Quijote:
–¿Pensará vuesa merced que es poco trabajo
hacer un libro?
A mi edad, ya en la plenitud de la vida,
recojo el mismo sentir de Borges:
–Mis libros (que no saben que yo existo)
son tan parte de mí como ese rostro de sienes grises y de grises ojos que
vanamente busco en los cristales.
O lo que decía Quevedo, en aquel soneto que
comienza:
–Retirado en la paz de estos desiertos, /
con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos /
y escucho con mis ojos a los muertos.
Pienso que en mi larga bibliografía no he
caído en lo que denuncia Ortega y Gasset en La
rebelión de las masas:
–La obra de caridad más propia de nuestro
tiempo: no publicar libros superfluos.
Ni creo caer en el monitum de Santo Tomás
de Aquino, cuando dice:
–Timeo
hominem unius libri. Temo al hombre de un solo libro.
Porque no solo tengo la satisfacción de
haber publicado una serie de libros, incluso traducido algunos a otras lenguas,
como el catalán, italiano, inglés o portugués. También he procurado de hacerme
durante mi larga vida de una buena biblioteca, repartida por todas las
habitaciones de la casa, y podría poner en ellas lo que el rey Osimandia de
Egipto puso a la entrada de su biblioteca:
– Medicina
animi. Medicina del alma.
Porque como dice el libro de Las mil y una noche:
–Un armario de libros es el más hermoso de
los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador
de los paseos!
Y como uno, por eso del oficio
eclesiástico, es asiduo a la lectura continuada de la Biblia, termino citando
el final del libro del Eclesiastés (XII, 12-13):
–Un último aviso, hijo
mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta
el cuerpo. En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus
mandamientos, porque eso es ser hombre. Que Dios juzgará todas las acciones,
aun las ocultas, sean buenas o malas.
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