miércoles, 18 de abril de 2018

Teresa de Lisieux sufrió bullying escolar


El bullying es el acoso escolar o maltrato psicológico, verbal o físico, que unos escolares infligen a otros durante un largo período de tiempo. Suele ocurrir mayormente en la entrada de la adolescencia, y más entre niñas que entre niños.
Esta práctica, viral en nuestro tiempo, aparece con frecuencia en los medios de comunicación, a veces con consecuencias trágicas.
Pues bien, nada de ello es nuevo. Ya en el siglo XIX ocurría en Francia y lo sufrió Teresa de Lisieux, según cuenta en el Diario de un alma.



El 3 de octubre de 1881, con ocho años y medio, Teresita entró en la Abadía de Notre-Dame-du-Pré, al oeste de la ciudad de Lisieux. Religiosas benedictinas tienen ahí un colegio para niñas, unas sesenta, repartidas en clases, desde la edad infantil hasta el curso superior. Con uniforme obligatorio, todo de negro, se distinguen las distintas clases por el color del cinturón: rojo, verde, violeta, naranja, azul y blanco.
Teresita entró a la vez que su hermana Leonia lo dejaba. Será mediopensionista como su hermana Celina. Y comienzan sus padecimientos, su calvario.
–He oído decir muchas veces que el tiempo pasado en el internado es el mejor y el más feliz de la vida. Para mí no lo fue. Los cinco años que pasé en él fueron los más tristes de toda mi vida. Si no hubiera tenido a mi lado a mi querida Celina, no habría aguantado allí ni un mes sin caer enferma...
A Teresita, como tiene una estupenda preparación, recibida de sus hermanas María y Paulina, la ponen en un curso más adelantado, en la clase verde, siendo la más pequeña de la clase, aunque pronto descollará como la más inteligente. Esto le acarrea burlas, especialmente de algunas mayores. Teresita solo se refugiará en su llanto silencioso.
–Una de ellas, de 13 a 14 años, era poco inteligente, pero sabía imponerse a las alumnas, e incluso a las profesoras. Al verme tan joven, casi siempre la primera de la clase y querida por todas las religiosas… me hizo pagar de mil maneras mis pequeños éxitos... Dado mi natural tímido y delicado, no sabía defenderme, y me contentaba con sufrir en silencio, sin quejarme...
Teresita solo disfrutaba cuando, al caer de la tarde, volvía a casa y se refugiaba en el calor del hogar. Sobre todo, cuando ofrecía a su padre el boletín de notas estupendas.
–No sabía jugar, pero me gustaba mucho la lectura, y me hubiera pasado la vida leyendo. Esta afición a la lectura duró hasta mi entrada en el Carmelo. Me sería imposible decir el número de libros que pasaron por mis manos; pero nunca permitió Dios que leyera ni uno sólo que pudiera hacerme daño.
Siendo la más joven de la clase, es la que mejores notas saca. Sobresaliente en todo, tiene también sus puntos débiles, especialmente en aritmética y ortografía, con su «letra de gato», como ella dice. Pero en redacción, es una alumna brillante.
En los recreos, Teresita tratará, sin conseguirlo, ser como las demás niñas. Habituada a jugar sola, no sabe congeniar en grupo. Se ocultará bajo los tilos y contemplará cómo las demás niñas se divierten juntas. A veces contará bellas historias a las más pequeñas. Lo recuerda Elena Doisy, alumna de su tiempo:
–Nos agrupábamos en torno a Teresa, completamente subyugadas por las aventuras del Rey de los gatos o de otras historias que se inventaba a medida que nos hablaba, complaciéndose en añadir cosas cuando nos veía cautivadas por su relato.
Contadora de cuentos, Teresita muestra, ya desde su infancia, un talento natural para la narración tanto oral como escrita, que madurará en el convento y quedará reflejado en sus escritos. Un día, una vigilante acabará con su relato de cuentos.
–Os quiero más veros correr.
Y dispersó el grupo.
Años más tarde, sor Henriette nos deja recuerdos de su alumna:
–La mejor recreación de Teresa era buscar pajaritos muertos que encontraba para enterrarlos «con honor», como ella decía. Yo la veía salir de la clase de las primeras, caminar alrededor del viejo castaño y de los tilos para tratar de encontrar algunos. Un día, la vi traer uno que ella miró largo tiempo, y por fin se decidió a hacer un agujero al pie del primer tilo junto a la capilla. 
Y continúa:
–Algunos días después, Teresita se acercó a la ventana del refectorio con un pajarito en sus manos. Me dijo: «¡Ayúdame a hacer un hoyo!». Sonó la hora de la oración y le dije: «El Buen Dios me llama». Al salir de la capilla, ella estaba allí, en la escalinata, esperando con su pájaro en la mano. Le hice un agujero, la dejé poner su pajarito y le dije: «Ven a lavarte las manos». Sorprendida, me dijo: «No están sucias, es sólo un pajarito». En fin, se decidió al fin, pero parecía reflexionar. Después, de golpe, me miró y me dijo: «Hermana, ¿cómo hace una religiosa la oración?». Le dije: «Yo no sé cómo lo hacen las otras; personalmente, me imagino que hago un poco como tú, Teresa, cuando llegas por la tarde ante tu padre, al que no has visto desde la mañana; saltas a su cuello, le muestras tus buenas notas, le cuentas toda suerte de pequeñas cosas, todo lo que pasa, tus alegrías y tus penas. Pues bien, yo hago lo mismo con el Buen Dios, es mi Padre. Con el pensamiento, me pongo junto a Él, le adoro, me hago muy pequeña como tú, le hablo; es con mi corazón como yo hago mi oración... Teresa me mira sin decir nada. Me da las gracias y se vuelve contenta.
Teresita, años después, insertará este método de oración de sor Henriette a su espiritualidad cuando escribe en Historia de un alma:
–Hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende... Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.
Pero no creáis que es una niña que vive desde ya la perfección de las virtudes. Se acusa, por ejemplo, de «no ser insensible a los elogios».
–Con bastante frecuencia alababan delante de mí la inteligencia de las demás, pero nunca la mía, por lo que llegué a la conclusión de que no era inteligente, y me resigné a no serlo... Mi corazón sensible y cariñoso se hubiera entregado fácilmente si hubiera encontrado un corazón capaz de comprenderlo.
Y siente el desprecio de las amigas.

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