El bullying
es el acoso escolar o maltrato psicológico, verbal o físico, que unos escolares
infligen a otros durante un largo período de tiempo. Suele ocurrir mayormente
en la entrada de la adolescencia, y más entre niñas que entre niños.
Esta práctica, viral en nuestro tiempo,
aparece con frecuencia en los medios de comunicación, a veces con consecuencias
trágicas.
Pues bien, nada de ello es nuevo. Ya en el
siglo XIX ocurría en Francia y lo sufrió Teresa de Lisieux, según cuenta en el Diario de un alma.
El 3 de octubre de 1881, con ocho años y
medio, Teresita entró en la Abadía de Notre-Dame-du-Pré, al oeste de la ciudad de
Lisieux. Religiosas benedictinas tienen ahí un colegio para niñas, unas
sesenta, repartidas en clases, desde la edad infantil hasta el curso superior.
Con uniforme obligatorio, todo de negro, se distinguen las distintas clases por
el color del cinturón: rojo, verde, violeta, naranja, azul y blanco.
Teresita entró a la vez que su hermana
Leonia lo dejaba. Será mediopensionista como su hermana Celina. Y comienzan sus
padecimientos, su calvario.
–He oído decir muchas veces que el tiempo
pasado en el internado es el mejor y el más feliz de la vida. Para mí no lo
fue. Los cinco años que pasé en él fueron los más tristes de toda mi vida. Si
no hubiera tenido a mi lado a mi querida Celina, no habría aguantado allí ni un
mes sin caer enferma...
A Teresita, como tiene una estupenda
preparación, recibida de sus hermanas María y Paulina, la ponen en un curso más
adelantado, en la clase verde, siendo la más pequeña de la clase, aunque pronto
descollará como la más inteligente. Esto le acarrea burlas, especialmente de
algunas mayores. Teresita solo se refugiará en su llanto silencioso.
–Una de ellas, de 13 a 14 años, era poco
inteligente, pero sabía imponerse a las alumnas, e incluso a las profesoras. Al
verme tan joven, casi siempre la primera de la clase y querida por todas las
religiosas… me hizo pagar de mil maneras mis pequeños éxitos... Dado mi natural
tímido y delicado, no sabía defenderme, y me contentaba con sufrir en silencio,
sin quejarme...
Teresita solo disfrutaba cuando, al caer de
la tarde, volvía a casa y se refugiaba en el calor del hogar. Sobre todo,
cuando ofrecía a su padre el boletín de notas estupendas.
–No sabía jugar, pero me gustaba mucho la
lectura, y me hubiera pasado la vida leyendo. Esta afición a la lectura duró
hasta mi entrada en el Carmelo. Me sería imposible decir el número de libros
que pasaron por mis manos; pero nunca permitió Dios que leyera ni uno sólo que
pudiera hacerme daño.
Siendo
la más joven de la clase, es la que mejores notas saca. Sobresaliente en todo, tiene también sus
puntos débiles, especialmente en aritmética y ortografía, con su «letra de
gato», como ella dice. Pero en redacción, es una alumna brillante.
En
los recreos, Teresita tratará, sin conseguirlo, ser como las demás niñas.
Habituada a jugar sola, no sabe congeniar en grupo. Se ocultará bajo los tilos
y contemplará cómo las demás niñas se divierten juntas. A veces contará bellas
historias a las más pequeñas. Lo recuerda Elena Doisy, alumna de su tiempo:
–Nos
agrupábamos en torno a Teresa, completamente subyugadas por las aventuras del Rey de los gatos o de otras historias
que se inventaba a medida que nos hablaba, complaciéndose en añadir cosas
cuando nos veía cautivadas por su relato.
Contadora
de cuentos, Teresita muestra, ya desde su infancia, un talento natural para la
narración tanto oral como escrita, que madurará en el convento y quedará
reflejado en sus escritos. Un día, una vigilante acabará con su relato de
cuentos.
–Os
quiero más veros correr.
Y
dispersó el grupo.
Años
más tarde, sor Henriette nos deja recuerdos de su alumna:
–La
mejor recreación de Teresa era buscar pajaritos muertos que encontraba para
enterrarlos «con honor», como ella decía. Yo la veía salir de la clase de las
primeras, caminar alrededor del viejo castaño y de los tilos para tratar de
encontrar algunos. Un día, la vi traer uno que ella miró largo tiempo, y por
fin se decidió a hacer un agujero al pie del primer tilo junto a la
capilla.
Y
continúa:
–Algunos
días después, Teresita se acercó a la ventana del refectorio con un pajarito en
sus manos. Me dijo: «¡Ayúdame a hacer un hoyo!». Sonó la hora de la oración y
le dije: «El Buen Dios me llama». Al salir de la capilla, ella estaba allí, en
la escalinata, esperando con su pájaro en la mano. Le hice un agujero, la dejé
poner su pajarito y le dije: «Ven a lavarte las manos». Sorprendida, me dijo:
«No están sucias, es sólo un pajarito». En fin, se decidió al fin, pero parecía
reflexionar. Después, de golpe, me miró y me dijo: «Hermana, ¿cómo hace una
religiosa la oración?». Le dije: «Yo no sé cómo lo hacen las otras;
personalmente, me imagino que hago un poco como tú, Teresa, cuando llegas por
la tarde ante tu padre, al que no has visto desde la mañana; saltas a su
cuello, le muestras tus buenas notas, le cuentas toda suerte de pequeñas cosas,
todo lo que pasa, tus alegrías y tus penas. Pues bien, yo hago lo mismo con el
Buen Dios, es mi Padre. Con el pensamiento, me pongo junto a Él, le adoro, me
hago muy pequeña como tú, le hablo; es con mi corazón como yo hago mi
oración... Teresa me mira sin decir nada. Me da las gracias y se vuelve
contenta.
Teresita,
años después, insertará este método de oración de sor Henriette a su
espiritualidad cuando escribe en Historia
de un alma:
–Hago como los niños que no saben leer: le
digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y
él siempre me entiende... Para mí, la oración es un impulso del corazón, una
simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en
medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo
grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.
Pero
no creáis que es una niña que vive desde ya la perfección de las virtudes. Se
acusa, por ejemplo, de «no ser insensible a los elogios».
–Con bastante frecuencia alababan delante
de mí la inteligencia de las demás, pero nunca la mía, por lo que llegué a la
conclusión de que no era inteligente, y me resigné a no serlo... Mi corazón
sensible y cariñoso se hubiera entregado fácilmente si hubiera encontrado un
corazón capaz de comprenderlo.
Y siente el desprecio de las amigas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario