He terminado de leer la exhortación
apostólica del Papa Francisco: Gaudete et
Exsultate, sobre la santidad, y en verdad que me he alegrado y regocijado
con la lectura. 41 páginas que he subrayado en rojo en no pocos párrafos. Lo
que sorprende de este Papa es la sencillez del lenguaje, no es nada hierático
como los anteriores, que utilizaban ese lenguaje solemne y grave, diríamos
sagrado, de los documentos papales.
Nos dice, por ejemplo:
–Para ser santos no es necesario ser
obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos… Todos estamos llamados a ser
santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones
de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado?
Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y
ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia.
¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo
al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando
con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo
luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales… Esta
santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por
ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y
comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior:
«No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa,
su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se
sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que
santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la
Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad.
Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con
cariño. Ese es otro paso.
Y también:
–Me gusta ver la santidad en el pueblo de
Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos,
en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir
adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas
veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de
nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión,
«la clase media de la santidad».
En sus citas recoge palabras de los obispos
de Canadá, Latinoamericano y del Caribe, de Nueva Zelanda y de África
occidental, de la India… Cita a Xavier Zubiri (1898-1983), en su libro Historia, naturaleza, Dios: «No es que
la vida tenga una misión, sino que es misión». Zubiri, excura desde 1935 y
casado con Carmen Castro, hija del historiador español Américo Castro, impartió
en 1973 un curso de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Cita a León
Bloy (1846-1917), novelista y ensayista francés, católico de compleja vida,
quien dijo que en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santo». Y
cita mucho a santa Teresa de Lisieux, a la que le tiene especial devoción. Por
eso, cuando lo supe, pedí a la Editorial San Pablo que enviase al Papa mi
libro: «Teresa de Lisieux, huracán de
gloria» (Madrid 2012). Espero que, al menos, le haya echado un vistazo, ya
que recibí de la Secretaría de Estado una carta dándome las gracias.
Hace un recorrido por las Bienaventuranzas,
que yo llamaría «Las Bienaventuranzas del papa Francisco», que algún día las
glosare aquí. Las bienaventuranzas, dice el Papa, son «el carné de identidad
del cristiano». En un lenguaje nada hierático nos anima a ser santos, porque «ser
santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis».
–El mejor modo de discernir si nuestro
camino de oración es auténtico –dice el Papa– será mirar en qué medida nuestra
vida se va transformando a la luz de la misericordia. Porque «la misericordia
no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para
saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos». Ella «es la viga maestra que
sostiene la vida de la Iglesia». Quiero remarcar una vez más que, si bien
la misericordia no excluye la justicia y la verdad, «ante todo tenemos que
decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más
luminosa de la verdad de Dios». Ella «es la llave del cielo».
El Papa nos anima a no tener miedo de la
santidad.
Y advierte del peligro del pelagianismo,
herejía de los siglos primeros de la Iglesia, que también circula hoy:
–Muchas veces, en contra del impulso del
Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una
posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos grupos cristianos dan excesiva
importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o
estilos. De esa manera, se suele reducir y encorsetar el Evangelio, quitándole
su sencillez cautivante y su sal. Es quizás una forma sutil de pelagianismo,
porque parece someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas. Esto
afecta a grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas
veces comienzan con una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan
fosilizados... o corruptos.
En fin, palabras que se entienden. Os
recomiendo su lectura… pausadamente.
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