Leo en el periódico digital EsDiario el siguiente titular: «El PSOE
y Podemos "celebran" el Día del Libro en Alcalá quemando un Quijote».
Y dice:
–En la ciudad natal de Miguel de Cervantes,
cuyo "Ayuntamiento del cambio" es famoso por coleccionar imputados,
se ha quemado una falla valenciana con el Quijote y Cisneros dentro. En
concreto, encargó una falla en la que aparecía un Quijote recostado y el
Cardenal Cisneros para conmemorar el 23 de abril y la concesión al municipio,
hace 20 años, del título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, pese a que el
aniversario exacto fue el pasado mes de diciembre. Según las imágenes que el
propio Ayuntamiento complutense difundió en las redes sociales, el acto
consistió en colocar el montaje en una plaza céntrica de la ciudad, rodeada por
vallas y junto a los juzgados, para prenderle fuego delante de cientos de
vecinos…
Y termina:
–Alcalá de Henares está gobernada por una
coalición de PSOE, una
marca blanca de Podemos y
una expulsada de IU y
es, tal vez, el consistorio español con mayor número de imputados: hasta siete
de los catorce concejales del Gobierno, incluido el alcalde Javier Rodríguez Palacios, están
imputados en distintas causas o tienen problemas legales fruto de su gestión.
Una gracieta en pleno siglo XXI. Habría que
remontarse al 5 de mayo de 1933, cuando estudiantes pronazis sitian la plaza de
la catedral de Münster, a escasos cien metros del Colegio Mariano, donde se
alojaba Edith Stein (quien por ser judía había sido desposeída un mes antes de
su cargo de maestra), y montan una «picota de la vergüenza», es decir, toda una
pila de libros «degenerados» de autores principalmente judíos. Edith ha de
pasar por delante de semejante infamia para ir a la ciudad. Finalmente, el 10
de mayo, junto con las demás ciudades universitarias alemanas, los camisas
pardas y juventudes hitlerianas prendieron fuego a esos «escritos judíos
destructores» como reacción, denuncian ellos, a la amenaza del judaísmo mundial
contra Alemania. Más de 20.000 volúmenes fueron quemados en el Bebelplatz de Berlín;
de 2.000 a 3.000 en todas las otras grandes ciudades. Alrededor de 40.000
libros, incluyendo obras de Karl Marx entre otros autores. Publicaciones de
filósofos, científicos, poetas y escritores, considerados peligrosos y
antigermánicos. Se cuenta que Sigmund Freud comentó al enterarse:
–Es un gran progreso con respecto a la Edad
Media; ahora queman mis libros, y entonces me hubieran quemado a mí.
En el centro de la Bebelplatz, como
recuerdo permanente de aquel acto de incultura, hay una losa de cristal en la
que es posible apreciar unas estanterías vacías y una premonitoria frase tomada
de un libro del poeta Heinrich Heine, judío alemán, escrito en 1817:
–Eso sólo fue el preludio; ahí donde se
queman libros, se termina quemando también a las personas.
Pero la quema de libros abarca la historia
de la humanidad. Y en ello, la propia Iglesia contiene páginas vergonzantes de
intransigencia inquisitorial. Tal vez, pensando en ello, y bajo el prisma del
humor, Miguel de Cervantes escribió ese capítulo VI de la primera parte del
Quijote, donde al divino loco, a su vuelta a casa después de su primera salida
a desfacer entuertos, mientras está postrado en cama, le expurgan su
biblioteca. Cómo el cura, el barbero, la sobrina y el ama arrojan por la ventana
al corral los libros de caballerías, poemas épicos y novelas pastoriles para
ser pasto del fuego.
En 1479, se quemó en Salamanca el tratado De confessione del Martínez de Osma, el
maestro de Nebrija. Con toda solemnidad. En la predicación de la misa, el
orador desarrolló el lema: «Nolite sapere
plus quam oportet» (No queráis saber más de lo que conviene). O aquella
«santa ignorancia» que le predicaban en México a la poetisa sor Juana Inés de
la Cruz (segunda mitad del siglo XVII).
En 1553, en la ciudad universitaria de Bolonia,
que en aquel momento pertenecía a los Estados Pontificios, fueron quemados
cientos de ejemplares del sagrado Talmud de los judíos por orden del Santo
Oficio. Y un año más tarde, 13 de agosto de 1554, el mismo San Ignacio de
Loyola en carta a Pedro Canisio, conocido como el segundo apóstol de
Alemania:
–Convendría que todos cuantos libros
heréticos se hallasen, hecha diligente pesquisa, en poder de libreros y
particulares, fuesen quemados o llevados fuera de las fronteras del reino. Otro
tanto se diga de los libros de los herejes, aun cuando no sean heréticos, como
los que tratan de gramática, o de retórica, o de dialéctica, de Melanchton,
etc., que parecen que deberían ser de todo punto desechados en odio a la
herejía de sus autores.
Son otros los tiempos hoy. El bibliocausto
debe erradicarse. Y lo actuado por el Ayuntamiento de Alcalá de Henares es un
caso aberrante de ignorancia y estupidez. La palabreja «bibliocausto» no he
sido yo quien la ha inventado: bibliocausto (biblion = libro; kaustos =
quemado). Fue la revista norteamericana Times quien la creó el 22 de mayo de 1933, cuando publicó el
reportaje de la periodista Dorothy Thompson, donde contaba que los libros de su
marido Sinclair Lewis fueron quemados en la hoguera junto a los de Hemingway,
John Dos Passos y otros, en la Alemania nazi. Ello le supuso la expulsión de
Alemania.
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