Esta mañana, las campanas de las iglesias
repican una vez más en la festividad de Todos los Santos, esa fiesta
democrática de la Iglesia, entre caídas de hojas de árboles de un grisáceo
otoño, en la que caben los pequeños, los humildes, los pobres, los que no tienen
sus nombres inscritos en letras de gloria en los calendarios, los millones y millones
de anónimos santificados sobre la tierra oscura.
Todos los Santos es la fiesta de los que
son santificados, sin gloria individual, en su pequeña vida gris de cada día.
Todos los Santos es la fiesta de todas esas
flores del campo, de una variedad y de una belleza casi infinita. El profeta lo
ha visto, esa multitud innombrable de santos reunidos ante el trono del
Cordero: de todas las naciones, de todas las lenguas, de todas las razas.
Todos los Santos es la fiesta de un Dios
que abre sus brazos al pueblo y murmura con su voz dulce pero más fuerte que la
de los corifeos de este mundo:
–Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos.
–Bienaventurados
los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
–Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados.
–Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
–Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
–Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
–Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
–Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
O con las Bienaventuranzas del Papa
Francisco:
–Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
–Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es
santidad.
–Saber llorar con los demás, esto es
santidad.
–Buscar la justicia con hambre y sed, esto
es santidad.
–Mirar y actuar con misericordia, esto es
santidad.
–Mantener el corazón limpio de todo lo que
mancha el amor, esto es santidad.
–Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es
santidad.
–Aceptar cada día el camino del Evangelio,
aunque nos traiga problemas, esto es santidad.
Fiesta también del mañana, de los que aún
luchamos en la vida terrena, a la espera de ir hacia el más allá, todos, unos
antes y otros después. «Si yo parto antes que tú… ¡ruega por mí!», «Si tú
partes antes que yo… ¡no me olvides en el seno de Dios!».
Mientras tanto, procuremos vivir por Dios y
para Dios.
Mañana, 2 de noviembre, es como el reverso
de la misma Fiesta: la Fiesta de Todos los Difuntos. Día de muertos, día de
recuerdos, día de visita al cementerio, día de flores en las tumbas de los
seres queridos… Cuando los cristianos vamos a rezar a una tumba encontramos un
consuelo inexpresable que desconocen los no creyentes sin esperanza.
¡Bienaventurados los que viven y mueren en
Cristo! Son los que han entendido la palabra de Cristo Salvador:
–A quien se declare por mí ante los
hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y
si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está
en los cielos. (Mt 10, 32-33).
No hay comentarios:
Publicar un comentario