viernes, 14 de febrero de 2014

A un año del papa Francisco

Con los años, confieso que me he hecho bastante conservador, y me atrevería a decir que algo tolerante. Porque también deseo que sean tolerantes con mis defectos. Mirados los papas de mi vida, desde Pío XII hasta Francisco, los veo a mis años con ojos de misericordia. Cada uno en su momento histórico ha dado de sí la talla de un hombre de Iglesia. Aunque confieso con perdón que tan solo Juan Pablo II me sacó no pocas veces de mis casillas, y no por su gestión exterior, sino por asuntos internos de la propia Iglesia: ciertas beatificaciones, inclinación especial hacia un instituto religioso... ¡Y con un genio!… Que lo diga mi querido cardenal Bueno Monreal, a quien echó de su despacho, o el mismo Tarancón, que salió cierta vez del Vaticano con un rapapolvo de mil demonios en el cuerpo y tuvo que decirle al chófer que lo llevara fuera de la Ciudad Eterna a respirar el aire de los pinos romanos y reflexionar durante unas horas. Pero dejemos esto y vayamos a lo que es actualidad. Es decir, el año transcurrido desde la renuncia profética de Benedicto XVI al papado y el ciclón nuevo que ha entrado en el Vaticano con el papa Francisco.
Son no pocas las voces que quieren contraponer en uno u otro sentido las disparidades entre ambos, no solo de carácter, son también de doctrina. Y en ello bien está recordar la carta que Hans Küng, l’enfant terrible de los teólogos modernos, ha recibido de su viejo compañero de cátedra, donde Ratzinger habla de su relación con el papa Francisco:
–Estoy agradecido de poder tener una gran identidad de miras y una amistad de corazón con el papa Francisco. Hoy veo como mi única y última tarea sostener su Pontificado en la oración.
Pienso que no hay contraposición entre ambos ni cortocircuito, sino relevo en la Sede romana sin solución de continuidad. Benedicto es un teólogo, Francisco es un pastor que huele, como él dice tan gráficamente, a ovejas. El uno es europeo; el otro viene de allende los mares, de la lejana Argentina. El uno es teutónico, cabeza pensante; el otro es latino, espontáneo y campechano. Pero esto va con el carácter de cada quien. Y con ello se enriquece también la Iglesia.
En el último cónclave, el cardenal Rouco, por ejemplo, que estudió en Munich y habla y especula, yo creo, como un alemán, pensó que la Iglesia necesitaba nuevamente de un teólogo y por ello votó por Angelo Scola, arzobispo de Milán, mientras que Carlos Amigo votó por Francisco, en cuanto yo he podido saber.
Esa diversidad de carismas es bueno en la cúspide de la Iglesia. Lo mismo ocurrió en mis años juveniles. A Pío XII, hierático, con una cabeza muy bien amueblada, con dominio de lenguas y de saberes, le sucedió un rechoncho Juan XXIII, que a todos pareció en un principio que solo era el cura zapatones del pueblo. Y sin embargo…
Hay una anécdota que no me resisto a contar. Cuando llegó al pontificado Juan XXIII, pidió de los archivos secretos que le llevaran el informe que la Curia romana tenía elaborado sobre él. Lo leyó y lo devolvió. No así Pío XII, quien retiró de los archivos su propio expediente.
Y es que en el fondo –así es la vida– todos estamos fichados. Bueno Monreal tenía una carpeta para cada cura. Y en el Vaticano pasa lo mismo con los obispos del mundo. Pero esto ocurre en las mejores familias: partidos político, etc.
Es curioso ver qué cosas escriben los nuncios a Roma, los partes cifrados que llegan a la Secretaría de Estado. Pero solo se pueden ver cuando ya son historias añejas, los que pasan de los ochenta para arriba cuando se abren los archivos de un papa. Para mí fue divertido ver qué cosas se decía en esos informes de los arzobispos sevillanos del siglo XIX. Al cardenal Luis de la Lastra, tan rechoncho él, que cuando pontificaba en el altar mayor de la catedral, lo tenían que aupar por las escaleras, le llegó una severa admonición porque en cierto Corpus Christi, yendo tras la custodia en procesión por la calle Sierpes, cayó tal tormenta, que el cardenal se refugió en un casino y dejó la custodia abandonada en la calle, porque huido el pastor desaparecieron también las ovejas. Roma le amonestó severamente, porque el soldado no puede abandonar su puesto de vigilancia. Y tantas, y tantas cosas más…
No sé si el papa Francisco ha leído el dossier a él reservado en la Curia. Porque también ha tenido su expediente como arzobispo de Buenos Aires. ¡Ya me gustaría echarle un vistazo a los informes que el nuncio en Argentina Adriano Bernardini, hombre del cardenal Sodano, le enviaba cuando era secretario de Estado con Juan Pablo II y también con Benedicto XVI! No muy halagadoras, pienso.
Juan XXIII eligió el nombre de Juan porque quería imitar al Bautista. ¿También en su martirio? El papa Francisco ha elegido el nombre del Poverello, porque piensa, y lo está cumpliendo, que debe seguir su senda de pobreza ante el mundo.

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