Con
los años, confieso que me he hecho bastante conservador, y me atrevería a decir
que algo tolerante. Porque también deseo que sean tolerantes con mis defectos.
Mirados los papas de mi vida, desde Pío XII hasta Francisco, los veo a mis años
con ojos de misericordia. Cada uno en su momento histórico ha dado de sí la
talla de un hombre de Iglesia. Aunque confieso con perdón que tan solo Juan
Pablo II me sacó no pocas veces de mis casillas, y no por su gestión exterior,
sino por asuntos internos de la propia Iglesia: ciertas beatificaciones, inclinación
especial hacia un instituto religioso... ¡Y con un genio!… Que lo diga mi
querido cardenal Bueno Monreal, a quien echó de su despacho, o el mismo Tarancón,
que salió cierta vez del Vaticano con un rapapolvo de mil demonios en el cuerpo
y tuvo que decirle al chófer que lo llevara fuera de la Ciudad Eterna a
respirar el aire de los pinos romanos y reflexionar durante unas horas. Pero
dejemos esto y vayamos a lo que es actualidad. Es decir, el año transcurrido
desde la renuncia profética de Benedicto XVI al papado y el ciclón nuevo que ha
entrado en el Vaticano con el papa Francisco.
Son
no pocas las voces que quieren contraponer en uno u otro sentido las
disparidades entre ambos, no solo de carácter, son también de doctrina. Y en
ello bien está recordar la carta que Hans Küng, l’enfant terrible de los teólogos modernos, ha recibido de su viejo
compañero de cátedra, donde Ratzinger habla de su relación con el papa Francisco:
–Estoy
agradecido de poder tener una gran identidad de miras y una amistad de corazón
con el papa Francisco. Hoy veo como mi única y última tarea sostener su
Pontificado en la oración.
Pienso
que no hay contraposición entre ambos ni cortocircuito, sino relevo en la Sede
romana sin solución de continuidad. Benedicto es un teólogo, Francisco es un
pastor que huele, como él dice tan gráficamente, a ovejas. El uno es europeo;
el otro viene de allende los mares, de la lejana Argentina. El uno es teutónico,
cabeza pensante; el otro es latino, espontáneo y campechano. Pero esto va con
el carácter de cada quien. Y con ello se enriquece también la Iglesia.
En
el último cónclave, el cardenal Rouco, por ejemplo, que estudió en Munich y
habla y especula, yo creo, como un alemán, pensó que la Iglesia necesitaba
nuevamente de un teólogo y por ello votó por Angelo Scola, arzobispo de Milán,
mientras que Carlos Amigo votó por Francisco, en cuanto yo he podido saber.
Esa
diversidad de carismas es bueno en la cúspide de la Iglesia. Lo mismo ocurrió
en mis años juveniles. A Pío XII, hierático, con una cabeza muy bien amueblada,
con dominio de lenguas y de saberes, le sucedió un rechoncho Juan XXIII, que a
todos pareció en un principio que solo era el cura zapatones del pueblo. Y sin
embargo…
Hay
una anécdota que no me resisto a contar. Cuando llegó al pontificado Juan XXIII,
pidió de los archivos secretos que le llevaran el informe que la Curia romana
tenía elaborado sobre él. Lo leyó y lo devolvió. No así Pío XII, quien retiró
de los archivos su propio expediente.
Y
es que en el fondo –así es la vida– todos estamos fichados. Bueno Monreal tenía
una carpeta para cada cura. Y en el Vaticano pasa lo mismo con los obispos del
mundo. Pero esto ocurre en las mejores familias: partidos político,
etc.
Es
curioso ver qué cosas escriben los nuncios a Roma, los partes cifrados que
llegan a la Secretaría de Estado. Pero solo se pueden ver cuando ya son
historias añejas, los que pasan de los ochenta para arriba cuando se abren los
archivos de un papa. Para mí fue divertido ver qué cosas se decía en esos
informes de los arzobispos sevillanos del siglo XIX. Al cardenal Luis de la
Lastra, tan rechoncho él, que cuando pontificaba en el altar mayor de la
catedral, lo tenían que aupar por las escaleras, le llegó una severa admonición
porque en cierto Corpus Christi, yendo tras la custodia en procesión por la
calle Sierpes, cayó tal tormenta, que el cardenal se refugió en un casino y dejó
la custodia abandonada en la calle, porque huido el pastor desaparecieron también
las ovejas. Roma le amonestó severamente, porque el soldado no puede abandonar
su puesto de vigilancia. Y tantas, y tantas cosas más…
No
sé si el papa Francisco ha leído el dossier a él reservado en la Curia. Porque
también ha tenido su expediente como arzobispo de Buenos Aires. ¡Ya me gustaría
echarle un vistazo a los informes que el nuncio en Argentina Adriano
Bernardini, hombre del cardenal Sodano, le enviaba cuando era secretario de
Estado con Juan Pablo II y también con Benedicto XVI! No muy halagadoras, pienso.
Juan
XXIII eligió el nombre de Juan porque quería imitar al Bautista. ¿También en su
martirio? El papa Francisco ha elegido el nombre del Poverello, porque piensa, y
lo está cumpliendo, que debe seguir su senda de pobreza ante el mundo.
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