No
se asusten mis amigos jesuitas, que este título, «Cuidado con
los jesuitas», lo he
usurpado a la policía de Baviera, que en mayo de 1935, en pleno régimen nazi,
cursó a todos los departamentos locales unas instrucciones que debían cumplir.
Decía el dicho informe:
–Los jesuitas
fomentan sistemáticas y extensas actividades en Baviera, para minar el Tercer
Reich y cubrir de oprobio incluso al mismo Führer… Con el fin de atajar esta
actividad subversiva y rebelde de los jesuitas, y contrarrestar su esfuerzo
propagandístico en Baviera, hay que prestar creciente atención a sus
apariciones en público; hay que evitar por todos los medios los mítines
públicos; hay que vigilar las reuniones privadas, imponer las penas más severas
a los delincuentes y castigar implacablemente las declaraciones injuriosas
contra el Estado con «custodia protectora»…
Yo
he estudiado con los jesuitas nueve años en la Universidad Pontificia de
Comillas, y les debo gran parte de mi formación humanística, lo que he sido y
lo que soy. Los saco a colación porque este año de 2014 se cumplen doscientos
años de su restauración en la Iglesia. No ha habido orden religiosa en la historia
más perseguida que la Compañía de Jesús. Por algo será.
Fundada por san
Ignacio de Loyola, fue aprobada por Paulo III en 1540. Dos siglos después, en
la noche del 2 al 3 de abril de 1767, fueron expulsados de España por un
decreto de Carlos III. Una decisión despótica de graves consecuencias pero que
contó en su tiempo con el beneplácito callado de muchos ilustrados, entre ellos
el cardenal Solís, arzobispo de Sevilla. Los bienes de la Compañía de Jesús
fueron confiscados en España y en las Indias y 2.700 jesuitas tuvieron que
abandonar los reinos de España. Los edificios jesuíticos en Sevilla pasaron a
otros quehaceres. Por ejemplo, la Casa Profesa sirvió para albergar la
Universidad de Sevilla. La Compañía no sólo sufrió la expulsión de España,
también de Portugal y otros países europeos, hasta ser disuelta por Clemente
XIV en 1773.
Hay una anécdota del último cónclave
que si non è vero è ben trovato. Al ser elegido papa Jorge Bergoglio,
cardenal argentino y jesuita, otro cardenal le susurró:
–¿Por
qué no te pones el nombre de Clemente?
Como
diciendo: un Clemente os disolvió, otro Clemente se asienta ahora en el trono
de Pedro.
Curiosamente,
la Compañía de Jesús pervivió en Rusia durante esos años de disolución en los países
de Europa, dominados por la Ilustración. Cuarenta y un años después, 7 de
agosto de 1814, fue restablecida por Pío VII por la Bula Sollicitudo omnium ecclesiarum.
La
Compañía quiere celebrar este bicentenario, centrándose en el estudio de la
llamada Restauración y en la divulgación de esta última etapa histórica. «Un mejor conocimiento de la historia les
ayudará a mejorar en sus trabajos apostólicos del presente y del futuro», así se
ha expresado el General de la Compañía al hacer pública la celebración
de este aniversario. El primer acto ha tenido lugar el 1 de enero
con una misa de acción de gracias en la iglesia del Gesù de Roma, presidida por
el papa Francisco.
Ese
año de 1814 comenzó a reinar en España Fernando VII que
permitió la vuelta de los jesuitas. En 1816 llegaron algo más de un centenar de
los supervivientes de la supresión. Ya el año anterior, Sevilla fue la primera
ciudad que solicitó su presencia por medio del Cabildo secular, pero al llegar
encontraron no pocas dificultades en recobrar siquiera una casa de las seis que habían tenido antes de la expulsión. Al fin consiguieron en 1817 la Casa
Noviciado de san Luis. Al mismo tiempo abrieron unas escuelas anejas a este
edificio. Pero tres años más tarde, en la revolución de 1820, Trienio Liberal, fueron
desterrados de nuevo por las Cortes. Este será el sino de los jesuitas en el
siglo XIX: un cúmulo de expulsiones unas detrás de otras.
Vuelven en
1823. En Sevilla abren dos colegios, pero llega una nueva disolución: en 1835,
la Compañía es disuelta por las Cortes. Con el concordato de 1851, la Compañía
es reconocida en España pero solamente como orden misionera; y de pleno derecho
en 1856. Con la revolución septembrina de 1868, nueva expulsión. En 1869 vivían
dispersos por la ciudad de Sevilla una veintena de jesuitas. En marzo de ese
año, ya serenados los ánimos revolucionarios, pudieron abrir un colegio. En
1877, la presencia de los jesuitas en Sevilla era de unos 39 religiosos, que se
distribuían por cuatro casas: el Hospicio de San Luis, la residencia de la
calle Peñuelas, el colegio de Argote de Molina, y la residencia del Hospital de
San Juan de Dios.
Ya en el siglo
XX, en 1905 abría sus puertas el Colegio del Inmaculado Corazón de María, en la
plaza de Villasís, que fue incendiado el 11 de mayo de 1931, al inicio de la II
República. Y nueva expulsión. En febrero de 1932 es disuelta la Compañía de
Jesús en España por las Cortes. Vuelven en 1939, una vez finalizada la guerra civil,
y abren la Residencia y el Colegio de Villasís, que pasará a Portaceli en el
curso 1949·50.
Volviendo al
principio, recuerdo que hace cinco años visité el campo de concentración de Sachsenhausen, a 35 Km de Berlín.
En uno de sus pabellones, en una celda de castigo, aparecía en su puerta el
nombre de quien la había ocupado: un jesuita. Siento no recordar su nombre.
Pero en él deseo sintetizar el valor de una Compañía de Jesús, vejada y
perseguida por las fuerzas oscuras de este mundo, pero siempre surgiendo de las
cenizas. Son admirables.
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