Leo
en la prensa italiana una noticia que no he visto reseñada en los diarios
españoles. Denuncia la destrucción o mutilación de centenares de copias del
Diario de Ana Frank y libros que recogen su biografía. Al menos, unas 250
copias en una treintena de bibliotecas públicas de Tokio. “Todos los ejemplares
tienen de 10 a 20 páginas arrancadas”, manifiesta Kaori Shiba, directora de los
archivos de la Biblioteca municipal central del barrio Shinjuku, una de las que
lo han sufrido. «No hemos visto jamás una cosa semejante», añade Toshihiro
Obayashi, director de otra biblioteca en la zona de Suginami. En su sitio de
Internet, el centro Simon Wiesenthal –organización judía internacional para los
derechos humanos– expresa «shock y
preocupación». «Pedimos a las autoridades japonesas identificar a los autores
de esta campaña de odio», tercia desde los Estados Unidos, Abraham Cooper, un
responsable del Centro. La policía de Tokio ha abierto una investigación.
Me
apena esta noticia. ¿Qué ocurre? ¿Un brote más de antisemitismo?
Estuve
en Amsterdam hace siete años y visité la casa de Ana Frank, convertida en
museo. Esta triste noticia me hace revivir recuerdos de aquellas estancias
posteriores de la casa donde la familia Frank se ocultó durante dos años largos,
desde el 6 de julio de 1942 hasta el 4 de agosto de 1944, en que fueron delatados,
apresados y enviados al campo de exterminio de Auschwitz. De los ocho refugiados,
dos familias más un dentista, ninguno sobrevivió salvo el padre de Ana. Ana y
su hermana mayor Margot fueron trasladadas de Auschwitz, en Polonia, al campo
de concentración femenino de Bergen-Belsen, en el corazón de Alemania, donde
murieron de tifus en marzo de 1945, un mes antes de que las tropas británicas
liberaran el campo.
La
familia Frank decidió emigrar a Holanda cuando Hitler subió al poder en 1933. El
padre montó la empresa de Otto Frank, en una gran casa a orillas de uno de los
canales de Amsterdam, con almacenes en la parte baja y oficinas y depósito en
la parte alta. En la parte de atrás, “casa de atrás”, se ocultarán, asistidos desde
fuera por cuatro empleados de confianza. Desgraciadamente, cuando la liberación
de Holanda parecía inminente, una llamada anónima denunció el escondite.
Otto
Frank tenía dos empresas: una de ellas distribuía el gelatinizante para
mermeladas Opekta; la otra, llamada inicialmente “Pectacon” y luego “Gies &
Co.”, producía condimentos para carnes. Las especias necesarias para ello se
molían en el mismo almacén. Los que trabajaban ahí no sabían que encima de sus
cabezas había ocho personas escondidas. Al desaparecer la familia, Otto Frank
preparó todo para hacer creer que habían huido a Suiza.
Escribirá
Ana en su Diario:
–De
día tenemos que caminar siempre sin hacer ruido y hablar en voz baja, para que
no nos oigan en el almacén (11 julio 1942).
Ana
refleja en su Diario –cuaderno regalado por su padre al cumplir los trece años–
todos los momentos inquietantes que vivieron durante esos dos años. Años difíciles
también para ella, que ve cómo su cuerpo se trasmuta en mujer, y siente amores
románticos hacia el chico de la otra familia. Y los desencuentros y enfados, fáciles
de comprender por la tensión de verse descubiertos en cualquier momento o por
la estrechez en que se movían.
El
20 de junio de 1942 apunta:
–Después
de mayo de 1940 [momento en que las tropas alemanas invaden Holanda], los
buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la
capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros
los judíos. Las medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de
muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben
entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; los judíos no
pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos y otras
cosas por el estilo. Que si esto no lo podemos hacer; que si lo otro tampoco.
El
9 de octubre de 1942:
–La
radio inglesa dice que los matan en cámaras de gas. Estoy muy confusa.
Precisamente
dos meses antes, 9 de agosto de 1942, una judía, carmelita descalza, llamada Edith Stein,
refugiada en un convento de Holanda, muere gaseada en el campo de exterminio de
Auschwitz. Hoy es reconocida por la Iglesia como santa Teresa Benedicta de la
Cruz. Tengo escrito de ella una biografía.
El
9 de abril de 1944, escribe Ana:
–Algún
día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas y
no solamente judíos. Nunca podemos ser solo holandeses o solo ingleses o
pertenecer a cualquier otra nación; aparte de nuestra nacionalidad, siempre
seguiremos siendo judíos, estaremos obligados a serlo, pero también queremos
seguir siéndolo.
No
conocerá la paz. El odio racial sembrado por el tenebroso Hitler acabará también
con una chica de quince años que tenía ilusiones de ser periodista:
–Mi
mayor deseo es llegar a ser periodista y más tarde una escritora famosa. En
cualquier caso, cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro titulado “La
casa de atrás” (11 mayo 1944).
Si
vais algún día a Amsterdam, no dejéis de visitar la Casa de Ana Frank. Y leer
su Diario es un buen motivo para gozar con la lectura de una niña que ha
depositado en él todas sus emociones, logrando lo que ella anhelaba: llegar a
ser una escritora famosa. Su Diario ha sido traducido a 70 idiomas.
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