Vamos a hacer
el ejercicio saludable de la amabilidad y el buen humor. Como hicieron los
santos. Los santos con buen sentido del humor, naturalmente. Que también los
hubo, válgame Dios, de cierta rigidez de carácter o ánimo. Pero así es la
naturaleza humana: también los tristes o los rígidos de carácter están llamados
al Reino de Dios.
Prefiero,
naturalmente, los santos alegres. Estos muestran más a las claras la excelsitud
de un Dios nuestro que es alegría y fiesta. Es paz.
–Ríe y hazte fuerte –decía
san Ignacio de Loyola.
San Juan Bosco,
por ejemplo, fue un santo jovial donde los haya. Se divertía tanto con la
chavalería que un día lo llegaron a tomar por loco. Del asunto se encargaron
dos eclesiásticos muy serios, que determinaron que el mejor sitio para él era
el manicomio. Cuando fueron a buscarlo, Don Bosco captó que le querían hacer
una treta. Les acompañó al coche de caballos, que aguardaba en la calle, y muy
deferente, les dijo:
–Ustedes primero.
Cuando hubieron
subido al coche, Don Bosco cerró súbitamente la puerta y gritó al cochero:
–¡Al manicomio!
Hay quien ha
dicho que «el buen humor constituye
las nueve décimas partes del cristianismo». Bien, no es así
exactamente; pero vale la intencionalidad o el trasfondo de una tal afirmación.
«La tristeza, para el demonio», decía
san Francisco de Asís.
Ha habido –y
hay–, desgraciadamente, ciertas corrientes de espiritualidad incubadas por
directores espirituales severos, que provocan ansiedad en el corazón de sus
dirigidas. Les diría lo que escribió san Francisco de Sales, otro alegre santo:
–La ansiedad y la amargura son la ruina de la devoción.
Se
quejó Teresa de Jesús a Jerónimo Gracián de ciertos prelados pesados que
abrumaban a sus monjas. No hacían visitas sin levantar actas y dejaban a las
monjas sin recreación el día que comulgaban. Gloso la respuesta de Teresa para
que se entienda mejor en el lenguaje de hoy:
—Pues
que se queden ellos sin recreación todos los días puesto que dicen misa cada día.
Si los sacerdotes no guardan esto, ¿por qué lo han de guardar nuestras queridas
monjas?
La
respuesta es de un sentido común aplastante.
Mujer
que es también humor:
—No
era amiga de gente triste— dirá Ana de San Bartolomé, su secretaria—, ni lo era
ella ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen.
Ni
le gustaban los tristes santos. No utilizó esa expresión conocida de san
Francisco de Sales: «Un santo triste es un triste santo», pero se le asemeja
cuando dice:
—Dios
me libre de santos encapotados.
¿Qué
quiere decir Teresa de Jesús por encapotado? Encapotado es sinónimo de
borrascoso, nublado, cubierto, cerrado, oscuro… frente a lo que es claro y
despejado. O también, cubierto con el capote y puesto el rostro ceñudo y con
sobrecejo.
Aunque nadie
nos podrá privar de la cruz de cada día, el gozo de Dios debe presidir el
rostro de todo buen creyente. «Un
espíritu alegre –repetía continuamente san Felipe Neri– llega a la perfección con mayor
rapidez que cualquier otro».
Los tiempos no
son propicios, es verdad. Pero no olvidemos el dicho de Jesús, que han sabido
captar los santos más perspicaces: cuando nos ronde la tristeza o el dolor, cuando
la cruz pese más de la cuenta por dentro del alma, lavemos la cara y sonriamos
a la gente que se cruza en nuestro camino. Y si no sabemos cómo, tal vez nos
sirva aquella plegaria aparecida en la inscripción de Nabonid, padre del rey
Baltasar, allá por el año 555 antes de Jesucristo: «Concédeme, ¡oh, Dios!, un gozo grande, a fin de que pueda servirte
mejor».
Y
demos gracias a Dios. ¿Sabéis? No hay cosa peor para un ateo que sentirse
agradecido y no saber a quién dar las gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario