He
leído recientemente una entrevista al que fuera obispo de Málaga, don Ramón
Buxarrais, que desde su renuncia en septiembre de 1991 es capellán de La Gota
de Leche en Melilla, donde atiende a niños y ancianos. La periodista le hace
una pregunta incisiva:
–¿Se arrepiente de haber abandonado sus privilegios
de obispo?
Y Buxarrais le contesta:
–No.
Me arrepiento de haber sido obispo.
No
me extraña –yo que lo conocí bien y llegamos incluso a intimar– esta sincera
respuesta. Recuerdo lo que decía con esa su cachaza maña el cardenal Bueno
Monreal–también de gratísimo recuerdo para mí–, que su elevación al episcopado
no se debía al Espíritu Santo sino a su tío, sacerdote influyente en los años
40 en la Rota de Madrid. También he conocido obispos de otro pelaje: algún
carrerista de escalafón, que por ahí anda bien situado, o aquel ingenuo religioso
a quien llamó el nuncio para anunciarle que lo iba a nombrar obispo.
–Piénsalo
durante una semana –le dijo.
Y
el buen fraile le respondió con sinceridad:
–¡Para
qué vamos a esperar una semana, señor nuncio, le digo ya que sí!
O
aquel que marcha a Roma y su madre, inocente, decía a la parentela:
–Mi
hijo ha ido a Roma a estudiar para obispo.
No
es mi caso, puedo decir que yo estudié en Comillas y en Roma y ni siquiera en
mi larga vida he llegado siquiera a párroco. Tal vez porque soy un sujeto
perdido. Pero volviendo a Buxarrais, recojo una carta que escribí en la Hoja
«Iglesia de Sevilla» del 29 de septiembre de 1991, cuando yo era su director.
La reproduzco a continuación. He de confesar que quince días después, casualidad
de la vida, abandoné la dirección de la Hoja y me fui a mi casa.
Decía
a don Ramón Buxarrais en esa carta:
«Ahora
que vuelve a la infantería del clero, capellán de un orfanato o algo así de
Melilla, le escribo esta carta, don Ramón Buxarrais, ex obispo de Málaga, con
todo el corazón, que me parece no le escribo desde hace lo menos tres años
cuando nuestras relaciones se enfriaron un tanto. Pero hete aquí, que no ha
mucho, días antes de ese bombazo que usted acaba de dar (eso de dejar la mitra
es muy serio; hace falta tener redaños para hacerlo), nos dimos el abrazo de la
paz en el patio del palacio arzobispal de Sevilla. Venía su excelencia, perdón,
usted, en traje de camuflaje, o séase, de paisano total, y ello me agradó,
aparte de que soportar Sevilla a estas temperaturas con capisayos episcopales
se las trae. Y recordé, después de nuestra rantrée, que, de los muchos
obispos que he conocido, tan sólo usted me invitó un día a comer en un
restaurante de Málaga, de mantel corriente y servilleta de papel, pagando
religiosamente de su bolsillo. Tenía yo la impresión, y la sigo teniendo, de
que los obispos, como los ministros, no llevan nunca dinero en la faja. Y
ahora, mi querido Buxarrais, don Ramón, me sale con la sorprendente noticia en
la prensa -todo se hace hablilla en el mundo clerical y exterior- de que deja
el anillo episcopal de Málaga y se recluye como simple capellán de un
sanatorio. Porque la cosa va de sorpresa. Días antes de su baculazo, el obispo
de Palencia, don Nicolás Castellano, dio una espantada que le ha llevado a los
altiplanos de Bolivia a experimentar la teología de la liberación.
«Andaba
yo en ello, empeñado en emplear este espacio a ese hecho singular del obispo
palentino cuando más hacia el sur, cercano a casa, me sale usted con un gesto
similar. Estaba por llamar al nuncio y preguntarle si esto es una fiebre y
hemos de aguardar nuevas sorpresas o en vosotros dos, obispos de Palencia y
Málaga, se rompe el molde. Pero me parece bastante serio el nuncio y no sé si
comprendería el humor con que por aquí abajo, en esta tierra nuestra, se suelen
hacer estas cosas. Aparte de que ya andará meditando quién coloca en Málaga, o
en Guadix, por señalar tan sólo las diócesis andaluzas ahora vacantes. Aquí,
que no somos xenófobos -por algo le hemos acogido a usted que es catalán, y no
le ha ido mal después de todo- no pretendemos que sea andaluz el que le
sustituya. Eso, visto el panorama de nombramientos en este último siglo, sería
casi un milagro. La Nunciatura los prefería vascos, ahora ya menos, y los
prefiere ahora valencianos, con una veintena de obispos en el episcopado
español actual, dos de ellos en Andalucía, el de Huelva y el de Jaén, que da la
impresión de que en el Seminario de Valencia no estudian para curas sino para
obispos. Espero que el señor nuncio, si le es posible, consuma producto
andaluz, que lo hay de buena calidad; y si no le es posible, por aquello de que
el Espíritu Santo le inspire otra cosa -qué le vamos a hacer, resignación- los
de Málaga se tendrán que conformar con un valenciano. Aunque sería bueno que se
consultara al clero malagueño y también, por qué no, al obispo dimisionario,
que anda, según leo en la prensa, en una casa de las Hijas de la Caridad de
Melilla.
«Don
Ramón, se me acaba el papel. Adiós, hasta siempre. Me dicen que ha dimitido por
falta de salud. Yo le saludé días antes de esta salida patas por alto y le vi
delgado, eso sí, pero en forma. Cansa la mitra, no cabe duda, y cansa Roma. De
cura a cura, ahora que vuelve de facto al pelotón de infantería, mi
abrazo cordial en el Señor.»
Han
pasado veintidós largos años de esto. Buxarrais marchó a Melilla como capellán
y yo marché a mi casa, a mis cincuenta años, en jubilación anticipada. Desde
entonces no he tenido en la diócesis de Sevilla cargo pastoral alguno. Ya decía
Blanco White, también clérigo hispalense, que la disidencia tiene un precio y
yo la he asumido en aras de mi libertad.
Interesante reflexión que descubro ahora.
ResponderEliminar