Se
ha publicado un folleto titulado «La oración con los dedos de la mano», que el
papa Francisco escribió hace unos quince años. Una oración sencilla en la que
cada dedo de la mano le inspira el recuerdo de las personas por las que se debe
rezar: los seres queridos, los que enseñan, los que ejercen la autoridad, los
débiles y los que sufren, y las necesidades propias.
1. El pulgar es el más cercano a ti.
Así que empieza orando por quienes están más cerca de ti. Son las personas más
fáciles de recordar. Orar por nuestros seres queridos es «una dulce obligación».
2. El siguiente dedo es el índice.
Ora por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros,
profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para
indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus
oraciones.
3. El siguiente dedo es el más alto.
Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los congresistas, los
empresarios, y los gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra
patria y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios.
4. El cuarto dedo es nuestro dedo
anular. Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como te lo
puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los más
débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades. Necesitan tus
oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que ores por ellos.
También debe invitarnos a orar por los matrimonios.
5. Y por último está nuestro dedo
meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante
Dios y los demás. Como dice la Biblia, «los últimos serán los primeros». Tu
meñique debe recordarte orar por ti. Cuando ya hayas orado por los otros cuatro
grupos verás tus propias necesidades en la perspectiva correcta, y podrás orar
mejor por las tuyas.
Esto
de rezar con los dedos, me recuerda un pasaje ocurrido en el Carmelo de Beas de
Segura, fundado por santa Teresa de Jesús en 1575. La Santa está a punto de
fallecer en Alba de Tormes y el provincial Jerónimo Gracián, lejos de la Madre,
está en Andalucía. Llegará a Beas al día siguiente de la muerte de Teresa,
acaecida el 4 de octubre de 1582.
–Por
venir a aplacar este fuego de Beas –se lamenta–, no me hallé a la muerte de la
santa Madre.
Jerónimo
Gracián está en Beas para apagar «un fuego» que podía haber alertado a la
inquisición; viene a resolver «un enredo del demonio tan terrible, con tanta
inquietud y desasosiego de las monjas, que fue necesario acudir allá más que de
paso para deshacer esta maraña...»
Había
pasado por este convento un carmelita descalzo piadoso que había aficionado a
las monjas a entretenerse en un juego devoto durante la recreación. Consistía
en decir con los dedos: «Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios, temo a Dios,
glorifico a Dios…»
Una
monja escrupulosa se quejó al vicario provincial, que lo era Diego de la
Trinidad, fallecido en Sevilla de peste en el mes de mayo, de sentirse atada en
conciencia con este ejercicio. Y el vicario ordenó la suspensión de un juego
tan poco recreativo en tiempos de recreación. Confesaron algunas monjas con
sacerdotes de la villa de Beas y se acusaron de hacer actos de amor de Dios
prohibidos por el vicario. Una de ellas, muy escrupulosa, confesó:
–Padre,
he pecado mortalmente contra la obediencia porque he dicho «creo en Dios, amo a
Dios…»
El
confesor asombrado le preguntó:
–¿Por
qué?
–Porque
el prelado me ha mandado que no diga eso.
Trascendió
al pueblo escandalizado y hubo clérigos sorprendidos de que los descalzos
ordenaban a sus monjas no creer ni amar a Dios. Y gritaron:
–Estamos
ante un caso de inquisición.
Y
a Beas de Segura hubo de acudir Jerónimo Gracián para deshacer el entuerto y
sosegar el ambiente.
No creo que cosa similar ocurra con estas devotas súplicas con los dedos de la mano propuestas por el papa Francisco.
No creo que cosa similar ocurra con estas devotas súplicas con los dedos de la mano propuestas por el papa Francisco.
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