Sucedió
en un pueblo de la serranía de Sevilla en los años posteriores a la guerra
civil. Llegaron a un bar dos hombres de Hacienda y le dijeron al dueño, que
poseía además sus tierras:
–Mire
usted, con esto de la guerra, hace años que usted no cumple con sus
obligaciones fiscales. Como trato de favor, lo dejaremos en tal cantidad la que
tendrá que abonar para ponerse al día…
Y
aquel hombre, desencajado, puso sus manos sobre el mostrador del bar y así, en
jarras, les espetó:
–¿Saben
ustedes lo que les digo? ¡Que me c… en la madre del cardenal Segura!
Los
de Hacienda, con cara de asombro, le preguntaron:
–¡Pero
qué tiene que ver la madre del cardenal Segura en todo esto!
Y
les contestó:
–Porque
de todos los que mandan, es del primero que me he acordado.
Lo
siguiente ha sucedido más recientemente. En cierta residencia de ancianos, el
párroco iba a llevar la comunión a los asilados, después de ofrecerles una
pequeña plática sobre el Evangelio del domingo. Ese día envió a su diácono
permanente, esos diáconos casados que permanecen en este primer estadio del sacramento
del Orden sin poder aspirar al sacerdocio. Como su párroco, él también quiso
ofrecerles el sermón dominical. Ese día el Evangelio se refería a la parábola
del Fariseo y el Publicano.
–Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un
fariseo; el otro un publicano. El fariseo, de pie, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos,
adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo
de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía
ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh
Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa
justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que
se humilla será enaltecido.
Y comenzó su plática el bueno del diácono con un
lenguaje paternalista hacia aquellos ancianos.
–Los publicanos eran recaudadores de impuestos y
eran considerados en Palestina como unos hombres muy malos, muy malos…
Y seguía su perorata repitiendo con énfasis:
–Los publicanos eran muy malos...
Un viejete, no muy cuerdo de oído, no pudo
resistirse, y le interrumpió la plática diciendo:
–Oiga usted, que yo también soy republicano y los
republicanos que conocí en la guerra eran todos buena gente. El único malo era
el arzobispo de Zaragoza…
A saber quién era entonces el arzobispo de Zaragoza
y qué de malo pudo haber hecho para hacer saltar a este viejete, que en sus
oídos cansados solo percibía que los “republicanos” eran muy malos.
La
tercera anécdota es actual. El arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo,
franciscano, ha sostenido en una visita a Valencia una entrevista donde dice
muchas cosas interesantes, como por ejemplo que haya fronteras impermeables
para los pacíficos de la tierra y no las haya para el dinero de la corrupción,
para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas. Pero
también ha dicho una frase que ha dado el titular periodístico. Sencillamente
ha dicho que “Dios es de izquierdas”. Los comentarios de los lectores se han
ceñido a esa frase y le han dicho de todo, aunque por lo que he leído no han
llegado a acordarse de su querida madre, como sucedió con el cardenal Segura,
pero tal vez porque en estos tiempos que corren los obispos ya no mandan gran
cosa, aunque ello no obsta para que puedan seguir diciendo tonterías a la hora
de la siesta del Espíritu Santo. Porque la frase completa decía así y lo dejo a
la consideración de mis lectores:
–Nos
hace mucho daño que se asocie a la Iglesia con el PP. Dios es de izquierdas.
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