lunes, 10 de marzo de 2014

Con permiso, monseñor

Sucedió en un pueblo de la serranía de Sevilla en los años posteriores a la guerra civil. Llegaron a un bar dos hombres de Hacienda y le dijeron al dueño, que poseía además sus tierras:
–Mire usted, con esto de la guerra, hace años que usted no cumple con sus obligaciones fiscales. Como trato de favor, lo dejaremos en tal cantidad la que tendrá que abonar para ponerse al día…
Y aquel hombre, desencajado, puso sus manos sobre el mostrador del bar y así, en jarras, les espetó:
–¿Saben ustedes lo que les digo? ¡Que me c… en la madre del cardenal Segura!
Los de Hacienda, con cara de asombro, le preguntaron:
–¡Pero qué tiene que ver la madre del cardenal Segura en todo esto!
Y les contestó:
–Porque de todos los que mandan, es del primero que me he acordado.
Lo siguiente ha sucedido más recientemente. En cierta residencia de ancianos, el párroco iba a llevar la comunión a los asilados, después de ofrecerles una pequeña plática sobre el Evangelio del domingo. Ese día envió a su diácono permanente, esos diáconos casados que permanecen en este primer estadio del sacramento del Orden sin poder aspirar al sacerdocio. Como su párroco, él también quiso ofrecerles el sermón dominical. Ese día el Evangelio se refería a la parábola del Fariseo y el Publicano.
–Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, de pie, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Y comenzó su plática el bueno del diácono con un lenguaje paternalista hacia aquellos ancianos.
–Los publicanos eran recaudadores de impuestos y eran considerados en Palestina como unos hombres muy malos, muy malos…
Y seguía su perorata repitiendo con énfasis:
–Los publicanos eran muy malos...
Un viejete, no muy cuerdo de oído, no pudo resistirse, y le interrumpió la plática diciendo:
–Oiga usted, que yo también soy republicano y los republicanos que conocí en la guerra eran todos buena gente. El único malo era el arzobispo de Zaragoza…
A saber quién era entonces el arzobispo de Zaragoza y qué de malo pudo haber hecho para hacer saltar a este viejete, que en sus oídos cansados solo percibía que los “republicanos” eran muy malos.
La tercera anécdota es actual. El arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, franciscano, ha sostenido en una visita a Valencia una entrevista donde dice muchas cosas interesantes, como por ejemplo que haya fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra y no las haya para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas. Pero también ha dicho una frase que ha dado el titular periodístico. Sencillamente ha dicho que “Dios es de izquierdas”. Los comentarios de los lectores se han ceñido a esa frase y le han dicho de todo, aunque por lo que he leído no han llegado a acordarse de su querida madre, como sucedió con el cardenal Segura, pero tal vez porque en estos tiempos que corren los obispos ya no mandan gran cosa, aunque ello no obsta para que puedan seguir diciendo tonterías a la hora de la siesta del Espíritu Santo. Porque la frase completa decía así y lo dejo a la consideración de mis lectores:
–Nos hace mucho daño que se asocie a la Iglesia con el PP. Dios es de izquierdas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario