La
prensa española trata de destacar dos detalles de la audiencia que el papa
Francisco ha sostenido con los reyes de España este pasado lunes, después de su
presencia el día anterior en la Plaza de San Pedro para la canonización de los
papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Por un lado, que la audiencia ha durado más tiempo
que la que el papa sostuvo con Obama, presidente de los Estados Unidos. Y
segundo: a la entrada del despacho, el rey y el papa han pugnado por dejar paso
el uno al otro. Y la ocurrencia argentina de Francisco:
–Los
monaguillos, delante.
Y
el papa dio preferencia de paso al rey y a la reina.
En
el protocolo internacional, cuenta el número de minutos concedidos al
visitante. Los tiempos están medidos. Por eso, la prensa española ha querido
resaltar eso de que el papa haya concedido a los reyes de España una audiencia
de cerca de una hora, cosa bastante insólita. A los 44 minutos, un monseñor, extrañado,
se asomó a la puerta para ver qué pasaba. Salió comentando:
–Hablan
los tres en español y el clima es muy familiar.
¿Piensa
acaso el monseñor que un argentino y un español iban a hablar entre ellos en
inglés? Las cosas, como veis, han cambiado en el Vaticano. El protocolo es
bastante informal y no sé si ciertos monseñores, acostumbrados a la etiqueta,
el ceremonial y la pompa, se habrán llevado ya más de un sofoco.
Por
contraste, contaré una anécdota del tiempo de Pío XII, que era un estricto observante
de la etiqueta papal. Poco después de la segunda guerra mundial, acudió al
Vaticano cierta dama, que vivía en Roma y era sobrina del entonces premier
británico Anthony Eden. Fue recibida en audiencia por Pío XII. Naturalmente,
tenía que ir vestida con un traje negro largo, brazos cubiertos y mantilla
negra sobre la cabeza. La agenda fijaba la hora y el orden de las recepciones. Estaban
impresas en tres colores diferentes: blanco para las audiencias acordadas a
título individual; rojo para los cardenales y personalidades eminentes; violeta
para otras visitas. Los monseñores de la antecámara papal estimaron que la
audiencia de esta señora tenía que durar siete minutos como máximo.
Entró
la dama. Al cuarto de hora, un monseñor asomó por la puerta y con una
inclinación de cabeza significó a la señora inglesa que su tiempo había
concluido. Pero Pío XII le hizo un gesto de que se retirara. Pasan los minutos,
veinte, veinticinco, media hora… El monseñor con la misma discreción se asoma
de nuevo. Pero la conversación sigue adelante. Al fin, después de cuarenta y
cinco minutos, terminó la audiencia. Los monseñores están sorprendidos de una
audiencia tan insólita en un papa como Pío XII, tan exacto y meticuloso en los
horarios.
¿Qué
ha ocurrido? Esta dama inglesa le ha confiado al papa con cierta audacia el
espectáculo de miseria de los barrios marginales de Roma y, sobre todo, de un
cierto tráfico de divisas en el recinto del Vaticano con provecho de
especuladores camuflados.
Todo
ello no se podía decir en siete minutos y el papa estaba bien interesado en
saber lo que la dama le decía. Sobre todo, él, que padecía la soledad de monje
enclaustrado en el Palacio Apostólico. Cosa que no ocurre con el papa
Francisco, que no puede vivir sin la gente. Pero mucho me temo que también a
él, si no anda ojo avizor, le tome el pelo más de un curial, defensor de sus
viejos privilegios. Y eso de tráfico de divisas en el Vaticano, ¿no suena a
cosa reciente?
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