La
Feria de Abril sevillana surgió a propuesta de un vasco y un catalán radicados
en Sevilla. El vasco se llamaba José María Ibarra, apellido fuertemente
arraigado en Sevilla desde entonces, y el catalán, Narciso Bonaplata, menos
conocido este barcelonés que establece en la calle San Vicente la Fundición de
San Antonio. Una propuesta de estos señores dirigida al Ayuntamiento el 25 de
agosto de 1846 dio principio a una Feria de Abril ganadera, pero con tal
carácter festivo que pronto la fiesta privó sobre la feria. Aunque el nombre le
quedó.
–Sevilla,
que por su posición geográfica y por la clase de su riqueza debería ser el
emporio de los productos de la tierra, el centro de transacciones y el gran
mercado agrícola de España –así dice el proyecto de Ibarra y Bonaplata–, verá
su decadencia venir a pasos agigantados si no se pone al frente de la
agricultura nacional para hacerla marchar a la par de otros ramos de riqueza
pública en el camino del progreso y de las reformas. Al Ayuntamiento, que
representa los intereses de Sevilla, es a quien creen los que suscriben que
corresponde el dar impulso...
El
15 de septiembre de 1846 conoció el Ayuntamiento el escrito de Ibarra y
Bonaplata. Tres días después se aprobaba la idea, pero adelantando la fecha en
un día: comenzaría el 18 de abril y finalizaría el 20 con objeto de dejar un
día libre con la Feria de Carmona. El 23 de septiembre, el municipio envía a
Isabel II la solicitud de concesión de una feria y el 5 de marzo de 1847, la
reina firmó la real orden autorizando su celebración.
Ha
nacido la Feria de Abril.
Un
amigo catalán se sentía muy orgulloso de que la Feria fuese «inventada» por un
catalán, y también por un vasco. Y le tuve que recordar que la sardana, el
baile catalán, fue «inventado» por Pep Ventura, un andaluz. Y aquí paz y
después gloria.
–Se
pusieron en el real 19 casetas –cuenta José María de Ibarra, uno de los
fundadores–, que vendían buen vino de Valdepeñas, así como en otras casetas se
vendía aguardiente de Cazalla y de la Sierra. Puso una caseta la acreditada
buñolería del Salvador y también los gitanos que viven en la Cava. Hubo seis
destinadas a vender chacina fresca. Dos dedicadas a los señores viajantes, una,
en el real, llamada Fonda de los arados y también La Hostelería,
y otra, junto a la Puerta de San Fernando... Fue imposible contar el ganado que
entró en el ferial. Vinieron algún rebaño de borregas y muchos cochinos, así
como muchas piaras de cabras y buenas recuas de burros de Écija y Carmona... En
Los Arados y en La Fonda se dio bien de comer: caldereta,
chorizo, menudo, pescado frito y migas... En el ferial hubo varias carretelas.
Las mejores, las del conde del Águila, Taviel de Andrade, Villapineda y la mía.
Se vieron muchas mujeres aúpas...
Y
en carta a un amigo, Ibarra ahonda en la descripción de la primera Feria de
Abril:
–La
concurrencia de forasteros no bajará de 25.000 personas, y para sólo
pasaportes se han presentado más de 14.000. Bien puede asegurarse que entre
todos han dejado en Sevilla 400.000 duros en esta última semana. Cuando Bonaplata
y yo nos reunimos para hacer la proposición para conseguir la Feria, no nos
engañamos en augurar una fuente de riqueza para Sevilla. Esta mejora sola
bastará para honrar el Ayuntamiento de 1846.
El
cronista Velázquez y Sánchez, al rememorar este año, cuenta:
–Para
inaugurar la importante concesión en los días 18, 19 y 20, el Ayuntamiento
acordó una Exposición de Ganados, con adjudicación de premios en concurso de
toros, bueyes, carneros, caballos sementales y yeguas, admitiéndose a optar al
regalo de unas espuelas de plata a jinetes de caballos de escuela española.
Concedido a los ganados el pasto gratuito de Tablada y Prado de San Sebastián,
se construyeron dos abrevaderos o pilones en San Bernardo y frente al foso de
la Fábrica de Tabacos, situándose un café y repostería en tienda espaciosa para
comodidad de tratantes, corredores y dependientes de los ganaderos, al cuidado
de su negocio… Desde la Puerta de San Fernando a la de la Carne se
establecieron en dos hileras puestos de juguetes, frutas y dulces, y en la
acera del Prado, desde el Tagarete hasta San Bernardo, las tiendas de
buñolería, bodegones y tabernas; hallándose acomodadas en la calle Nueva, en
zaguanes de sus casas, joyerías, roperías, despachos de efectos de modas,
novedades y exhibiciones; repartiéndose por los contornos del Prado las
máquinas giratorias de caballos y calesas, cosmoramas y el siempre terrible
aporreador Don Cristóbal Polichinela con su inseparable Doña Rosita. El segundo
y tercero días de Feria fueron lluviosos, pero se amplió por otro más el
mercado, haciéndose negocios de importancia…
De
entonces acá, ya conocen ustedes el cambio. La feria-feria ha dado paso a la
feria-fiesta. Una gozada, con perdón del cardenal Segura que cogía sus buenos
enfados. En abril de 1947 –primer centenario de la Feria– sacó una pastoral que
tituló: Sobre la prohibición diocesana de los bailes. Una anécdota
ocurrente puede resumir con qué espíritu y gracia andaluza se tomaban en
Sevilla las excentricidades del cardenal Segura. Lo contó Pemán en un artículo
de ABC. Tarde de toros en la Maestranza. Silencio en la plaza. En medio del
ruedo tan sólo el torero y el toro. El torero comienza a recrearse en una faena
saltarina. Y desde el tendido se escucha una voz que grita:
—No
bailes, niño, que lo ha prohibido el cardenal Segura.
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