El
31 de marzo pasado escribí que cumplía diez años. Y era cierto. Diez años de mi
primer infarto, 31 de marzo de 2004, en que comencé a contar los días de mi
existencia renacida, aunque un tanto atropellada.
Pero
mi existencia real es muy otra. Hoy cumplo 73 años, 24 de julio, festividad de
Cristina, Cunegunda y Sisenando, víspera de Santiago Apóstol, patrono de
España… 73 años no es una edad aún caduca, al menos desde el punto de vista de
la inventiva y de la actividad intelectual que no me falta.
Nací
en la postguerra, año del hambre, 1941, en Santa Olalla del Cala, a las doce
del mediodía, cuando el sol de verano pegaba fuerte en la sierra de Huelva. El
pan blanco era un lujo y de niño veía pasar por mi pueblo camiones del ejército
con pan blanco para Madrid. Y el café con malta, más malta que café. El café lo
traían de estraperlo las mujeres de Portugal. Y los maquis por los montes.
Conocí a algunos.
Conservo
un librito titulado La infancia de
nuestro hijo, donde mi padre anotaba curiosidades de mi primer año de
existencia. Por ejemplo, la comadrona se llamaba Encarnación Castuera y fui bautizado
el 14 de agosto, víspera de la Asunción, por el párroco don Francisco Hernández
Fuentes, quien me dio también la Primer Comunión. Yo la recibí un domingo, y al
domingo siguiente, mi hermano Paco, para aprovechar el mismo traje. Comencé a
sonreír el 14 de septiembre de 1941, con 45 días, no está mal. Empecé a
reconocer, el 15 de enero de 1942. Me sostuve sentado el 20 de abril. Pronuncié
«papá» el 6 de mayo. Pronuncié «mamá» el 10 de mayo. Di los primeros pasos el
10 septiembre. Di el primer beso el 10 de octubre. Durante el período de
lactancia, tomaba harina lacteada. Comencé a comer el 1 de junio de 1942. Y la
guinda final:
–Carácter
del niño durante el primer año: Serio, cariñoso.
Conservo
también una foto de ese tiempo con un peluche entre las piernas, pero me da
vergüenza mostrarlo.
Desde
entonces –tiempos felices de infancia, a pesar de la carestía de la posguerra–
he llegado con tropiezos hasta el día de hoy. 73 años no son pocos años. Por el
camino han quedado no pocos compañeros de Bachillerato en los Maristas de
Sevilla y compañeros seminaristas en la Universidad de Comillas. No estoy yo en
situación, y nunca lo he estado, de negar los años que tengo, como parece ser
la costumbre femenina. Que no es cosa de hoy el que la mujer los oculte. Ya
Lope de Vega, en La Dorotea, decía: «Que
los puntos y los años / no hay mujer que los confiese». Pero también hay ese
dicho popular que dice: «El corazón del hombre no tiene edad». Y eso otro,
también anónimo: «Se tiene la edad que el corazón manifiesta».
Chamfort,
que tanto influyó en la Revolución francesa, dejó escrito en su De los pensamientos, máximas, caracteres y
anécdotas:
–El
hombre llega novicio a cada edad de la vida.
Pues
algo así me siento hoy. Novicio de un año más, que acabo de estrenar, en el que
pienso seguir proyectando las ilusiones de un jubilado, que ahora no es otra
que culminar el libro que llevo entre manos. Espero sea el mejor de los que he
escrito.
Novicio
fue Konrad Adenauer –uno de los «padres de Europa» junto con Robert Schuman,
Jean Monnet y Alcide De Gasperi–, que llegó a canciller de Alemania a los 73
años en 1949 y conservó el cargo hasta 1963, en gran parte responsable del
«milagro económico» alemán.
A
esta edad llegaron a su última etapa personajes tan relevantes y
contradictorios como Charles Darwin, fallecido en 1882. Su libro, El origen de las especies, y su sepultura,
en la abadía de Westminster. Vittorio da Sica, muerto en 1974, del que he reído
sus películas y he gozado especialmente con su obra magna Ladrón de bicicletas. Alexander Fleming, médico escocés,
descubridor de la penicilina, que tantas vidas salvó, muerto en 1955. Antonio
Gaudí, arquitecto catalán. Supe de él por primera vez al llegar a Comillas en
1955. Frente a la Universidad estaba el palacio de los marqueses de Comillas y
un edificio anexo, que se llamaba El Capricho,
obra de Gaudí. Murió atropellado por un tranvía en Barcelona en 1926. Un
extraordinario y original arquitecto y un hombre santo. Está introducida su
causa de beatificación. Y El Greco, Doménikos Theotokópoulos, muerto a los 73
años en Toledo, en 1614. Una gran exposición de sus obras ha tenido lugar en la
capital toledana en el IV Centenario de su muerte y he sentido grandemente
habérmela perdido.
A
veces, miro más hacia atrás, como los abuelos que cuentan sus batallitas a los
nietos, y siento que me faltan las fuerzas que antaño tuve. Y también cierto
pesimismo de la cosa nacional y de las cosas internacionales al ver los
telediarios y leer la prensa. Y se me ocurre gritar con Mafalda:
–¡Paren
el mundo, que me quiero bajar!
Pero
soy optimista por naturaleza y por la providencia de Dios, que me sostiene en
esta vida. Así, que me digo: ¡Adelante! Y como novicio novato, emprendo este mi
año 73 como si fuera el primero de mi vida.
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