miércoles, 30 de julio de 2014

De honorable a villano

No ha sido para mí ni sorpresa ni decepción la confesión de Jordi Pujol de haber amasado en sus largos años de política una ingente fortuna, guardada secretamente en paraísos fiscales. Al punto que ha tenido que dimitir de todos los cargos honoríficos y crematísticos que ostentaba y percibía, y pasar de honorable señor (en grado superlativo) a villano (digámoslo también en grado superlativo). Y villano en su acepción figurada, no villano por su baja condición o estado, sino villano por su ruindad.
Mi decepción venía ya de hace unos diez años, cuando leí un libro suyo en el que con un pensamiento ruin y villano describía al hombre andaluz con los calificativos más despectivos. Recojo solo un párrafo:
–Es un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.
Conocí a Jordi Pujol y a su esposa Marta Ferrusola allá por el año 1977. Fui a recogerlos al aeropuerto. Trabajaba yo entonces con Javierre en la revista «Tierras del Sur» y lo invitamos a dar una conferencia en Sevilla. Era una tapadera. Detrás, estaban unas conversaciones con Alejandro Rojas Marcos, para concertar acuerdos de las incipientes formaciones políticas de Convergencia y Partido Andalucista de cara a la composición del futuro parlamento español. Años después, tuve ocasión de saludarlo dos o tres veces en el Palacio de la Generalitat, en mi calidad de consiliario general del Movimiento Scout Católico (MSC), junto con el presidente scout, y una vez también con el presidente mundial del Escultismo, el húngaro László Nagy, cuya sede está en Ginebra. He de decir que Jordi Pujol, en la conversación que se desarrolló con el presidente mundial, habló solamente en francés y catalán. Ni una palabra en castellano.
En otra ocasión, me vi en Barcelona con un enlace que me envió porque quería tener noticias de ciertas cosas de Andalucía. Era un cura, ya mayor, y me dio la sensación de ser todo un Fouché, ese genio tenebroso de la época napoleónica tan estupendamente biografiado por Stefan Zweig. Comimos en un self-service de la Rambla de Cataluña (¡ya me podía haber invitado a un restaurante mejor, que pagaba el Honorable!). Se llamaba  Lluis Fenosa, y era simplemente un correveidile a la caza de los comadreos de la Generalitat. Un vulgar espía, que sin tener cargo alguno, era temido desde el primer conseller al último funcionario. Desayunaba con Pujol y le contaba los chismes de la gente. La amistad de ambos venía de la cárcel de Zaragoza donde se conocieron. Pujol, metido allí por el régimen de Franco, y el cura, que venía de América, pillado al parecer por tráfico de divisas.
Consideraba a Jordi Pujol un hombre de bien, un político aguerrido y… Ya veis en qué ha acabado la historia. La suya y la de sus hijos, que al parecer han superado al padre en eso de amasar fortunas con dinero público y guardarlas en paraísos fiscales. Jordi Pujol ha terminado confesando sus vergüenzas y tirando por la borda el prestigio que «falsamente» se había fabricado.
Hace un par de años, predicando en una iglesia, y mosqueado por no sé qué actuación política (posiblemente en relación de los Ere de Andalucía), dije a la concurrencia del domingo:
–Imaginad que en vez de vosotros estuvieran escuchándome los políticos. Ya sé que esto es pura fantasía. Pero imaginémoslo. ¿Sabéis qué les diría? ¿Qué les predicaría? Sencillamente les recordaría dos mandamientos de la Ley de Dios: el séptimo y el octavo: No robarás, no mentirás.
En esos juramentos (o promesas) que hacen los políticos al tomar posesión de su cargo, yo añadiría, a la fórmula de acatar la constitución, etc., una frase explícita que diga:
–Prometo (porque ahora casi nadie jura) por mi honor que no robaré ni mentiré.
Tal vez se limpiaría un tanto la imagen que nos están dejando. Yo pertenezco al denominador común de la clase humana normal y estaba convencido, ingenuamente, que los que nos dirigen son también seres normales. Pero he de confesar que en mi decepción estoy tentado de pensar que estamos gobernados, en general, por desaprensivos. Hay esa frase de Shakespeare al presentar a Hamlet:
–Esta es una obra estúpida representada por idiotas.
Tal vez tenga razón y así sea la realidad.

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