Edith
Stein, filósofa judía, carmelita descalza, murió gaseada en el campo de
exterminio de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, hace 72 años. La Iglesia la conmemora
hoy como santa Teresa Benedicta de la Cruz.
Susanne
M. Batzdorff, sobrina de Edith Stein, se pregunta:
—¿Es
Edith Stein una figura de reconciliación o una figura de controversia en el
diálogo católico-judío y un impedimento en los esfuerzos de aproximación?
La
polémica surgió cuando Juan Pablo II la beatificó en Colonia en 1987 y siguió
cuando la canonizó en Roma en 1998.
En
la homilía de la canonización, dijo el papa:
—Que
el testimonio de Edith Stein pueda seguir fortaleciendo el puente de la
comprensión recíproca entre judíos y cristianos.
Canonizada
como mártir, esta expresión inquieta al mundo judío, que afirma:
—Edith
Stein no ha muerto como ‘mártir cristiana’ en el sentido propio del término
sino como víctima de la Shoah.
En
una revista alemana apareció entonces el siguiente titular:
—Edith Stein, una santa incómoda.
Un
periodista católico se expresó así:
—Edith
Stein es un aguijón en la carne de la Iglesia. No nos deja olvidar nuestro
pasado y exige vigilancia, valor y responsabilidad.
Y
su sobrina Sussane recalca:
—Porque
nació judía, de origen judío, fue por lo que se convirtió en una «mártir en
Auschwitz».
Comprendo
que para el mundo judío este asunto sea difícil. Edith Stein no es ningún
símbolo para ellos, ella es una más de los seis millones de judíos que
perecieron por odio a su raza. Murió porque en el sentir de los nazis
pertenecía a una raza, la judía, que no tenía derecho a vivir.
Pero
Edith Stein fue deportada no sólo por ser judía, sino también por ser católica,
pillada en una gran redada de judíos católicos en represalia por la lectura de
una carta pastoral de los obispos holandeses en los templos de Holanda.
La
novelista neoyorkina Anne Roiphe reflexiona también sobre este asunto y espeta:
–Esa
propuesta, Santidad, los judíos no la tragan... Si molesta no es porque Edith
Stein haya elegido otra religión, sino porque ella no pudo escapar a su
certificado de nacimiento. Su consagración religiosa fue un asunto privado y, a
todas luces, la decisión sincera de un intelecto extraordinario; pero no murió
porque lo hubiese elegido, con honor, con dignidad, con algún propósito,
religioso o de otro tipo. Simplemente, murió como todos los demás.
No
sabría qué responder cuando Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz, premio
Nobel de la Paz, escribe:
–Es
una mujer, que por razones que no incumben más que a ella, se ha convertido, ha
dejado nuestro pueblo y nuestra fe… No es judía a los ojos de los judíos,
respecto a nuestra tradición, a nuestro pueblo, a nuestro pasado, a nuestra
memoria.
Pero
Edith Stein muere en solidaridad con su pueblo. No reniega de él. Como no
renegó de su alma alemana. Hitler la privó de esta doble pertenencia: de su
nacionalidad alemana, convirtiéndola en una paria en el mundo, y de su
pertenencia al pueblo judío, asesinada por razón de la raza.
Sus
testimonios son múltiples. Quizás el más significativo sea aquel que dice:
—No
se puede ni siquiera imaginar lo que significa para mí cuando entro por la
mañana en la capilla y, al contemplar el tabernáculo y a María, me digo: «Ellos
eran de nuestra sangre».
Y
también:
—Usted
no se imagina qué significa ser hija del pueblo elegido, pertenecer a Cristo no
solo espiritualmente, sino también según la descendencia.
Por
el hecho de convertirse al catolicismo, Edith Stein no renunció a su judaísmo.
Seguirá usando el «nosotros» para referirse a su pueblo. Su bautismo a sus 31
años no fue ninguna ruptura, muchos años antes había perdido el horizonte de
una piedad judía.
–Había
abandonado –cuenta ella– la práctica de la religión judía cuando tenía catorce
años. Mi vuelta a Dios me hizo sentirme de nuevo judía.
Cuando
la tormenta asome por el horizonte con la llegada de Hitler al poder, ante las
amenazas que se vislumbran, reafirma su pertenencia judía como cuestión
existencial y no dudará en escribir una carta al papa Pío XI en abril de 1933
profetizando lo que habría de ocurrir a su gente y también al pueblo cristiano:
—¡Santo
Padre! Como hija del pueblo judío, que, por la gracia de Dios, desde hace once
años es también hija de la Iglesia católica, me atrevo a exponer ante el Padre
de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes…
Edith
Stein se presenta al papa como «hija del pueblo judío» y como «hija de la
Iglesia católica». Y comenzará ese mismo año a escribir la Historia de una familia judía, efemérides de su familia y de ella
misma, desgraciadamente inconclusa, en la que no trata de hacer una apología
del judaísmo sino de poner cara a la «horrible deformación» propalada por el
nacionalsocialismo y a la «ignorante desinformación» que imperaba en Alemania
acerca de los judíos. Es decir, como ella misma dice, el retrato de la «dimensión
humana judaica frente a la caricatura que se ha forjado de nosotros».
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