sábado, 9 de agosto de 2014

Edith Stein, hija del pueblo judío

Edith Stein, filósofa judía, carmelita descalza, murió gaseada en el campo de exterminio de Auschwitz el 9 de agosto de 1942, hace 72 años. La Iglesia la conmemora hoy como santa Teresa Benedicta de la Cruz.
Susanne M. Batzdorff, sobrina de Edith Stein, se pregunta:
—¿Es Edith Stein una figura de reconciliación o una figura de controversia en el diálogo católico-judío y un impedimento en los esfuerzos de aproximación?


La polémica surgió cuando Juan Pablo II la beatificó en Colonia en 1987 y siguió cuando la canonizó en Roma en 1998.
En la homilía de la canonización, dijo el papa:
—Que el testimonio de Edith Stein pueda seguir fortaleciendo el puente de la comprensión recíproca entre judíos y cristianos.
Canonizada como mártir, esta expresión inquieta al mundo judío, que afirma:
—Edith Stein no ha muerto como ‘mártir cristiana’ en el sentido propio del término sino como víctima de la Shoah.
En una revista alemana apareció entonces el siguiente titular:
—Edith Stein, una santa incómoda.
Un periodista católico se expresó así:
—Edith Stein es un aguijón en la carne de la Iglesia. No nos deja olvidar nuestro pasado y exige vigilancia, valor y responsabilidad.
Y su sobrina Sussane recalca:
—Porque nació judía, de origen judío, fue por lo que se convirtió en una «mártir en Auschwitz».
Comprendo que para el mundo judío este asunto sea difícil. Edith Stein no es ningún símbolo para ellos, ella es una más de los seis millones de judíos que perecieron por odio a su raza. Murió porque en el sentir de los nazis pertenecía a una raza, la judía, que no tenía derecho a vivir.
Pero Edith Stein fue deportada no sólo por ser judía, sino también por ser católica, pillada en una gran redada de judíos católicos en represalia por la lectura de una carta pastoral de los obispos holandeses en los templos de Holanda.
La novelista neoyorkina Anne Roiphe reflexiona también sobre este asunto y espeta:
–Esa propuesta, Santidad, los judíos no la tragan... Si molesta no es porque Edith Stein haya elegido otra religión, sino porque ella no pudo escapar a su certificado de nacimiento. Su consagración religiosa fue un asunto privado y, a todas luces, la decisión sincera de un intelecto extraordinario; pero no murió porque lo hubiese elegido, con honor, con dignidad, con algún propósito, religioso o de otro tipo. Simplemente, murió como todos los demás.
No sabría qué responder cuando Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz, premio Nobel de la Paz, escribe:
–Es una mujer, que por razones que no incumben más que a ella, se ha convertido, ha dejado nuestro pueblo y nuestra fe… No es judía a los ojos de los judíos, respecto a nuestra tradición, a nuestro pueblo, a nuestro pasado, a nuestra memoria.
Pero Edith Stein muere en solidaridad con su pueblo. No reniega de él. Como no renegó de su alma alemana. Hitler la privó de esta doble pertenencia: de su nacionalidad alemana, convirtiéndola en una paria en el mundo, y de su pertenencia al pueblo judío, asesinada por razón de la raza.
Sus testimonios son múltiples. Quizás el más significativo sea aquel que dice:
—No se puede ni siquiera imaginar lo que significa para mí cuando entro por la mañana en la capilla y, al contemplar el tabernáculo y a María, me digo: «Ellos eran de nuestra sangre».
Y también:
—Usted no se imagina qué significa ser hija del pueblo elegido, pertenecer a Cristo no solo espiritualmente, sino también según la descendencia.
Por el hecho de convertirse al catolicismo, Edith Stein no renunció a su judaísmo. Seguirá usando el «nosotros» para referirse a su pueblo. Su bautismo a sus 31 años no fue ninguna ruptura, muchos años antes había perdido el horizonte de una piedad judía.
–Había abandonado –cuenta ella– la práctica de la religión judía cuando tenía catorce años. Mi vuelta a Dios me hizo sentirme de nuevo judía.
Cuando la tormenta asome por el horizonte con la llegada de Hitler al poder, ante las amenazas que se vislumbran, reafirma su pertenencia judía como cuestión existencial y no dudará en escribir una carta al papa Pío XI en abril de 1933 profetizando lo que habría de ocurrir a su gente y también al pueblo cristiano:
—¡Santo Padre! Como hija del pueblo judío, que, por la gracia de Dios, desde hace once años es también hija de la Iglesia católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes…
Edith Stein se presenta al papa como «hija del pueblo judío» y como «hija de la Iglesia católica». Y comenzará ese mismo año a escribir la Historia de una familia judía, efemérides de su familia y de ella misma, desgraciadamente inconclusa, en la que no trata de hacer una apología del judaísmo sino de poner cara a la «horrible deformación» propalada por el nacionalsocialismo y a la «ignorante desinformación» que imperaba en Alemania acerca de los judíos. Es decir, como ella misma dice, el retrato de la «dimensión humana judaica frente a la caricatura que se ha forjado de nosotros». 

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