miércoles, 13 de agosto de 2014

El mariscal Soult, un ladrón «muy devoto»

En el libro de actas del Cabildo catedral de Sevilla se puede leer el 16 de agosto de 1810: «Los cuadros que se llevó el Mariscal Soult son: La Natividad de la Virgen (llamado La Noche de Murillo), La Muerte de Abel, El descenso de la Virgen (también de Murillo) y otros dos de San Pedro y de San Pablo».
No se dice aquí que por el mismo procedimiento se llevó la famosa Concepción de Murillo, de la iglesia de los Venerables. El Descendimiento de Pedro de Campaña, de la parroquia de Santa Cruz, hoy en la sacristía mayor de la catedral, se hallaba almacenado en el Alcázar dispuesto a su traslado a Francia. Se salvó este maravilloso cuadro, que entusiasmaba a Murillo, por la precipitada huida de los franceses, cuando en 1812 tuvieron que salir de estampida de Sevilla. Al mariscal Soult habría que calificarlo, por su devoción a los cuadros religiosos, como un ladrón «muy devoto».


Pero basta repasar las actas capitulares del Cabildo catedral para intuir el insaciable ansia de dinero y de toda suerte de rapiña del duque de Dalmacia, gobernador y general jefe del ejército francés en Andalucía. El palacio arzobispal le sirvió de morada, donde ofrecía fiestas en su patio hasta hacer correr el vino por los surtidores de las fuentes.
Se lee en el acta del 17 de mayo: «El mariscal Soult pide los bancos de la festividad del Corpus para el baile que prepara en su palacio para el día 15, en celebridad del cumpleaños del Emperador y de los días de la Emperatriz». Con largo tiempo prepara el mariscal Soult la fiesta. El Corpus aún no se ha celebrado y la onomástica de Napoleón es el 15 de agosto, lástima, el mismo día de la Asunción, festividad de la Virgen de los Reyes. Y le dieron los bancos. El canónigo Bucareli, comentando este hecho años después con el deán Miranda, refugiado en Cádiz durante la ocupación francesa de la ciudad, le dijo:
–Si su señoría hubiese visto los mostachos de Mr. Mayer, que vino por los bancos, habría hecho lo que nosotros: llorar, refunfuñar y... laiser faire.
Y añadió:
–Pues no es eso todo, señor deán. La bacanal estuvo suntuosa. ¡Lástima que no hubiese usted podido ver, en el jardincito de Palacio, la ingeniosa perspectiva del templo de Himeneo y unas bellísimas pirámides con estrofas de nuestros primeros poetas líricos alusivos a los goces del amor!
Meses antes, durante la estancia del rey José Napoleón en Sevilla, se habían pedido otros enseres a la catedral para adornos de la fiesta que ofreció el rey. Se lee en el acta del 13 de marzo: «El Gobierno pide al Cabildo un buen dosel, algunas arañas, blandones y alfombras, etc., con el fin de decorar el salón para la fiesta en los próximos días del rey José. Y se dio todo, menos las arañas, que no las hay en la Santa Iglesia».
Y sigue la petición de más dinero: «15 junio: El Gobierno pide otra vez dinero. Item: se acuerda reducir los gastos de culto: ha habido que vender muchas fincas para salir de compromisos». «22 de junio: El Mariscal Soult quiere cuadros, y avisa que hoy vendrá por cinco, entre ellos La Noche de Murillo». «2 de julio: Piden un millón más para el ejército...»
El expolio artístico durante la ocupación francesa fue tan manifiesto como criminal. Por eso duele leer este pasaje del acta capitular: «31 de diciembre: El Cabildo, sabiendo que Soult deseaba también el excelente cuadro de Santa Marta, que estaba en el Hospital de su nombre, se lo regala al mariscal en prueba de su adhesión».
¡Tiene narices la cosa! ¡Al expoliador mayor de los tesoros de Sevilla se le regala un excelente cuadro en prueba de adhesión! Se llamaba tan nefasto personaje Nicolás Juan de Dios Soult, nacido en Saint-Amans-la-Bastide en 1769 y muerto en el castillo de Soultberg (Tarn) en 1851.
Al poco de morir se vendió su magnífica colección de cuadros robados en España, alcanzando entonces la venta de la Concepción de Murillo la suma de 586.000 francos. Adquirida por el gobierno francés, fue más tarde devuelta a España, pudiéndose contemplar en el museo del Prado, ¡otra gracia!, cuando su emplazamiento justo es Sevilla, de donde no debió salir.
Otros dos soberbios Murillos se llevó el mariscal de la catedral: la Natividad de la Virgen (Museo del Louvre) y la Huida a Egipto (Museo del Hermitage). Fueron escondidos por los canónigos para librarlos de la voracidad del francés, pero recibió un soplo traidor y el mariscal «dio a entender –según cuenta el conde de Toreno– que los quería para sí y que si se los negaban, mandaría a buscarlos».
Se vanagloriaba en París el mariscal Soult con su colección de pinturas cuando se detuvo ante un Murillo y dijo:
–Aprecio muchísimo este cuadro porque salvó la vida de dos personas dignas de estima.
Y su ayudante de campo murmuró:
–Amenazó con fusilarlos si no le daban el cuadro.
Cuando el mariscal Soult salió precipitadamente de Sevilla el 27 de agosto de 1812, en huida sin retorno, dejó abandonados en el Alcázar más de mil quinientos cuadros, prueba de su amor «por la buena pintura y por el séptimo mandamiento», que diría Richard Ford. Tal era su codicia.

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