Mañana será beatificado
en Roma el papa Pablo VI, por el que siempre he tenido una simpatía especial.
Gobernó la Iglesia de 1963 a 1978. Cuando llegué a Roma en octubre de 1967 para
mis estudios, no pude verlo hasta diciembre, porque lo acababan de operar, no
recuerdo bien si de hernia o de apendicitis. Se operó en el Vaticano. Allí
mismo improvisaron un quirófano para que no tuviera que ir a una clínica
romana.
Después, siempre que he
vuelto a Roma, en mi visita obligada a San Pedro, acudo a las tumbas de los
papas y rezo ante la tumba de San Pedro, para sentirme en unión con la Iglesia
de Roma, y también ante la sencilla tumba de Pablo VI, el papa Montini, figura
que he tratado especialmente este último año, por ser la mano derecha de Pío
XII, especialmente en los años aciagos de la Segunda Guerra Mundial, en un
libro de inminente salida a las librerías con el título Pío XII versus Hitler y Mussolini.
Antifascista por
educación, de comportamiento liberal, el intelectual italiano Arturo
Carlo Jemolo piensa que Pablo VI «acaso haya sido la figura más dulce de
pontífice de los últimos ciento cincuenta años». También Jean Guitton, que
tiene un libro titulado Conversaciones
con Pablo VI, cuenta que el papa Montini «poseía una naturaleza dulce,
delicada. Aborrecía hacer sufrir a nadie. No apagaba el tizón humeante». Si
quiso ser papa –lo contó a un íntimo amigo– fue por seguir la obra de Juan
XXIII, es decir, el Concilio. Jean Guitton, su mejor confidente, vino a decir:
–La visión de Juan XXIII
se resume en una palabra: «rejuvenecer». Me parece verlo todavía –dijo–
mientras pasa el dedo pulgar por el rostro para ocultar arrugas: aggiornamento. La visión de Pablo VI
creo que es posible resumirla con una palabra que él pronunciaba con una
aplicación lenta, marcando bien las sílabas: «pro-fun-di-zar».
El pastor Marc Boegner
matizó que el Vaticano II fue un Concilio «convocado por Juan XXIII que no se
hubiera atrevido a convocar Pablo VI», pero «llevado a feliz término por Pablo
VI, que Juan XXIII no hubiera sido capaz de concluir».
Pero Montini no eligió
el nombre de Juan, sino el de Pablo. Como dijo el cardenal Poupard:
–Montini eligió un
nombre que llevaba implícito el alcance de su pontificado: Pablo, apóstol de
los gentiles, el heraldo de la palabra, el viajero incansable, doctor y pastor,
el reformador atrevido y avisado que no duda en cambiar las observaciones no
esenciales para difundir mejor el mensaje del Evangelio.
Peter Hebblethwaite, en
su biografía de Pablo VI, dice que es el menos clerical de los papas modernos.
Y Giancarlo Zizola, escritor vaticanista, lo califica como el más lacio de los
papas.
Jean Guitton dice tener
pruebas fidedignas de que Pablo VI pensó seriamente en renunciar al papado.
–Estoy convencido de que
había calculado la posibilidad de presentar la dimisión en el caso de que
llegase a no sentirse capaz de cumplir con su tarea: «Pero el papado no es una
función. ¿Acaso se puede dimitir de la paternidad?». «Sin embargo, yo he
establecido un límite de edad para los obispos. ¿Por qué debería constituir
excepción?». «No existen precedentes en veinte siglos. Solo la muerte...»
Y surge en Pablo VI la
duda hamletiana, que siempre se le ha achacado. Convencido de ello, ya en sus
últimos años, cuando las fuerzas le faltaban, sus cercanos en el Vaticano le
convencieron de lo contrario. O tal vez temió que le reprocharan de «gran
cobardía» como Dante Alighieri hizo con Celestino V en la Divina Comedia.
En España, en tiempos de
Franco, tuvo un ambiente hostil del régimen y en la prensa franquista. Lo
consideraban «enemigo de España». Le nombraban siempre Montini, no Pablo VI, de
forma despectiva.
Contrario al fascismo de
Mussolini y al nazismo de Hitler, lo fue también interiormente al régimen
autoritario de Franco. Fue contrario al Concordato y al privilegio de pasar los
nombramientos de obispos por la anuencia de Franco.
Un telegrama tuvo la
culpa, siendo Montini arzobispo de Milán, en defensa de un joven catalán, Jorge
Cunill, condenado por un tribunal militar a la pena de muerte. Como no se daba
razón de la condena hasta la ejecución, tras el telegrama de Montini, aquella
madrugada se cambió la sentencia por 30 años de reclusión para poner en
evidencia al cardenal Montini por su «falta de información responsable». Pero
gracias a esto, el joven Cunill se salvó de la muerte.
Peor fue en septiembre
de 1975, con el fusilamiento de cinco condenados a muerte. Pablo VI apeló por
ellos, pero en esta ocasión nada pudo hacer. La prensa del régimen –Arriba, Pueblo, la revista Fuerza
Nueva…– pusieron al papa de chupa dómine.
Pablo VI inició los
viajes por el mundo. Comenzó por una visita a Tierra Santa. Fue el primer
bautismo de vuelo de un papa, y también será el primer papa que visitará las
cinco continentes.
Dos países se le
quedaron en el tintero, a los que le hubiera gustado ir: Polonia y España.
Polonia, entonces bajo régimen comunista, no pudo realizarlo porque el primer
ministro Gomulka se abstuvo de acusar recibo de su solicitud, más por temor al
Kremlin que por oposición personal.
Para visitar España
había un pretexto: el año santo compostelano de 1970. Pablo VI fue invitado por
el arzobispo de Santiago, cardenal Quiroga Palacios. El ex-embajador ante el
Vaticano, Antonio Garrigues, habló de ello con Fernando María Castiella,
ministro de Asuntos Exteriores, pero no se pudo vencer la negativa de Franco. Y
el viaje a España no se hizo, con pesar de Pablo VI.
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